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El escritor sudamericano. (Foto: Pablo Bielli)
C iudad Juárez, Chihuahua. 23 de mayo 2009. (RanchoNEWS).- En recuerdo del escritor uruguayo, recuperamos esta conversación con Enzia Verduchi, en la que habla de su infancia, del exilio, de su obra y de los personajes surgidos de la ciudad de Montevideo. Publicada en Milenio:
El pasado domingo 17 de mayo murió Mario Benedetti. Lo primero que me vino a la mente fue: «Debe estar haciendo mucho frío en Montevideo, un aire fuerte y cortante». En diciembre de 2003, en un luminoso verano austral, tuve la oportunidad de entrevistar al escritor uruguayo en su departamento de la calle Zelmar Michelini. Tras el exilio, a su regreso a Montevideo, Mario Benedetti se mudó a ese apartamento. Zelmar fue un senador asesinado en mayo de 1976 por esbirros de la dictadura uruguaya que habían viajado especialmente para eso a Buenos Aires, donde el político estaba refugiado. Benedetti era su amigo y por esas fechas escribió un poema largo: Zelmar, que llegó a Uruguay en forma clandestina, se leía en hojas mecanografiadas que iban de mano en mano. El poema está dedicado al amigo muerto y denuncia la barbarie. Lo increíble es que a la vuelta de los años y del exilio Benedetti terminó viviendo en la calle que lleva el nombre de su amigo asesinado. Ahí celebró la libertad y la vida, escribiendo. Ahí murió Mario Benedetti en medio del sueño. El siguiente es un fragmento de aquella conversación ocurrida hace casi seis años.
En alguna ocasión usted comentó que era un caso perdido, ¿realmente cree que sea un caso perdido?
No. Era con cierto tema muy especial lo del caso perdido, no era que yo me sintiera caso perdido como persona. Era un caso perdido porque no me podían conquistar para las malas causas. Era en ese sentido.
Don Mario, ¿qué le recuerda Paso de los Toros?
Bueno, Paso de los Toros es un pueblo del departamento de Tacuarambó, Uruguay, donde nací, pero estuve nada más dos años ahí, después, mi padre era farmacéutico y puso una farmacia en Tacuarembó, que es la capital del departamento, nos fuimos ahí, pero a mi padre le fue muy mal con la farmacia y a los cuatro años nos venimos para Montevideo, de modo que yo soy montevideano. Casi no tengo recuerdos de esos primeros dos y cuatro años.
¿Cuáles son sus recuerdos del Montevideo de su infancia?
Bueno, yo fui a la primaria en el Colegio Alemán de Montevideo y ahí aprendí ese idioma; iba a seguir en el Liceo, pero fue justo cuando vino la cosa del nazismo, el nazismo entró en el colegio y entonces mi padre me sacó porque él admiraba mucho a los alemanes por sus logros científicos, pero cuando empezó el nazismo, hasta ahí no llegaba su admiración y me sacó de ahí. Yo no terminé el bachillerato, francamente yo soy autodidacto. Luego tuve un periodo en que tenía tres empleos simultáneos, trabajé mucho de joven, de adolescente, y bueno, eso es un poco, en Montevideo me pasaron cosas buenas, cosas malas. En Montevideo me novié, me casé [con Luz López, muerta en 2006] y trabajé mucho como periodista, estuve en una empresa inmobiliaria durante quince años, entré como último pinche oficinista y terminé como gerente, y ahí ya me aburrí y me fui y trabajé mucho como taquígrafo, el oficio de taquígrafo que hoy está muy venido a menos, ya casi no se reclama un taquígrafo; fue mi modo de vida durante muchos años.
¿De ahí salen las vivencias para Poemas de la oficina...?
Sí, Poemas de la oficina, Montevideanos, La tregua, en realidad en todos mis libros los personajes son montevideanos, aun los que pasan en el extranjero son montevideanos que están en el extranjero. Yo soy un montevideano ciento por ciento. Montevideano de la clase media, o sea que tampoco me ocupo prácticamente nada de la clase alta y tampoco de los obreros, porque yo la que conozco es a la clase media.
Hablemos sobre Laura Avellaneda, su personaje de La tregua.
