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El agente literario se dedica desde hace 46 años a la industria editorial. (Foto: Pablo Dondero)
C iudad Juárez, Chihuahua, 5 de enero 2012. (RanchoNEWS).- Representa a Ricardo Piglia, Paul Auster y Adrián Paenza, entre otros. Sabe que es «el malo de la película», pero sostiene que con los cambios experimentados en el mundo editorial, el agente literario es hoy «el único interlocutor estable» para el escritor. Una entrevista de Silvina Friera para Página/12:
Nadie diría que este hombre amable, de hablar acompasado y ademanes distinguidos, encarna al «malo de la película» en el imaginario de una pequeña tribu cultural. Al menos no se diría en este café, sobre la Avenida del Libertador, donde las formas y los modales parecen sancionar conjeturas apresuradas, malos pensamientos y hasta el ruido natural de las tazas, los platos y las cucharas. Nadie diría que Guillermo Schavelzon, uno de los agentes literarios más importantes en lengua española, tiene 66 años. «Yo soy mucho más grande de lo que parezco, hace 46 años que trabajo en la industria editorial, es mucho tiempo», dice el agente que representa a Ricardo Piglia, Elena Poniatowska, Marcela Serrano, Héctor Tizón, Martín Kohan, Adrián Paenza, Andrés Neuman y Oliverio Coelho, entre otros. En octubre del año pasado estuvo en el ojo de la tormenta de la Feria del Libro de Frankfurt, cuando se difundió una noticia de alto impacto en el mundillo de la edición. Paul Auster, autor representado por Schavelzon, firmó contrato con Seix Barral, del grupo Planeta, para relanzar su obra completa en ediciones de bolsillo. El lanzamiento será en simultáneo en España y en América latina, el próximo 3 de febrero, cuando el escritor norteamericano –un histórico de la editorial Anagrama de Jorge Herralde– cumpla 65 años.
«Tengo ganas de hablar, aunque no me gusta mucho», dice Guillermo Schavelzon a Página/12. Hace diez años que reside en Barcelona, donde instaló su agencia literaria, después de haber sido editor y director de Alfaguara, del grupo Planeta en Argentina y de la editorial Nueva Imagen (México). «Herralde sigue siendo el editor de Auster, que publicará su próxima novela, Diario de invierno, por Anagrama –aclara–. La situación es muy simple: es muy habitual en España, en toda Europa y mucho más en Estados Unidos, que un autor publique en una editorial mientras que las ediciones de bolsillo de su obra las publique en un sello especializado en el mundo del bolsillo como Seix Barral. Auster no dejó a Herralde; simplemente hay un proyecto de ampliación de los lectores que se canaliza a través de las ediciones de bolsillo. ¿Que es una noticia importante? Creo que más para los periodistas que para los lectores. Los lectores quieren los libros a precios accesibles y que se consigan. Mi función como agente es que haya una gran pila de libros de Auster en todas las librerías, todos los días del año. Eso es todo».
Aunque la explicación parezca simple, sabe que el rol del agente literario no suele ostentar las mejores calificaciones en el rubro reputación. «La figura del agente literario como malo de la película ha sido fomentada por un gran agente norteamericano, Andrew Wylie, un hombre que comunica muy bien y al que le gustan los escándalos –plantea Schavelzon sobre su colega, apodado «El Chacal»–. El agente literario es un profesional intermedio que tiene cierta participación en el mundo editorial. Todo lo demás es pura imaginación; hay mucha exageración».
¿Por qué se produce esta exageración?
Los medios de información y los lectores son muy lentos para aceptar las transformaciones, entonces el agente literario que uno tiene en mente es Carmen Balcells, una mujer absolutamente genial que estableció las pautas de trabajo hace 30 años, cuando no existía ni el mundo digital ni el correo electrónico. El negocio del libro se ha modificado totalmente. El rol del agente literario es mucho más importante, pero menos sonoro, porque el proceso de concentración de la industria editorial generó una reducción importante del área editorial de todos los grupos y un crecimiento significativo del área comercial y de marketing. Por lo tanto, los editores que tenían una intensa relación con los autores no la pueden tener más por el exceso de libros al año con los cuales trabajan y porque los directores de las empresas entienden poco de ese trabajo tan raro del editor –que es acostarse muy tarde y levantarse muy tarde y no usar corbata–, tan informal en relación con la disciplina corporativa. Al mismo tiempo en este proceso de concentración, los editores encontraron que para progresar profesionalmente deben cambiar de editorial, y empezó una circulación de editores de una editorial a otra, que en mercados más chicos como Argentina es más lenta, con lo cual el autor fue descubriendo que el único interlocutor estable es el agente literario.
