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Un momento de la gala dedicada a Bernstein en Taormina. (Foto: Taormina Arte)
Ciudad Juárez, Chihuahua. 25 de agosto 2010. (RanchoNEWS).- Los teatros romanos ofrecen su propio circuito ilustrado. Una ruta en gran parte marcada por la cercanía del Mediterráneo que ya en su día recibió el nombre de Los teatros de piedra. A ellos se refirió Stendhal y los dibujó Piranesi. Ahora, estos espacios monumentales viven un florecimiento estival, que les depara nuevos usos escénicos. Así vive agitadamente el Teatro Antiguo de Taormina, Sicilia, donde el escenógrafo Enrico Castiglioni, nuevo director de Taormina Arte, ha decidido en la programación de 2010 llevar el experimento hasta sus últimas consecuencias con seis espectáculos de danza y ballet que abarcan desde los clásicos hasta el flamenco experimental. Una nota de Roger Salas para El País:
El Teatro Antiguo de Taormina es griego. Luego tuvo varias etapas romanas en su haber, como atestiguan esos restos que parecen un poussin inconcluso, de día o de noche, con su imponente panorama entre los muros y columnas abriéndose al golfo. Hay una noche al año, la de las lágrimas de San Lorenzo, en la que no hay nada como ver las estrellas fugaces desde el teatro antiguo de Taormina. Este año la celebración se regó con música.
Sonó Giselle, El lago de los cisnes, una versión neoexpresionista y aflamencada de Don Quijote (con la participación del madrileño José Merino en el papel de Sancho Panza). Se celebró una noche de tango, otra de coreografías modernas y una gala dedicada al compositor Leonard Bernstein (no podía faltar Espartaco). Lo cierto es que todos los estilos de baile casan de maravilla con el sitio.
El poderío estético de Taormina bien podría servir de imaginario eje sobre el que hacer girar un proyecto emocionante, europeo y alentador, de ligar todos los teatros romanos del Mediterráneo en una actividad común, única. Lo más viable por ahora, según comentan sus gestores, es llegar a coproducir un espectáculo único que luego gire, desde el Norte de África hasta Italia y España, con sus tres importantes foros en el punto de mira: Itálica, Sagunto y Mérida. Hasta ahora, el único interesado es Sagunto, que ha estrenado este verano Sangrepura 2.0, nueva versión de Ramón Oller para los Ballets de la Generalitat en la que jugó con la amplitud del espacio monumental. El teatro de Itálica no tiene fecha de apertura. Y en Mérida parecen tener otros planes.
El proyecto en el futuro también tocaría el sur de Francia. Por ahora, el laboratorio Les danseurs napolitains se ha limitado a tres plazas locales: Paestum, San Leucio y Pompeya. En los tres, el público ha bendecido la idea, que tiene un vestuario prodigioso de Annamaria Morelli.
La audiencia también respondió favorablemente a la Gala Bernstein, que trajo a Taormina un elenco de lujo encabezado por dos españoles, primeras figuras del New York City Ballet: Gonzalo García y Joaquín de Luz. También estuvieron los del Ballet de Hamburgo recreando una pieza de su director, John Neumeier, con el siempre elegante vestuario de Giorgio Armani. El trío de palpitante desamor desarrollado por Silvia Azzoni, Otto Bubenicek y Olesksandr Ryabko fue de una intensidad emocional que sumió a los más de 3.000 espectadores en un silencio reverencial. Cerró la velada Fancy Free, clásico que nunca falla.
En Pompeya ha sido La consagración de la primavera de Igor Stravinski en versión coreográfica de Ismael Ivo la pieza encargada de cerrar el primer ciclo de danza del Festival Campania en el Teatro Grande, tras más de 25 años de restauración y adecuaciones al uso moderno. Hace un año todavía la idea resultaba quimérica: una nueva obra de danza de gran formato coproducida por los festivales de la región.
En febrero, los bailarines tuvieron un primer contacto, una especie de taller que tuvo como residencia un antiguo granero de Paestum, al lado de los archifamosos templos griegos arcaicos, imponentes en su silueta y en el magnetismo que aún son capaces de desprender.
Maria Teresa Scarpa, encargada en Paestum de la producción conjunta, cuenta cómo Ivo llevó a los bailarines (siete hombres y siete mujeres) más allá de la base de las columnas estriadas, en pie desde el siglo V antes de Cristo. La experiencia fue abrumadora. Ivo les dejó improvisar una vez estaban dentro del templo, protegidos por la columnata y los dinteles milenarios. El propio coreógrafo sintió el efecto de esa arquitectura sagrada y ancestral, su poder, y decidió que el montaje sería una Consagración de la primavera en siete escenas: El jardín de los misterios, La tierra perdida, El cuerpo sensorial, El deseo, La identidad, La explosión y La primavera. A finales de julio fue representado con los templos de fondo como una celebración del alma mediterránea. Mejor decorado, imposible.
La consagración de la primavera presentada en Pompeya discurre por casi 70 minutos de baile y de una lluvia literal de pétalos de rosa. Los trajes de Morelli también se han inspirado en la rosa de Paestum, una variedad que ya cantó Ovidio (usada por los famosos perfumistas de Capri) y que ahora, dentro de la designación de Parque Natural, están empeñados en recuperar.
El efecto no es solo poético, sino grandioso.
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