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El austríaco Michael Haneke festeja gracias a un film de un enorme rigor y exigencia artística. (Foto: AFP)
C iudad Juárez, Chihuahua. 25 de mayo 2009. (RanchoNEWS).- En la 62ª edición, que finalizó ayer, Charlotte Gainsbourg fue distinguida como mejor actriz y Alain Resnais recibió un reconocimiento a su trayectoria. Hubo coincidencia en que la muestra, plagada de nombres consagrados, tuvo un brillo menor al esperado. Una nota de Luciano Monteagudo para Página/12:
«La felicidad es un sentimiento raro, pero puedo decir que en este momento soy feliz». Las palabras del director austríaco Michael Haneke –un cineasta austero si los hay– vinieron solas cuando escuchó de boca de Isabelle Huppert, presidenta del jurado oficial de la edición número 62 del Festival de Cannes, que su película Das weisse Band (El lazo blanco) había ganado la Palma de Oro, el reconocimiento más prestigioso del cine internacional. El realizador y la actriz habían trabajado juntos en La profesora de piano, ganadora del Grand Prix du Jury de Cannes 2001 y no pudieron sino abrazarse arriba del escenario de la sala mayor del festival. En el 2005, Haneke se había llevado el premio al mejor director por Caché-Escondido y ayer coronó su carrera con la Palm d’Or, dedicada en este caso a un film de un enorme rigor y exigencia artística.
Filmada en un ascético blanco y negro, que le da a la película una extraña belleza pero al mismo tiempo la despoja de todo preciosismo formal, Das weisse Band –ganadora también del Premio de la Crítica (Fipresci)– transcurre en un pequeño pueblo del imperio austro-húngaro poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial. Allí Haneke –también autor del guión del film– encuentra una comunidad dominada por una cultura patriarcal y punitiva, basada en una noción de pureza propia del protestantismo extremo que profesa la feligresía local y que se expresa en esos lazos blancos que el pastor coloca en la vestimenta de sus hijos para que recuerden los valores a los que deben responder.
Lo que el film de Haneke va descubriendo poco a poco, con un notable entramado formal –que va sumando misteriosos actos de violencia, cada vez más graves y que conmocionan a todo el pueblo– es que detrás de esos actos aparentemente anárquicos se esconde un Mal que no tiene nada de sobrenatural. Por el contrario, la revelación de quiénes y por qué practican esas brutales acciones disciplinarias no podría ser más terrible. «La enseñanza de valores absolutos no hace más que originar distintas formas de terrorismo, por eso no querría que mi película se considere solamente en relación con el fascismo», afirmó Haneke aquí en Cannes.
El otro momento alto de la jornada de ayer fue cuando Huppert anunció que el jurado que ella presidía había decidido otorgar a Alain Resnais un «premio especial al conjunto de su obra y a su contribución excepcional a la historia del cine». Los 2300 espectadores del Grand Théâtre Lumière se pusieron de pie, se produjo una ovación y Resnais –que participó de la competencia con su singular comedia Les herbes folles (Las hierbas silvestres)– subió elegantemente al escenario con sus 86 años a cuestas y aceptó el reconocimiento «con emoción y gratitud».
El cine francés se vio doblemente recompensado también con el Grand Prix du Jury a Un prophète, quinto largometraje de Jacques Audiard, el relato de iniciación de un muchacho de origen marroquí que cuando entra a prisión parece incapaz de sobrevivir allí siquiera una semana y para cuando sale, seis años después, se ha convertido en el líder indiscutido del penal, capacitado para manejar bandas de distintos orígenes raciales de un lado y del otro de las rejas.
El premio a Charlotte Gainsbourg como mejor actriz por el controvertido Antichrist de Lars Von Trier puede ser interpretado no sólo como reconocimiento a su impresionante trabajo sino también como una forma de compensación después de haberse sometido a las tremendas exigencias del director danés. «Agradezco al Festival de Cannes la audacia de haber seleccionado este film», reconoció Gainsbourg. También tuvo palabras para su madre, Jane Birkin, «que me acompañó durante todo el proceso de rodaje» y para su padre, el célebre chanteur Serge Gainsbourg, fallecido en 1991. «Pensé mucho en él», reconoció su hija.
