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De izquierda a derecha, Mario Vargas Llosa, su mujer, Patricia, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti; Emir Rodríguez Monegal y Pablo Neruda, en 1966. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de octubre 2010. (RanchoNEWS).- El flamante ganador del Nobel de Literatura se muestra emocionado por el reconocimiento de la Academia Sueca y expresa su agradecimiento a España.-«Yo básicamente soy escritor y promuevo el español escribiendo lo mejor que puedo». Una nota de Antonio Caño para El País:
Pasada la sorpresa, comprobado que no había sido objeto de una broma pesada, transmitida a la noticia a su hijo Álvaro en Washington y a los amigos más íntimos, Mario Vargas Llosa alcanzó a reponerse y a disfrutar del glorioso día de sol que amaneció de repente en su apartamento del West Side de Nueva York, junto a Central Park.
Pensaba pasar aquí unos meses tranquilos, aprovechando el anonimato que esta ciudad concede a las figuras más relevantes y la culta relajación a la que invita la Universidad de Princeton, donde el escritor está impartiendo un curso. Pero, de repente, la academia sueca, que barajó su nombre durante 20 años, consideró ésta la oportunidad adecuada para despertar a éste ya escéptico candidato y arruinar su plácido retiro neoyorquino.
¡Qué lugar mejor para recibir un Nobel! Esta ciudad deslumbrante que durante décadas ha seducido a escritores y artistas, los ha enriquecido y transformado en leyendas universales, estaba esperando a Vargas Llosa para añadir historia literaria a su historia. Historia literaria en español, que por algo el idioma español se abre paso velozmente entre el tráfico saturado de sus calles, un español confuso y diverso, algo caótico quizá, pero juvenil y pujante, controvertido y apasionado, como la literatura de Vargas Llosa.
Fue un día de fiesta para esa lengua que bulle en los callejones de Nueva York, que surge de sus ventanas en las noches calurosas del verano, que aún no ha llegado a los despachos de Wall Street, pero que gana espacio diariamente en los medios de comunicación y en los discursos de los políticos interesados en los 40 millones de personas que hablan el idioma de Vargas Llosa.
No había otro lugar posible para celebrar esa fiesta que el Instituto Cervantes, que está situado además cuatro puertas más arriba del consulado de la República del Perú, con el artículo por delante, como o quieren los peruanos. El ex presidente Alejandro Toledo estaba en el acto para dejar testimonio de que, aunque en el edificio ondeara la bandera de España, allí se homenajeaba a un peruano.
El escenario ofrecía, por tanto, algunas de los múltiples dimensiones de este autor, que quiso ser presidente de su país, aceptó la nacionalidad española después y casi pierde la suya de nacimiento por la hostilidad manifiesta de un presidente de origen japonés, Alberto Fujimori, que convirtió su régimen en un tiranía silenciosa y ferozmente antivarguista.
«España es un país que no era mío y que yo he hecho mío porque me acogió», ha dicho Vargas Llosa a los periodistas, «pero yo soy peruano, lo que hago, lo que digo expresa el país en el que he nacido y en el que he vivido las principales experiencias». España queda ahí al lado, en el extremo más racional y adulto de su cerebro. España es el país que le abrió espacio dentro de su industria editorial y en el que consolidó su carrera. Le brinda también, por tanto, este premio a España, y, tal como el escritor quiso destacar, a su primer editor, Carlos Barral.
Aunque habló de Venezuela, de su horror por las dictaduras y de su voluntad de seguir denunciando los abusos que crea denunciables allá donde crea oportuno, porque la política nunca se aparta de él –o él de la política–, éste era esencialmente el día del escritor. «Yo básicamente soy escritor y promuevo el español escribiendo lo mejor que puedo», ha dicho, esforzándose por sonar humilde en un día en que tenía enfrenta tantas cámaras como Barack Obama. Destacó el significado que este premio tiene también para la literatura latinoamericana, para estimular a una nueva generación a escribir y construir un futuro que él observa con optimismo, a pesar del desafío que las nuevas tecnologías representan para el libro.
«Yo soy más del papel», ha confesado en la conferencia de prensa. «Espero que los cambios tecnológicos no signifiquen una banalización, una trivialización del consumo de libros. Creo que incluso existe la posibilidad de que las nuevas tecnologías permitan explorar los problemas más esenciales del ser humano, de la sociedad. De nosotros depende que no se acabe con ese avance de la civilización que representa un libro».
Aseguró que, por supuesto, en diciembre estará en Estocolmo para recoger su premio. Cuando lo recibió Gabriel García Márquez se produjo una cierta polémica por la vestimenta que utilizó para la ocasión, que pretendía ser una declaración de su origen. Vargas Llosa está más preocupado por el discurso que pronunciará. Escribir es doloroso hasta para los más grandes, y este grande tiene su agenda cargada de discursos y artículos para EL PAÍS. Prometió no abandonar ahora ninguna de esas obligaciones, seguir siendo el mismo Vargas Llosa que está sobre la mesilla de millones de personas de habla española desde hace más de un cuarto de siglo. Juró que no cambiará y pidió que, de una vez, se le acepte como es.
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