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Es una de las más familiares entre las películas de Pixar. (Foto: Pixar)
C iudad Juárerz, Chihuahua. 14 de mayo 2009. (RanchoNEWS).- Con el estreno de la película de Peter Docter en la apertura, el evento dio la bienvenida a la animación en 3D. Una nota de Luciano Monteagudo para Página/12:
Si hay crisis, que no se note. Y qué mejor manera de esconder la crisis –bajo la cual esta nueva edición del Festival de Cannes dice realizarse, según confesión del propio director de la muestra, Thierry Frémaux– que abrir la fiesta con una película que es literalmente una fuga, una escapatoria del mundo real, una fantasía animada. Y los habitués de Cannes no pudieron haber recibido mejor a Up, la nueva película del imbatible dúo Disney-Pixar, que ayer fue recibida aquí por una salva de aplausos, no sólo en la función oficial, sino también en la habitualmente agria proyección matutina de prensa, como si antes de sumergirse en los conflictos de la realidad se hubiera agradecido el fugaz bautismo de inocencia que propuso Cannes.
Todo empezó en plan de comedia, cuando a los diez de la mañana en punto Monsieur Frémaux subió muy sonriente al escenario de la enorme sala Debussy munido de los mismos anteojos que ya tenía en la mano toda la platea y, después de dar la bienvenida a la prensa, instó a todos los presentes –con las luces de la sala aún a giorno– a colocarse las gafas para que las cámaras de televisión y la nube de paparazzi que lo acompañaban pudieran registrar el acontecimiento: a Cannes había llegado finalmente la Tercera Dimensión, el cine de animación digital en 3D. Y a falta de caras famosas, por una vez el público fue la estrella, el centro de los flashes, el oscuro objeto del deseo mediático. El mismo Frémaux sacó su teléfono celular y no se quiso privar de sacar sus propias fotos, suerte de souvenirs d’enfance, recuerdos de una niñez que en pleno siglo XXI vuelve como si fuera una novedad, como si no hubiera pasado más de medio siglo desde que El museo de cera (1953) –realizada, valga la paradoja, por un director tuerto, André De Toth– empezó a dar batalla contra la amenaza incipiente de la televisión.
Ahora las amenazas al cine en salas son parecidas pero múltiples –TV satelital, DVD, Blu-Ray, Internet, Live Streaming– y Cannes cierra filas con Hollywood y le ofrece su mejor vidriera, la apertura fuera de concurso, a toda orquesta, a la primera producción en 3D de los estudios Pixar, sin duda los más imaginativos que hayan surgido en este campo en mucho tiempo. El resultado es un film impecable desde todo punto de vista técnico –el 3D está utilizado siempre en función dramática, nunca para sorprender por su mero efecto–, pero conceptualmente más conservador que los trabajos previos de la troupe liderada por John Lasseter. Si todos los productos Pixar fueron siempre family friendly por definición, Up quizá sea el más deliberadamente pensado para toda la familia, como si en la concepción del film no hubieran querido dejar a nadie afuera de los 8 a los 78 años, que son las edades de la pareja protagónica de la película de Peter Docter, el guionista y realizador del film.
Por un lado, está Carl Fredricksen, un viejo gruñón y cascarrabias (inspirado en Spencer Tracy y Walter Matthau, según la misma gente de Pixar), amargado desde que quedó viudo de la mujer con quien compartió toda su vida y sus sueños. Por otro, el pequeño Russell, un rollizo niño-explorador, empeñado en ganarse una medalla de boy scout asistiendo a un anciano, que bien puede ser Carl. El problema es que Carl no quiere ser ayudado por nadie. Lo único que quiere es cumplir con el deseo de su esposa, conocer las Cataratas del Paraíso, unos increíbles saltos de agua con los que ambos soñaron desde niños y que quedan en la más remota e inaccesible... Sudamérica. Para ello, Carl –que durante toda su vida vendió globos a los chicos en el parque zoológico– inventa la forma de salir volando con casa y todo hacia ese Edén de su imaginación. Lo que no sabe es que lleva al bueno de Russell a cuestas, dispuesto a compartir su aventura.
Las referencias de Up abarcan todo un amplio espectro del imaginario cinematográfico más popular de Hollywood, desde Mary Poppins hasta La vuelta al mundo en 80 días. Y si el ominoso dirigible en el que se refugia el villano de la historia (doblado en su versión original por Christopher Plummer) remite sin duda al Nautilus y a su comandante, el capitán Nemo, de Veinte mil leguas de viaje submarino, la casa voladora no puede sino asociarse con El increíble castillo vagabundo, del genial animador japonés Hayao Miyazaki. A toda esta mezcla –muy homogénea, por cierto, al punto que no se nota ni un grumo en toda su cocción– debe sumarse un elemento que hará de Up un rotundo éxito de boletería, no sólo entre niños, sino también adultos: el factor sentimental, extraído tanto del espíritu conciliador del cine de Frank Capra como del clásico sacalágrimas de la factoría Disney. «Además de humor, una película debe tener corazón –confirmó ayer Lasseter en Cannes–-. Walt Disney siempre decía que por cada carcajada también debía haber una lágrima, y yo también creo en eso». El problema es que antes Pixar solía privilegiar las risas y ahora le están empatando las lágrimas, como si el fantasma del viejo Walt no quisiera rendir su marca a esos advenedizos que vinieron a copar su legendario estudio.
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