Está muy deformada de un personaje que era real, lo mismo Santomé fue un personaje real. Lo conocí en una oficina en la que yo trabajaba como auxiliar, él era mi jefe, y me acuerdo que un día, se llevaba muy bien conmigo, le digo: «Lo veo hace días con una cara muy alegre —porque era un tipo muy deprimido—, venga, le voy a convidar a tomar un café», y en el café me confiesa: «Lo que pasa es que tengo novia, pero ¿sabe cuál es el problema?, que tiene la mitad de años que yo». Le dije: «Bueno, pero qué tiene, usted la quiere, ella lo quiere». Después, al poco tiempo, me comenta que se van a casar y entonces se casaron y ella murió mucho antes que él, como pasa en La tregua.
¿Cómo es su acercamiento a la generación del 45?
No es que me acerqué, sino que yo formo parte de la generación del 45. Un poco fue el semanario Marcha que dirigía el doctor Carlos Quijano, ahí nos fuimos encontrando casi todos los del 45 que colaboramos en distintas secciones. Yo durante un tiempo dirigí las páginas literarias, pero hubo otros escritores como Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, que eran más o menos de mi generación y que también durante un tiempo tuvieron a su cargo la página literaria. Después fundé una revista muy pobre, que duró muy poco, se llamaba Marginalia y yo la dirigía, creo que publicamos unos seis números. Después con otros escritores del 45, entre ellos el mismo Rodríguez Monegal, Manuel Claps... fundamos la revista Número, que fue una revista de muy buen nivel literario, éramos muy rigurosos.
De hecho ustedes dieron a conocer a escritores anglosajones, a diferencia de otras revistas sudamericanas.
Bueno, sí, esta revista tuvo bastante repercusión en el extranjero, no tanto en Estados Unidos porque ninguno de nosotros era muy adicto a Estados Unidos, pero en Europa, en los ambientes culturales de Europa, la revista tuvo cierta resonancia hasta el punto de que en Estados Unidos le ofrecieron a Emir Rodríguez Monegal, que era el único proyanqui en nuestro grupo, dirigir una revista que se llamaba Nuestro tiempo, creo, en París, con muy buena remuneración, y él nos quiso llevar a todos nosotros de la revista Número a esa revista y nosotros le dijimos que no, porque entendíamos que era una revista financiada por Estados Unidos. Él decía que no, pero con el tiempo se descubrió que sí, él lo reconoció después públicamente en Madrid, me acuerdo.
Ford le había dado el dinero...
Sí, la Fundación Ford...
¿Cuál fue el periplo de su exilio?
Yo estuve exiliado 12 años, por razones políticas. Me tuve que ir, yo no me quería ir, pero unos amigos que estaban muy bien informados vinieron a mi casa aquí en Montevideo y me dijeron que si no me iba en 24 horas me metían preso y me torturaban y a lo mejor me mataban por mi actividad política; al final me convencieron y me fui a Buenos Aires. En Buenos Aires me pusieron en una lista de poco menos que de condenados a muerte, la Triple A, y que si no me iba también en 48 horas, a mí con otros catorce —una lista de quince—, nos mataban a todos. Bueno, entonces frente a ese momento tan convincente me fui a Perú, y en Lima, al poco tiempo de estar (yo trabajaba, me habían dado trabajo en un periódico de Lima), me pusieron preso y me deportaron para Argentina, así que la pasé muy mal. Después, en Perú, reconsideraron esto y me dijeron que podía ir de nuevo, pero al poco tiempo me tuve que esconder porque otra vez me empezaron a perseguir, y entonces en Cuba me ofrecieron apoyo; yo había estado en Cuba mucho tiempo antes; así, un poco con intervención de diplomáticos me pude ir a Cuba. Ahí estuve unos cuantos años y fundé el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas, también formé parte del consejo de dirección de la Casa de las Américas. Estaba muy a gusto pero también muy incomunicado, no podía siquiera escribirles a mis padres porque los hubieran apresado, a los que recibían carta de Cuba los metían a la cárcel. Por esos problemas de incomunicación tuve que salir de Cuba. Y entonces me fui a España. Por suerte, en ese entonces empecé a cobrar derechos de autor y a partir de ese momento me he mantenido con los derechos de autor; al principio eran muy pocos, después fueron aumentando y hoy vivo de los derechos de autor.
José Emilio Pacheco ha dicho que a usted le debemos el término desexilio...
