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Cartel del evento. (Foto: Archivo)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 12 de junio 2010. (RanchoNEWS).- Más por menos. Ése es ahora el objetivo. Tras años de excesos protagonizados por arquitectos estrella y políticos inexpertos que confiaron en sus espectaculares edificios para relanzar sus ciudades, siguiendo la estela de Bilbao y su Guggenheim, la arquitectura se enfrenta ahora al reto de ofrecer más por menos. Es decir, de proponer edificios más atentos a las auténticas necesidades de la sociedad, y menos costosos en lo relativo a materiales, esfuerzo, dinero o tiempo. Lo que era un deseo latente en años recientes se ha convertido, crisis económica mediante, en una urgencia. En pos de soluciones y bajo el auspicio de la Fundación Arquitectura y Sociedad, que inspira el arquitecto navarro Patxi Mangado, se ha celebrado en Pamplona un simposio, desde el miércoles hasta ayer, en el que han participado algunos de los principales arquitectos mundiales. Entre ellos, premios Pritzker como el italiano Renzo Piano, el suizo Jacques Herzog o el australiano Glenn Murcutt, y profesionales emergentes como Alejandro Aravena (Chile) o Diébédo Francis Kéré (Burkina Fasso). Y también pensadores como Slavoj Zizek o académicos como Moshen Mostafavi o Mark Wigley. Sigue un relato de algunos de los puntos álgidos de esta reunión, en la que han participado 500 congresistas y en la que se han acreditado un centenar largo de periodistas. Una nota de Llátzer Moix para La Vanguardia:
Duelo Murcutt-Herzog. El congreso se inició con un vibrante debate entre Herzog, Piano y Murcutt. Al presentarlo, Luis Fernández Galiano, organizador del encuentro, recordó a su maestro Alejandro de la Sota y citó su frase «los arquitectos damos liebre por gato», refiriéndose a que ofrecen a la sociedad más de lo que ésta les pide. Piano le secundó afirmando que «la obra de un arquitecto es como un iceberg: tan sólo se ve una pequeña parte de lo que es y del trabajo que supuso». Este plácido inicio se vio turbado por un Herzog más beligerante. En su opinión, «lo principal en arquitectura es la belleza, por encima de la sostenibilidad, que ya es una obviedad, puesto que la atendemos de oficio».
Murcutt, que había empezado señalando que antes de proyectar hay que conocer el corazón de la naturaleza y trabajar con materiales del lugar, económicos, con el máximo respeto al entorno, rebatió a Herzog con estas palabras: «La belleza de una obra es consecuencia de muchos factores, desde su emplazamiento hasta su sostenibilidad. Todavía no hay suficiente conciencia en el mundo de los retos ecológicos. La naturaleza importa mucho. También el dibujo. A veces parece que los ordenadores lo resuelven todo. Y no es así».
Piano terció para reivindicar las nuevas tecnologías, así como su rapidez, aún admitiendo que «con ellos podemos ser más rápidos y también más estúpidos, y eso es malo, porque en esta profesión, cuando te equivocas, es para siempre».
Ya algo enojado, apegado a su terreno y a la sencillez, Murcutt preguntó a sus colegas: «¿Cuánta gente trabaja en vuestro despacho?». «400», «180», respondieron Herzog y Piano. «Pues bien –sentenció el australiano–, en el mío trabajamos yo y mi mujer. Hay algo más importante que hacer proyectos enormes, como vosotros. Cuando un estudio tiene proyectos de esas dimensiones son dichos proyectos los que acaban dirigiendo el despacho. El mío, en cambio, sigo dirigiéndolo yo».
Aravena, terremoto chileno. A estas disquisiciones, tan aplicables al futuro como al pasado, las siguió un ejercicio de concreción y acción a cargo del joven arquitecto chileno Alejandro Aravena, que protagonizó, junto al colombiano Giancarlo Mazzanti, una de las sesiones más luminosas del congreso. Aravena presentó distintos proyectos en los que ha operado con menos materiales, esfuerzos, dinero o tiempo de lo habitual, recurriendo a innovadores sistemas de acción. Desde una silla baratísima, reducida a una cinta que sostiene al sedente rodeándole la espalda y los brazos -«el progreso se logra a veces cambiando la pregunta inicial: no te preguntes cómo hacer una silla, sino cómo sentarte»- hasta sus planes para combatir los efectos del terremoto de Chile. Auténtico cruce de arquitecto y gestor de crisis, Aravena relató su plan para resolver el suministro de agua potable el día 1 tras la catástrofe, para proveer viviendas de emergencia el día 10, y para proponer un proyecto de reforma urbana contra los efectos del temblor en una población costera el día 100. Hoy Aravena es el encargado de reconstruir la localidad de Constitución. «Difundimos, por iniciativa propia, una serie de estrategias propias a través de televisión, radio, Youtube, etcétera. La gente las siguió y empezó a reaccionar. Luego el estamento público nos contactó y trabajamos coordinados».
Burkina-Alemania-Burkina. El arquitecto Diébédo Francis Kéré, de Burkina Faso, formado y residente en Berlín, ha sido otra de las estrellas. Su obra más conocida es una escuela en su país, por sólo 30.000 ¤, fabricando los materiales, contando con sus vecinos y aplicando sistemas que mejoran las condiciones ambientales sin gasto energético. «La arquitectura icónica no tiene ningún sentido. Pero si a mí me encargaran uno de esos edificios diría que sí, y con el dinero que ganara me iría a Burkina para hacer más escuelas –dijo el conmove dor Kéré–. La arquitectura tiene sentido si atiende necesidades. Debemos reconocernos en la arquitectura que usamos. Tras la primera escuela tuvimos otros encargos. Algunos de mis amigos en Burkina ha ganado dinero con estos proyectos suficiente para comprarse una bicicleta y casarse. Eso allí es mucho».
Ideas en tiempos de crisis. El fantasma de la crisis económica ha planeado sobre el congreso. Pero los congresistas han opinado, en su mayoría, que se puede combatir desde la arquitectura, incluso con recursos mínimos. La francesa Anne Lacaton recordó sus años africanos, cuando vio a mujeres desprenderse del vestido para crear un mínimo muro que les diera sombra y les protegiera del sol: «No hay límite para las formas de pensamiento arquitectónicas, ya sean sencillas o complejas», dijo. Víctor López Cotelo recordó una vivienda minúscula que construyó en Rodalquilar, donde el jardín se reducía a "aprovechar la palmera del vecino». Y el norteamericano de origen costarricense Carlos Jiménez halló un mensaje de esperanza para estos tiempos de cambio y restricciones en unos versos de Lorca: «Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos». «Nuestro oficio –indicó Patxi Mangado– ha vivido tiempos en los que faltaba inteligencia arquitectónica y se derrochaban recursos; en los que no había una relación razonable entre objetivos y medios. Eso se ha acabado. Es la hora del más por menos».
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