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lunes, agosto 02, 2010

Música / Alemania: «La mujer silenciosa», de Strauss y Zweig, triunfa en Múnich

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Diana Damrau (primera por la derecha), en La mujer silenciosa. (Foto: El País)

Ciudad Juárez, Chihuahua. 2 de agosto 2010. (RanchoNEWS).- El Festival de Ópera de Múnich tiene una fórmula muy sencilla, de esas que llaman al pan, pan, y al vino, vino. Su filosofía es reponer durante algo más de un mes los mejores montajes de la temporada lírica regular y complementar esta programación con un par de nuevas producciones. Una de ellas ha sido Die schweigsame frau (La mujer silenciosa, 1935), de Richard Strauss, con el libreto que Stefan Zweig escribió a partir de una obra de Ben Johnson. Strauss la consideraba su «ópera cómica» y no le faltaban razones para ello. Una nota de J. Á. Vela Del CAMPO para EL País:

La primera vez que se representó en Múnich fue en 1947 en el Pinzregententheater, la sala que emula el teatro de la verde colina de Bayreuth. Es el mismo espacio en el que ahora tiene lugar la imaginativa, ágil y hasta descacharrante lectura de Barrie Kosky, el director de escena australiano que a partir de 2012 se va a hacer cargo de la Ópera Cómica de Berlín como intendente. Kosky posee una comicidad de buena ley que bordea el esperpento sin perder la cordura. La entrada de los comediantes en el primer acto –con sus disfraces de La valquiria, Rigoletto, Escamillo, Butterfly, La traviata, Salomé o Falstaff– es sencillamente antológica. La dirección de actores es ejemplar con retratos sublimes del ama de llaves, de Aminta, del barbero y de Sir Morosus, el protagonista melancólico que aspira por encima de todo al silencio. Diana Damrau está genial en su cometido y a la zaga se sitúan Toby Spence, Franz Hawlata, Nicolay Borchev o Catherine Wyin-Rogers.

En la dirección de orquesta, Kent Nagano se mostró seguro, pero sin lograr los mismos niveles de inspiración que lució en Lohengrin el día anterior, un Lohengrin que echaba un pulso al de Bayreuth y que contaba con dos mujeres de la categoría de Anja Harteros y Waltraud Meier. Se defendió Robert Dean Smith y naufragó en la puesta en escena Richard Jones, con una intencionalidad poética que resultó insuficiente.


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