El desexilio es, fue una palabra que inventé para decir: terminar con el exilio y volver al país. Y bueno, me encontré con un país que había cambiado y también yo había cambiado, de modo que no me fue fácil adaptarme al nuevo Uruguay. La dictadura yo creo que había dejado una herencia de mezquindad que se reflejaba, no conmigo, se reflejaba un poco en el ambiente social del país. De modo que yo también había cambiado, porque estuve en varios países europeos cálidamente vinculado con los latinoamericanos, pero en todos los países, en todos, uno aprende algo, yo digo, de los gobiernos casi nunca se aprende, pero sí del ciudadano de a pie, y la gente fue, en todos los países que estuve, muy solidaria conmigo, me ayudó, me consiguió trabajo, y bueno, así estuve varios años, estuve 12 años exiliado, no siempre en el mismo país, estuve primero en Cuba, en México muy de paso y después estuve en Europa, sobre todo en Madrid.
¿Cómo fue el reencuentro con Uruguay tras 12 años de ausencia, qué desapareció, qué permanecía?
Una de las cosas que más me afectó fueron cosas del paisaje. Por ejemplo, las calles, yo quería mucho a los árboles de Montevideo, calles que la dictadura le había quitado todos los árboles, parecía que había quedado desnuda, ¿verdad? Además uno empezaba a preguntar por un amigo: ¿Y fulano de tal? Pues murió de un infarto. ¿Y zutano? Ése murió en la cárcel. Y así sucesivamente. Y pues resulta que se habían muerto casi todos mis amigos, casi toda mi gente, incluso también familiares. De modo que esto fue muy duro para mí, de enfrentarme a esa realidad de desaparecidos, unos por razones naturales, porque habían llegado a la edad en que la muerte se acerca, y otros porque los había eliminado la dictadura. Yo tengo un poema que se llama «Desaparecido» y se refiere un poco a esa impresión que tuve, que figura por cierto en los recitales que he realizado con Daniel Viglietti.
Los dos estaban trabajando cada uno por su lado en el poema «Desaparecido» cuando se encuentran...
Sí, nos encontramos, creo que fue en La Habana, y somos amigos de mucho antes y entonces empezamos a ver qué estábamos haciendo cada uno y nos encontramos con dos o tres o cuatro temas de los cuales él había hecho canciones y yo poemas, y entonces dijimos «tenemos que hacer algo con esta casualidad», y justo nos habían invitado de México para un recital que iba a haber de solidaridad con Uruguay, en la Sala Nezahualcóyotl, y tuvimos que aprendernos el nombre ese que no era fácil. Bueno, y ahí el programa estaba que yo iba a leer poemas, después estaba la Camerata Punta del Este, que era de Uruguay, y después Daniel, que iba a cantar una canción. Nosotros decidimos que en vez de actuar por separado íbamos a actuar juntos, y fue la primera vez que funcionó a dos voces, y nos salió bien. A la gente le gustó mucho y decidimos continuarlo en otros países, incluso en algunos que no son de lengua hispana. De ahí nació un tipo de relación muy linda con Daniel, porque cuando lo hacíamos en Uruguay, bueno, conocíamos a los amigos, nos juntábamos para el recital, pero cuando lo hacíamos en esas ciudades extranjeras, nos metían a los dos en el mismo hotel, entonces desayunábamos juntos, almorzábamos juntos, cenábamos juntos y nos empezamos a conocer mucho más y nos hicimos muy amigos, como lo somos actualmente.
En El cumpleaños de Juan Ángel escribe: «En realidad nos salvamos y nos perdemos, nos desparramamos y nos reunimos intermitentemente, sólo Dios es así de inestable, por algo lo creamos a nuestra semejanza»... ¿Cuánto de la realidad de Juan Ángel es la de Mario Benedetti?
Ése fue un libro que empecé a escribir como novela. Había escrito alrededor de 60 páginas y me di cuenta de que no marchaba y entonces pensaba que iba a ser una novela fantástica y me di cuenta que no marchaba como cosa fantástica, pero se me ocurrió que podía tener un envase poético y comencé a tratar el mismo tema en poesía y entonces marchó. Hay cosas que he sacado de mi vida, pero otras que he sacado del contorno social, de experiencias que han tenido otros amigos, compañeros, y bueno, marchó muy bien, está traducida a otros idiomas, se ha representado creo que incluso en forma teatral, ha tenido mucha difusión El cumpleaños de Juan Ángel. Creo que es una novela en verso, no es un poema, es una novela en verso.
