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El autor de Trauma, retratado en 2005. (Foto: Ricardo Gutiérrez)
C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de mayo 2009. (RanchoNEWS).- «Me interesa el terror como desintegración de la personalidad» dice el autor británico, reconocido por mostrar la psiquis de sus personajes, en la entrevista de Andrea Aguilar para El País:
Se enamoró de una pintora húngara en Amsterdam y decidió seguirla a Nueva York. Corrían los años ochenta. El romance terminó, pero Patrick McGrath (Londres, 1950) decidió quedarse. Lo cuenta divertido en una fiesta del Paris Review of Books donde saluda calurosamente a amigos y conocidos, como Gay Talese o Edmund White. El británico de exquisito acento pertenece a una distinguida tribu de escritores neoyorquinos.
Un par de años antes de aterrizar en Manhattan, en junio de 1979, había decidido hacerse escritor. Hizo las maletas y se plantó en México dos meses para concentrarse a fondo en su recién descubierta vocación. Pero fue en Nueva York donde su trabajo como escritor cobraría forma y peso. «Es una ciudad muy potente y muy competitiva. No puedes ser perezoso. Recibí influencias de otros campos culturales», explica. Cuando llegó, el espíritu gamberro de la fábrica de Warhol marcaba el credo artístico. El joven inglés encontró tras las latas de sopa, el pastiche, la caricatura y la copia una nueva libertad, que escapaba del asfixiante realismo. Él orientó su prosa depurada hacia el género de terror. Publicó sus primeros cuentos y se adentró en el mundo de la demencia en novelas como Locura y Spider, dos de sus obras más celebradas. Al fin y al cabo, McGrath pasó su idílica infancia en un hospital psiquiátrico de alta seguridad donde los pacientes cumplían condena. Su padre era el psiquiatra jefe.
Alto, corpulento y risueño, McGrath habla unos días después acerca de su nueva novela, Trauma (Mondadori), en el salón de su bello y amplio apartamento situado en los aledaños del puente de Brooklyn, el lado más chic y bohemio de Tribecca. Cuenta que el verano lo pasa en Ibiza, en la finca de la familia de su esposa la actriz Maria Aitken. Este nuevo libro ha traído la imaginación de McGrath al fin a Manhattan. Es la primera obra que sitúa totalmente en Nueva York con un casting totalmente norteamericano. Charlie, un tímido y retraído psiquiatra neoyorquino especializado en tratar traumas, lucha contra la depresión y ahuyenta los fantasmas de su recién fallecida madre y de su cuñado veterano de Vietnam. Por el camino recorta distancias con su ex mujer, se enamora e intenta sobreponerse a la hostilidad que siente hacia su hermano, un exitoso y extrovertido pintor.
¿Llegó la hora de escribir sobre Nueva York?
Bueno, después de tantos años aquí me he ido desplazando paulatinamente hacia la reflexión sobre la ciudad que conozco y quiero. Quería escribir una historia de Nueva York.
¿Qué caracteriza esas historias?
En ellas están el look del lugar, las complicadas relaciones humanas que se establecen, el carácter de la arquitectura, la sofisticación de los neoyorquinos y la mezcla.
La década de los setenta es una especie de mito colectivo en esta ciudad. Sin embargo, Trauma está exenta de la nostalgia del Nueva York salvaje.
En aquellos años las calles eran peligrosas, había crack y luego llegó la epidemia del sida. Quería evitar caer en ese romanticismo, en la idea de que eso era cool. Cuando el personaje está en la calle sí se nota que es un lugar ruidoso y peligroso; hay una vulnerabilidad que atemoriza, y éste a menudo era realmente el caso. Había más peligro y sentías que eras una presa fácil para los hombres violentos.
¿Un psiquiatra como el protagonista de su novela es parte de la fórmula netamente neoyorquina?
Es un personaje típico de esta ciudad, pero yo no quería sonar como Woody Allen. No quería que Charlie fuese gracioso, quería que sus problemas fueran serios. Si te preocupas en exceso y no tomas una decisión la depresión y la desesperación se vuelven algo cómico. Yo quería dejar claro que lo que le pasa a Charlie es importante, no es una broma.
