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El actor, en un fotograma de Continental divide (1981), su inmersión en la comedia romántica. (Foto:AP)
C iudad Juárez, Chihuahua. 29 de mayo 2009. (RanchoNEWS).- Se publica en España Como una moto, el libro de Bob Woodward sobre el ascenso y caída de John Belushi. El actor y cantante falleció por sobredosis en 1982. Una nota de Gregorio Belinchón para El País:
La última y larga noche de John Belushi duró dos meses, los que fueron desde el 8 de enero, cuando aterrizó en Los Ángeles procedente de Nueva York, donde vivía con su mujer Judy, hasta su muerte por sobredosis el 5 de marzo de 1982 en un bungaló del Château Marmont, el mítico hotel remedo de castillo que desde Sunset Boulevard domina el centro de Hollywood.
Durante esas nueve semanas en las que casi no durmió y malcomió, Belushi, el cómico más popular en aquellos momentos, consumió ingentes cantidades de coca, centenares de pastillas de Quaalude –un sedante muy popular en los setenta y ochenta– y trasegó litros y litros de alcohol. Probó todos los excesos que se cruzaron por su camino. En sus últimos días también se inyectó heroína en vena, un acto que incluso para aquel Hollywood permisivo excedía lo tolerable. Dos años más tarde, Bob Woodward, el desurdidor del caso Watergate, levantó acta de «aquella carrera hacia la autodestrucción», según define el propio periodista, en el libro Como una moto - La vida galopante de John Belushi.
A pesar de su desenfreno, la muerte de Belushi, a los 33 años, conmocionó Estados Unidos. Pilló por sorpresa a su familia, a sus amigos, a sus compañeros. Gente como Robin Williams, Robert de Niro o su hermano del alma, el otro blues brothers, Dan Aykroyd, que vivían en una espiral parecida de drogas, escarmentaron en mal ajeno. Usando una mala metáfora, Michael O'Donoghue, guionista del programa de televisión Saturday Night Live, que Belushi había fundado y que le catapultó a la fama, aseguró: «Quería esnifarse el mundo». No era el primero de su generación en morir así, aunque sí fue el más famoso.
Entre los damnificados por su fallecimiento, estaba su mujer Judy, que había visto cómo John había sido devorado por sus excesos, pero que por eso mismo no creía en la investigación oficial. La viuda apostaba por el asesinato y habló con el reportero más famoso de esos años, Bob Woodward, que había publicado tres libros, entre ellos Todos los hombres del presidente y Los días finales, en los que junto a Carl Bernstein desenmascaraba la trama del Watergate. Incluso Robert Redford le había encarnado en el cine. La investigación encargada por Judy acabó en 1985 en forma de otro libro, Wired, que ahora se publica en España con el título Como una moto - La vida galopante de John Belushi (Editorial Papel de Liar).
Ésa fue la única ocasión en que Woodward abandonó los temas políticos, y salió algo escaldado. «La viuda contactó conmigo y me pidió que indagara en las circunstancias de su muerte. Judy estaba en un estado de negación. Descubrí que a su alrededor había demasiada gente suministrando droga a John». Por e-mail, el mítico periodista ha accedido a responder un puñado de preguntas. «Encontré que reportajear temas políticos y el trabajo del Gobierno –la presidencia, el Tribunal Supremo, la Reserva Federal– está más lleno de significado que hacer periodismo sobre cultura o espectáculos».
Durante sus dos años de pesquisas, el autor del libro llegó a entrevistarse con 217 personas, a las que además pidió sus diarios, sus facturas de teléfono, sus tiques de compras, sus billetes de viajes e incluso sus informes médicos. «La mayor parte mostraba el lado oscuro de un famoso, en este caso de la vida de Belushi. Cuando Judy y algunos de sus familiares lo leyeron, se enfadaron. Probablemente porque hay demasiada verdad en el libro. Ellos nunca pudieron refutar ninguno de los hechos», explica Bob Woodward.
John Belushi podía haberse convertido en uno de los grandes cómicos de la historia. «Por un lado no deja de ser el clásico drama de caída de un mito, pero por otro John fue único. Cuando murió era el número uno en música, en cine y en televisión». Su inmenso talento había sido abonado en su ciudad natal, Chicago, en grupos de teatro cómico como Second City, donde se hizo popular con su imitación de Joe Cocker. En Nueva York, el salto natural hacia la gloria, pasó del teatro a la radio y entró en el reparto fundador de un programa de televisión que rompió con todo lo visto hasta entonces, Saturday Night Live. Cada entrevistado, cada conocido, cada testigo de su arte reconocen ante Woodward que nunca habían visto una exhibición tal de talento y energía. Belushi era el exceso hecho carne en su trabajo, pero también en sus drogodependencias. «En las entrevistas me di cuenta de que quienes le conocieron habían sido muy cándidos en la carrera hacia la autodestrucción que Belushi había seguido», recuerda el periodista.
Cuando, en contra de lo esperable, la primera gran estrella de Saturday Night Live fue Chevy Chase, Belushi aceleró su consumo y su tren de vida. En el libro Woodward escribe: «Entregar o vender drogas a John era una suerte de juego, como arrojar cacahuetes a las focas del zoo: si le das algo, actuará, hará su papel de chalado abominable; si le das algo más, le tendrás toda la noche en vela, bailando compulsivamente, dejando todo atrás».
Belushi encontró su camino a la gloria: sin dejar el ritmo agotador de producción de Saturday Night Live, empezó en el cine, donde arrasó en taquilla con Desmadre a la americana (1978) y trasladó a los escenarios musicales a los Blues Brothers, un grupo inventado para el programa de televisión. Él y Aykroyd –el otro brother– buscaron los mejores músicos para su soul y el resultado fascinó tanto en las listas de ventas como en las giras de conciertos, para acabar en la gran pantalla en Granujas a todo ritmo (The Blues Brothers) (1980).
A pesar de tanto éxito, el último año del cómico, en el que las drogas y el sobrepeso ahogaron su talento, es un penar lastimoso –mientras gasta hasta 75.000 dólares de la época al mes en sus adicciones– en pos de levantar un desastre de filme (Mis locos vecinos) y de sacar adelante un guión, Noble rot, coescrito por él, y que consideraba una obra maestra ambientada en el mundo de los grandes vinos. Woodward describe –en su estilo minucioso, detallista hasta la extenuación– cada minuto de sus 30 días finales, reconstruyendo sus pasos en Los Ángeles –«Los Ángeles es el centro de acción y John necesitaba estar en el centro de la acción»– y cada conversación.
Para Woodward, «todos los que estuvieron cerca de él, familia, amigos, conocidos, fueron responsables de su muerte, porque nadie tuvo el coraje de enfrentarse a él y hospitalizarle. Al final, la de John es la típica historia de ascenso y caída, muy americana y bastante triste».
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