Por su parte, el actor austríaco Christoph Waltz –hasta ayer casi un desconocido fuera del área de habla alemana– se llevó el premio al mejor actor por su capolavoro como el Coronel Hans Landa, el archivillano de Inglorious Basterds, de Quentin Tarantino, quien ya la semana pasada reconoció que el personaje era tan difícil (tiene que hablar fluidamente cuatro idiomas) que de no haberlo conocido no hubiera filmado la película. La única forma de comprender el premio al mejor guión para la endeble Spring Fever, del realizador chino Lou Ye, es la de darle un estímulo a un director que viene trabajando hace años en la clandestinidad, fuera del rígido sistema de control estatal de su país. «Espero que los realizadores chinos podamos finalmente hacer un cine libre e independiente», declaró Ye. En cambio, es más difícil de entender el premio al mejor director para el filipino Brillante Mendoza, por su Kinatay (Masacre). No es, de ningún modo, una mala película, pero más allá de una única idea de puesta en escena –el largo viaje del día hacia la noche de un novato de la policía de Manila, iniciado en el secuestro, tortura y desaparición de una prostituta– la propuesta de Mendoza se vuelve demasiado obvia, literal. En el rubro dirección, había muchas más ideas en Vincere, del italiano Marco Bellocchio, o en Vengeance, del hongkonés Johnnie To, que terminaron completamente olvidadas por el jurado.
Al margen de las consideraciones que pueda merecer el Palmarés, esta edición del Festival de Cannes mostró en su sección oficial –la Quincena de los Realizadores merece un aparte– algunas particularidades que conviene considerar. Contrariamente a lo que los organizadores habían anunciado el año pasado, prometiendo una competencia más abierta a nombres nuevos y a realizadores emergentes, la edición número 62 de Cannes mostró en cambio que Thierry Frémaux y su equipo decidieron apelar –quizás a falta de mejores alternativas, eso se sabrá recién cuando aparezcan las listas de Venecia y Toronto, a fines de agosto– a aquel viejo recurso que recomendaba el maestro Alfred Hitchcock: «Run for cover». Y ponerse a refugio significó en este contexto recurrir a lo que aquí en Francia se conoce como los «abonados», los directores que una y otra vez han estado en el concurso oficial.
Ya antes del inicio de la muestra, en las páginas de Le Monde, el legendario presidente del festival, Gilles Jacob, justificó esa decisión de Frémaux, su director artístico, diciendo que «las mejores películas las siguen haciendo los mismos directores de siempre». Que en muchos casos son los cineastas que el propio Jacob, en su momento, elevó a la categoría de autores desde que los puso en la vidriera de Cannes, como es el caso de la mayoría de los que pasaron este año por la alfombra roja que se eleva hasta el podio del Grand Théâtre Lumière.
De los históricos de la era Jacob –que se inició en 1978 y, por los cineastas elegidos, parecería que aún continúa– estuvieron en esta edición Von Trier, Campion, Haneke, Noé, Tarantino, Loach, Almodóvar, Bellocchio, Ang Lee y Tsai Ming-liang. De quienes ya corresponden al período de Frémaux, que se inició en el 2001, volvieron Andrea Arnold, Elia Suleiman, Brillante Mendoza, Lou Ye, Johnnie To y Park Chan-wook (el cine asiático y de género se fortaleció con su llegada). Y el caso Resnais debe considerarse definitivamente aparte, porque estuvo por primera vez aquí en Cannes ¡hace más de medio siglo!, con su cortometraje Toute la memoire du monde (1957), sobre la Biblioteca Nacional de París.
El consenso entre la crítica presente en Cannes, sin embargo, es que a pesar de todo este firmamento de estrellas, el brillo fue menor al esperado. Con excepción de Haneke y de Bellocchio, quien con Vincere –injustamente marginada a la hora de los premios– demostró haber regresado a su mejor forma, se diría que el resto de los consagrados no pudo presentar films mejores que aquellos que ya años atrás cimentaron su fama. Inglorious Basterds no es mejor, ni de cerca, que Tiempos violentos, por dar un ejemplo representativo que podría servir para comparar también a Contra viento y marea con Antichrist o a Oldboy con Thirst.
Paradójicamente, Frémaux –en una tendencia que venía creciendo en los últimos años– fortaleció aún más la sección oficial Un Certain Regard, donde hubo películas excelentes, que hubieran merecido quizás estar en competencia, para cumplir con aquella promesa de renovación. Por caso, Police, Adjetive, del rumano Corneliu Porumboiu, Air Doll, del japonés Hirokazu Kore-eda, o Independencia, de Raya Martin. Será cuestión de esperar a Cannes 2010 para saber si los conocidos de siempre renuevan su abono o si aparecen nombres nuevos en la alfombra roja del festival.
Entrevista, Michael Haneke
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