Soldados veteranos, una mujer objeto de abusos y un homicida involuntario son algunos de los pacientes traumados que Charlie trata. ¿Es la violencia la única raíz del trauma?
A los traumatizados podríamos clasificarlos en tres tipos. Por un lado están los soldados que han sido expuestos a una violencia muy explícita. Luego están las mujeres que han sufrido palizas o han sido violadas y, por último, están los niños que han sido objetos de abusos.
¿Por qué se fijó en este tema?
Me interesó a raíz del 11-S. Hubo gente que sufrió un trauma al ver las imágenes en televisión y otros que lo vivieron en directo y no lo padecieron. Pero Nueva York se convirtió en una ciudad traumatizada. En un principio, con esta novela quería hablar de esa experiencia del horror profundo.
¿Cómo dio con Charlie?
Pensé en escribir sobre una mujer que después del atentado siente que necesita salir de Nueva York y se marcha al Caribe. Allí se da cuenta de que el trauma la persigue y llama a su psiquiatra, un especialista en este tema, para que vaya a verla. Entonces pensé en ese personaje y en lo que él debería saber. Empecé a leer libros de psiquiatría hasta que di con el texto de referencia Trauma y recuperación, de Judith Hermann. Descubrí que una memoria traumática fuerte puede ser una pantalla, un reflejo de un trauma anterior.
Los problemas psiquiátricos son una constante en su ficción.
Sí, mi imaginación siempre ha girado en torno a estos temas. He tratado la locura, la esquizofrenia y las obsesiones. Siempre me gustó el género de terror: Drácula, Frankenstein y las novelas góticas. Cuando crecí y me hice escritor me interesó menos el terror en sí y más los personajes, su experiencia de pesadilla, el horror mental de la gente trastornada. El terror como resultado de la desintegración de la personalidad.
¿Su querencia por estos temas guarda alguna relación con su padre psiquiatra?
Mi padre sirvió como médico en el frente durante la Segunda Guerra Mundial, cuando acababa de graduarse. En Burma y China se dio de bruces con un gran descubrimiento al darse cuenta de que los soldados sobrevivientes estaban más dañados psicológica que físicamente. Los efectos mentales del combate eran devastadores. El trauma fue lo que inspiró su carrera como psiquiatra.
Su novela habla del síndrome de estrés postraumático que sufren los veteranos de Vietnam, un asunto que mantiene plena vigencia. El Ejército estadounidense ha negado la cruz morada –y los beneficios médicos que conlleva– a los soldados que lo sufren a su vuelta de Irak y Afganistán.
Las cifras actuales de soldados que lo padecen son espeluznantes. He leído bastante sobre este tema. Desde la Primera Guerra Mundial se empezó a identificar esta dolencia y se le ha llamado de varias maneras. Pat Baker habla de esto en su trilogía sobre aquella contienda. Jonathan Shay en Aquiles en Vietnam analiza la Ilíada y demuestra que el guerrero griego presenta los mismos síntomas que un soldado de Vietnam traumatizado. La ambivalencia que genera la guerra produce un daño profundo, graves heridas psicológicas. La «enfermedad del soldado» es la barbarie de la guerra, un aspecto que la humanidad aún no ha resuelto.
¿El trauma se hereda?
Bueno, en los estudios sobre el abuso a menores que manejan los profesionales se habla de algo que llaman «el fenómeno del vampiro». En algunos casos el abusado se convierte en abusador, y el trauma pasa de una generación a la siguiente como un virus.
Charlie habla de la falsificación de la memoria de los «ajustes, abreviaciones, invenciones, incluso la omisión de la experiencia», como de la sustancia misma de la psique. ¿Es ésta también la clave de la literatura?
La literatura permite imaginar. En ella hay algo muy fino, muy delgado que es la experiencia humana, como en el caso de Tolstói. Está hecha de mentiras verdaderas. El artista selecciona cuidadosamente ese material y emplea la imaginación. Esta selección meticulosa nos ayuda a explicarnos ante los demás.
¿Hay un poso de realidad?
Bueno, los escritores disfrazamos a los personajes. Pero mi mujer siempre sabe de quién estoy hablando.
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