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Fotograma inédito de El gran dictador, descubierto la semana pasada en los archivos de Chaplin en Bolonia (Italia). (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 11 de julio 2011. (RanchoNEWS).- Taberna Beer Garden, plano general. La cámara capta a Hynkel de espaldas, sentado encima de un barril. Las manos en el aire, está pontificando frente al gordo y tontorrón Herring, que será su ministro de Guerra, y a Garbitsch, afilado futuro titular de Propaganda. De repente, Hinkel se levanta. La cámara Dolly se acerca a sus nalgas, donde la madera ha dejado impresa la marca de la cerveza, dos pequeñas cruces. Él se mira y exclama entusiasta: «¡Qué bonita imagen para representar mi Imperio!». Una nota de Lucia Magi para El País:
Se trata de un extracto del guión que Charlie Chaplin escribió para El gran dictador. La escena representaba el nacimiento de aquel símbolo que parodia la esvástica nazi y atrapa en la ficción cinematográfica a los fanáticos de un régimen que pretendía dominar el mundo. La escena no aparece en la versión definitiva de 1940. Hasta hace una semana nadie sabía que el artista llegó a interpretarla en 1938. El País publica en exclusiva la única foto del rodaje de esa escena, la última irreverente bofetada que Chaplin destina al Führer: su vacua retórica triunfante brota por casualidad una noche de borrachera.
Es la primera película en la que el genio inglés utiliza integralmente el sonido, en la que escribe un guión con diálogos, movimientos de escena, focos y cámaras. Le costó tres años de trabajo intenso (de 1937 a 1940), 45 versiones distintas y una montaña de recortes, apuntes y castings. «Preparar un guión es como cultivar un árbol: lo riegas, lo abonas. Crece, crece y al final debes sacudirlo para que se caigan las hojas que sobran», confesaba Chaplin a Jean Cocteau. Estaba acostumbrado a desarrollar sketches, a usar su instinto para dirigir o a acaparar la escena, no a trabajar de la forma organizada que le imponía el sonido. Por eso, la parodia del Tercer Reich constituye el apartado más voluminoso de su archivo.
Chaplin fue un escrupuloso conservador de su obra. Todo lo que produjo hasta su muerte en 1977 pertenece a su familia, a la Asociación Chaplin de París, dirigida por su hija Josephine y su asistente Kate Guyonvarch. El material de 60 años de vida y cine –más de 130.000 archivos entre guiones, notas de rodaje, cartas, contratos, fotogramas y fotos– se conserva en Bolonia. Los estudiosos de la filmoteca municipal lo catalogan, restauran y digitalizan. «Lo ponemos a salvo», dice Cecilia Cenciarelli, que coordina el proyecto
[se puede consultar en línea: www.charliechaplinarchive.org]. «De El gran dictador tenemos más de 5.000 folios». La semana pasada, Cenciarelli estaba preparando un congreso sobre la película y, buceando, encontró un negativo denominado Double cross. Lo reveló y entre sus manos apareció la escena de la taberna Beer Garden, con el bautizo de aquella ideología fatal y megalómana en un barril de cerveza en lugar de una pila bautismal.
«Ahora sabemos cómo a Chaplin se le ocurrió la parodia de la esvástica o, mejor dicho, cómo quería que se le ocurriera a Hitler-Hynkel: de forma frívola, casual. En inglés, double cross significa hacer un doble juego, engañar. De la misma manera que Herring significa arenque y Garbitsch suena como garbage (basura)». Kevin Brownlow, el mayor experto de Chaplin del mundo, comentó emocionado el hallazgo: «Ni yo sabía que la escena había sido rodada. Significa que era crucial para él».
El historiador del cine –que dedicó un precioso documental a las afinidades entre Hitler y Charlot, que además de compartir bigotes y la fuerza escenográfica, también nacieron con solo cuatro días de distancia en abril de 1889– estaba en Bolonia para dar una charla sobre otra importante novedad en el universo Chaplin. Aunque este siempre se mostró riguroso a la hora de conservar y tutelar su obra, mientras rodaba El gran dictador un colaborador le robó bastante material. «En el set trabajaba un periodista», cuenta Cenciarelli, corresponsal de la revista francesa Cinemonde, «que era un verdadero fetichista chapliniano, Robert Florey. De vez en cuando le sustraía unos recortes de cinta, negativos o fragmentos de guion que el director descartaba. Preparó un álbum que regaló a su redactor jefe y que los herederos interceptaron y lograron adquirir hace poco en una subasta de Christie's». De allí salió otro fragmento inédito de la estrella cómica: una página llena de indicaciones del director para la actriz Paulette Goddard.
«Es la primera prueba escrita de cómo Chaplin dirigía a sus actores. Solíamos pensar que él mismo interpretaba la escena y luego pretendía de ellos nada más que una emulación suya. Ahora descubrimos que no siempre fue así», concluye Cenciarelli.
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