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El poeta español. (Foto: Archivo)
M adrid, 13 de enero de 2008 (El Universal /Ana Anabitarte).— El poeta y académico Ángel González murió ayer a los 82 años de edad en una clínica de Madrid, donde permanecía ingresado desde hacía dos días a causa de una crisis respiratoria. Su esposa Susana Rivera reconoció que su muerte había sido una sorpresa para todos, porque «a pesar de que tenía una salud quebradiza, tenía mucha vitalidad, e incluso, teníamos planeado salir de viaje en los próximos días», dijo.
Perteneciente a la llamada Generación de los 50, Ángel González estaba considerado como uno de los grandes poetas españoles del siglo XX que logró, entre otros galardones, el premio Príncipe de Asturias de las Letras (1985) y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1996). Su cuerpo será incinerado hoy en el cementerio de San Isidro en Madrid, y sus cenizas serán llevadas a Oviedo, la capital asturiana y su ciudad natal.
Cuando Ángel González tenía sólo 18 meses su padre, un republicano convencido, murió. Durante la Guerra Civil Española, su hermano Manuel huyó a León donde fue detenido y fusilado por los falangistas en 1936. Y ante la posibilidad de que le ocurriera lo mismo, su hermano Pedro se exilió. Unos años más tarde y con sólo 18 años él enfermó de tuberculosis, así que fue enviado a Páramo del Sil, en la provincia de León, para su recuperación. Allí el poeta comenzó a leer y a escribir poemas. Tres años después empezó la carrera de Derecho en la Universidad de Oviedo hasta que en 1950 se trasladó a Madrid, donde comenzó a estudiar periodismo. En aquella época conoció a Carlos Barral, a Jaime Gil de Biedma y a José Agustín Goytisolo, con quienes mantuvo una gran amistad.
En 1956, publicó su primer libro, Áspero mundo, donde narraba el horror de la Guerra Civil y cómo su madre aterrorizada se refugiaba de las bombas durante los ataques. Para su sorpresa, recibió el accésit del Premio Adonais. Tras una temporada en Barcelona volvió a Madrid a trabajar de nuevo en la Administración Pública donde conoció a Juan García Hortelano, a Gabriel Celaya y a José Manuel Caballero Bonald y a algunos poetas más de su generación.
Pero hubo que esperar 10 años para que publicara su segunda obra: Palabra sobre palabra, una selección de poemas de amor. Cuando le preguntaban por qué había dejado pasar tanto tiempo, contestaba que para escribir había que esperar a tener la necesidad, y eso sucedía «cuando pasaba. No es obligatorio», ironizaba.
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