¿Cómo impacta el mundo digital en la función del agente literario? Se ha dicho que en el largo plazo podría ser una figura que perdería relevancia, que podría ser suprimida de la cadena de la edición.
A la larga, todas las figuras humanas van a ser suprimidas y quedarán Amazon y Google. Puede ser, pero no me suena... Hay una gran transformación en el mundo y creo que el proyecto digital es muy interesante, pero es de escaso interés en el corto plazo y en nuestra lengua. No tengo ninguna duda de que todo trabajo digital terminará en manos de Amazon, Google, Apple, o sus sucesores y similares. Y comenzarán por suprimir al librero, luego al editor de papel, al agente literario, y el día que el software lo permita al autor. Sólo entonces existirá algo que será tan diferente a lo que llamamos libro que entramos en el terreno de la ciencia ficción. Es difícil que un artefacto tan perfecto como el libro, que tiene cinco siglos, pueda acabar en cinco años. A lo mejor dentro de cien años no existe más; pero ninguno de nosotros va a estar para verlo.
Ante la situación económica española, ¿la edición de bolsillo permitió que la crisis se sintiera menos en el mundo editorial?
No, lo que salva a la industria editorial española es América latina y no el libro de bolsillo. Toda la caída de ventas de libros de las mayores editoriales españolas se compensa con el aumento importante de la venta en América latina, con la estabilidad política, económica y el crecimiento de la región. América latina hoy es lo que sería China desde el otro lado.
Parece el «mundo al revés», si se piensa apenas cómo era el panorama de la región diez años atrás...
Tal cual, cuando las editoriales se retiraban de América latina. Por eso me pareció improcedente lo que sucedió con el cierre de la importación de libros en el país. No soy un lobbista de la industria editorial española y me parece inteligentísimo que un gobierno tenga un programa de reemplazo de importaciones. Pero esto se hace de manera planificada y con tiempo. Hay que financiar la renovación del parque gráfico, que en Argentina es muy anticuado; hay que comprometer a los editores a una reducción de la importación y a un aumento de la fabricación nacional y de la exportación. Si se hace de manera gradual y controlada, es la mejor política que un gobierno puede tener. Pero de manera compulsiva, como sucedió con los containers de libros que estuvieron retenidos en la aduana, les hace un flaco favor al país y a su imagen comercial en el exterior. Creo que fue una metida de pata.
Pero el fondo de esa política, que se produzcan más libros acá, parece inobjetable.
Sí, esa política es inobjetable y además es factible. Hubo un fallo en cómo se intentó implementarla.
Algunos editores plantearon que el problema es que hay determinados libros que, por la calidad de papel que requieren, tienen que ser hechos en el exterior. Como el papel paga IVA, se les hace más costoso hacerlo acá que en China.
La única razón es de costos. Si hacer un libro en Colonia del Sacramento, a 80 kilómetros de Buenos Aires, cuesta 40 por ciento menos que en Buenos Aires, van a hacer los libros a Colonia, aunque sea del otro lado del río. La maquinaria argentina tiene entre 20 y 30 años; es como un coche viejo que gasta el doble de nafta que un coche nuevo. Hay que renovar la industria gráfica, lo cual se hace muy rápido, subsidiándola y financiándola.
¿El papel debería pagar IVA?
No puedo opinar de políticas fiscales, pero en España y en Europa, cuando un producto tiene IVA porque la autoridad fiscal decide que corresponde que lo tenga, si el que adquiere ese papel con IVA luego va a vender el papel transformado, o sea el libro sin IVA, las autoridades fiscales le devuelven ese IVA que pagó. Argentina fue un gran exportador de libros hasta el año ’70 y tiene que volver a serlo. Pero hay que cuidar mucho en separar la industria gráfica, la industria editorial, el libro argentino y el libro de autor argentino, que son cosas muy diferentes. No se puede basar una industria editorial exportadora en el libro de autor argentino, aunque el libro de autor argentino se verá muy favorecido por empresas exportadoras. Cualquier libro hecho en Argentina genera divisas y paga impuestos en el país, por lo tanto debe ser apoyado. Ésa es la tarea del área comercio, industria y exportación de un país. Dicho así parece sencillo, ¿no? Gestionar un país es muy difícil, opinar parece más fácil (risas).
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