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Sophie Cassegrain durante la representación de Coppélia del ballet Víctor Ullate. (Foto: Josep Aznar)
C iudad Juárez, Chihuahua, 5 de enero 2012. (RanchoNEWS).- La obra que inspira el ballet Coppélia es el tenebroso cuento de Hoffmann titulado Der Saderman y también subtitulado ocasionalmente en ballet La muchacha de los ojos de esmalte en alusión a la muñeca autómata, un relato que ya mereció el interés del propio Sigmund Freud, que le dedicó un enjundioso ensayo. Los guionistas originales del ballet de 1870 aligeraron la historia, y esos cambios, que han pervivido hasta hoy, se han adaptado a corrientes estéticas diversas. Una nota de Roger Salas para El País:
Coppélia arrastra fama de mal fario. La primera intérprete, Giuseppina Bozzachi, murió tísica a los 18 años, pocos después del estreno en París, que fue preludio de revueltas sangrientas.
Ya una vez, Roland Petit hizo del personaje de la muñeca una creación memorable y llena de misterio; también Maguy Marin, con el Ballet de Lyon, hizo la suya, donde salía replicada de una fotocopiadora hasta el infinito, entrando ya ahí el mundo actual de la tecnología y los inventos modernos. Desde entonces, Coppélia va y viene, sueña desde el pasado y, frecuentemente, viaja al futuro.
Los bailarines de la compañía de Víctor Ullate aparecen muy preparados, son virtuosos cuando se les exige, y entregan una función llena de vitalidad y energía. El reparto cumple con los caracteres de un relato llevado al terreno de la robótica y la cibernética, con un aire local de retrofuturismo que Pedro Moreno en el vestuario y Carles Pujol en la escenografía enfatizan con audacia, remiten al filme Metrópolis y luego amalgaman en una mezcla de épocas y guiños diversos.
La bailarina francesa Sophie Cassegrain está soberbia en el papel de la muñeca que cobra vida. Su técnica es segura y limpia. Su caracterización alude al mecanicismo de los movimientos, pero los engarza con soltura en la música de Delibes, siempre armónica y amable. El napolitano Luca Giaccio se mostró como un partenaire solícito y atento a su compañera, bailó con arrojo y mostró sus cualidades de actor, pues este Franz no es como el clásico estandarizado, sino que va a otras claves, a veces en lo cómico y después en lo lírico. Resulta, en todo ese ambiente, muy extraño el personaje del DJ, claramente inspirado en la estética de Paco Clavel y su chirriante colorismo de tonos eléctricos, dando lugar a un desencuentro formal del trabajo de conjunto.
En cuanto a la estructura, las danzas características y más emblemáticas (española y giga escocesa) han sido convertidas en pasos a dos acrobáticos, pero lejos del acento vernáculo que marca, desde lejos pero con firmeza, una partitura eterna. En el caso de la danza española, la simiente del bolero clásico es una verdad incontestable.
La velada de danza estuvo precedida de una chocolatada para los más pequeños y de unas demostraciones didácticas sobre los secretos del ballet, lo que resulta una estupenda iniciativa para el fomento de los nuevos públicos del futuro. Quizá en parte por ese prólogo aleccionador, la gran cantidad de pequeños que ocupaban y casi llenaban el teatro se mantuvo casi sin excepciones en su sitio y con la concentración digna de adultos.
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