Usted tiene el poder de comunicar todo lo que nosotros pensamos y decimos...
Muchas veces cuento una cosa que me pasó, precisamente en México, en Guadalajara, donde habíamos hecho el recital con Daniel... Después que terminó el recital, nos trajeron libros y discos para que firmáramos. Entonces vi que se acercaba un muchacho solo y me dijo: «Mire, le tengo que agradecer porque yo la estaba pasando muy mal por problemas familiares, sentimentales, económicos, y yo no aguantaba más, había decidido suicidarme. Un día salí para hacer mis últimas cosas, para una última comida muy frugal que iba a hacer, y me encontré con un viejo amigo en la calle, me dice: ‘¿Qué te pasa?, ¿por qué tienes esa cara?’ Yo no le iba a decir que me iba a suicidar, le contesté: ‘No, pues es que ando muy mal’, y dijo: ‘Mira, tómate el libro’», y el amigo le dio un Inventario mío. Entonces él se lo llevó a casa y el último día, el día previo que él había señalado para suicidarse, visto el libro, lo empezó a leer y lo leyó todo, y «después que lo leí todo, no me suicidé».
Y también vino una pareja, ahí mismo en Guadalajara, una pareja que me pareció, no sé, de un poco menos de 40 años, y me dicen: «Nosotros lo venimos a ver porque estuvimos casados, ahora estamos divorciados, pero nos conocimos a través de su poesía, de Inventario, como fue una cosa importante para nosotros, hoy nos hablamos por teléfono y bueno, vamos a saludar a Benedetti y le contamos esto». Estuvieron hablando conmigo y después se fueron. Y tres días después, el último día que estábamos ahí en Guadalajara, regresaron esos dos: «Venimos a verlo de nuevo porque estuvimos leyendo otra vez Inventario y nos vamos a casar otra vez».
También hay episodios tristes, como la pareja de argentinos que llega con los libros maltratados.
Sí, claro, eso fue cuando volví por fin a Buenos Aires, todavía no podíamos ni ir a Montevideo. Estuve en la Feria del Libro de Buenos Aires y esta pareja trajo mis libros todos manchados, doblados, les dije: «Pero cómo están esos libros, traten mejor a los libros», y respondieron: «No, es que estos libros estuvieron enterrados varios años porque estaban prohibidos y si nos pescaban con ellos nos llevaban presos», y como había vuelto la democracia, desenterraron los libros y los traían para firmar.
¿Qué es lo que le gustaría hacer a Mario Benedetti?
¿Qué me gustaría hacer?
Sí, ahora...
Mi vocación es escribir.
En su obra siempre está la defensa de la alegría y el azar...
No siempre andan juntos, a veces por azar uno llega a una felicidad, a una alegría y otras veces el azar nos trae desgracias. El azar es una cosa incontrolable para el ser humano, uno nunca sabe en qué cosas lo va a meter el azar.
Enzia Verduchi, poeta, editora, coordinadora nacional de Literatura del INBA y autora de Cartas de usurpación y El bosque de la hormiga.
Paréntesis
Acompáñenme a entrar en el paréntesis
que alguien abrió cuando parió mi madre
y permanece aún en los otroras
y en los ahoras y en los puede ser
lo llaman vida si no tiene herrumbre
yo manejo el deseo con mis riendas
mientras trato de construir un río
en sus nubes los pájaros se esconden
no es posible viajar bajo sus alas
lo mejor es abrir el corazón
y llenar el paréntesis con sueños
los pájaros escapan como amores
y como amores vuelven a encontrarnos
son sencillos como las soledades
y repetidos como los insomnios
busco mis cómplices en la frontera
que media entre tu piel y mi pellejo
me oriento hacia el amor sin heroísmo
sin esperanzas pero con memoria
por ahora el paréntesis prosigue
abierto y taciturno como un túnel
Montevideo, 2008
* Este poema pertenece al último libro de Benedetti, en el que estuvo trabajando en los meses recientes, y fue tomado del periódico argentino El Clarín.
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