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Imagen tomada del internet. (Foto: Archivo)
D espués de una larga ausencia, quiero comenzar este año 2012 con una nueva sección para la revista Rancho Las Voces. Después de mucho pensarlo y de intentar diferentes nombres consideré que el mejor nombre para la nueva sección, dado que el único hilo conductor de la misma sería compartir con ustedes –mis queridos lectores– mis reflexiones, ocurrencias y algunos otros pensamientos sobre cuestiones de actualidad en algún compuesto de estas tres condiciones; entonces concluí que debía llamarla: Reflexiones, Ocurrencias y otras Hierbas. Y siendo que este año 2012 comienza con el vaticinio en muchos medios de comunicación y con el rumor entre el público en general de que el calendario maya predice el fin del mundo precisamente en el solsticio de invierno de este año, me gustaría compartir con ustedes una reflexión sobre las consabidas y periódicas profecías sobre el fin del mundo que siempre se desatan cuando se acerca el fin de una época o de un período.
El siglo XX estuvo plagado de profecías del fin del mundo de las más diversas procedencias. Por ejemplo los Testigos de Jehová situaron el apocalipsis primero en 1914, año de inicio de la Primera Guerra Mundial; después algunos otros grupos religiosos dijeron que con el advenimiento del anticristo, seguramente seguiría la gran hecatombe. Éstos situaron el fin del mundo más o menos entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la década de los sesentas a la cual consideraron tremendamente decadente por la deserción masiva que experimentaron todas las religiones del mundo occidental; pero fundamentalmente por los cambios sociales y culturales que experimentaron todos los países del mundo. Muchos grupos tacharon estos cambios de decadentes y consideraron que las peores costumbres se estaban instalando entre la humanidad; compararon el comportamiento social, sobre todo de los jóvenes de la época con los comportamientos corruptos que imperaban en las bíblicas Sodoma y Gomorra y por lo tanto consideraron y así lo pregonaron que había llegado el fin de los días de la humanidad. A pesar de que el mundo no solamente no se acabó, sino que siguió en su marcha aparentemente normal, las profecías sobre el fin del mundo continuaron. Con la proximidad del año 2000, nuevamente abundaron las profecías sobre el fin del mundo. Probablemente porque esta fecha marcaba no sólo el final del siglo, sino del segundo milenio de la era Cristiana. Pero aunque el mundo no se acabó, si ha habido, desde el principio de esta primera década de la primera centuria del tercer milenio de la era Cristiana, una estela de catástrofes naturales; y otra vez ha venido a ser la guerra generalizada una considerable preocupación de la humanidad. La situación crea entonces las circunstancias ideales para que los profetas de la época sigan adelante con sus predicciones apocalípticas. El año pasado hubo otra en la que el final de los tiempos se esperaba para mayo y cuya publicidad fue bien conocida por los enormes carteles que se insertaron en espectaculares repartidos en muchas ciudades de todo el mundo, en los idiomas respectivos. Este año que comienza ya lleva muy adelantada la publicidad en radio, televisión y aún en algunos medios escritos sobre las famosas profecía del fin de la era de acuerdo al calendario Maya. Ahora que estamos esperando el cumplimiento de esta nueva predicción me gustaría compartir con ustedes algunos pensamientos y experiencias personales al respecto.
Pocos meses antes del final del año de 1999, me tocó cambiarme de casa y para tal efecto contraté a algunas muchachas para que me ayudaran con la tarea de empaque y la reorganización de las cosas en la nueva casa. Para mi sorpresa, al estar ordenando los víveres en la alacena y el refrigerador, una de estas jóvenes me preguntó si es que yo tenía tanta latería y congelados almacenados en espera y prevención de las esperadas catástrofes que se avecinaban con motivo del fin del mundo. Mi asombro ante tal pregunta fue grande porque hasta ese momento no me había percatado de que en primer lugar tuviera una cantidad de comida empacada que pareciera un almacén en espera de futuras escaseces. Iba a reírme de la ocurrencia, pero al ver la cara de esta joven, me di cuenta de que estaba hablando completamente en serio. El ver el cuestionamiento en su rostro, me hizo preguntarme por qué tenía yo tal cúmulo de comida enlatada, empaquetada y congelada.
La respuesta se me vino a la mente por obvia. Acababa de terminar la maestría y también era el final de una larga cadena de reveses económicos que habían constituido para nuestra familia una época muy dura y difícil de superar. Como cualquier ama de casa, mi principal preocupación en esos tiempos de escasez era tener en casa la comida suficiente antes de hacer cualquier otro gasto; pero la inseguridad y la inestabilidad de las épocas difíciles a veces nos hacen exagerar la reacción y eso me había pasado a mí. Me aterraba el hecho de no tener que poner en la mesa para los míos y ese sentimiento me hizo invertir la mayor parte del dinero que podíamos conseguir en ese tiempo en comida que no se echara a perder tan pronto o fácilmente.
De hecho, uno de los principales objetivos que me llevaron a hacer los estudios de posgrado fue lograr las credenciales necesarias para conseguir un trabajo más estable en ésta, mi nueva situación de inmigrante reciente. Yo sabía que mientras durara el estudio del posgrado, muy posiblemente pudiera conseguir un trabajo dentro de la universidad; ésto me permitiría apoyar a mi esposo en la lucha por sacar a flote a nuestra familia de los infortunios que habían causado esta estrechez económica que ya llevaba varios años. Efectivamente, logré tener ese trabajo como estudiante de posgrado y por fortuna en éste, mi nuevo país, también obtuve algunas becas que me permitieron transitar por los años que duró la consecución de mi posgrado con una situación un poco más estable que la que habíamos tenido en los últimos tiempos que vivimos en México.
Sin embargo, estas estrecheces provocaron en mi ánimo una sensación de precariedad y de vivir siempre como al borde del desastre. Venir a vivir a otro país y tener que abandonar el mío fue para mí, sin duda alguna, el fin del mundo; al menos el fin de mi mundo. Entonces, al cuestionarme esta joven sobre todo ese montón de comida y la preparación para el posible fin del mundo, me cayó encima la certeza de hasta que punto mi mundo, el mundo anterior a mi vida actual, el mundo que había vivido en el país donde nací, donde me crié, donde estudié, desde las primeras letras hasta muchos de mis estudios universitarios, el mundo maravilloso de mi juventud, se había derrumbado y había terminado por morir.
No me había dado cuenta hasta ese momento porque cuando nos asaltaron esa serie de circunstancias inesperadas y brutales que nos arrollaron, estaba tan ocupada tratando de salvar lo salvable de ese apocalipsis por el que acababa de transitar, que no había tenido tiempo para darme cuenta y menos para aceptar que había llegado el fin de una época para mí. La pregunta de mi joven ayudante me había desatado una serie de reflexiones que me llevaron a la revelación de que en efecto mi mundo se había desecho y por fin se había terminado. La acumulación de la comida enlatada me llevó también a la evidencia de cómo, en muchos de los desastres y las pérdidas materiales que había sufrido durante los últimos años que viví en mi país, había reaccionado de forma profundamente animal tratando de asegurar nuestra supervivencia física.
Tantas veces nos han pronosticado el fin del mundo que la mayoría oímos con mucha incredulidad y a veces hasta con bastante sorna estos cuentos. No obstante, el hecho de darme cuenta de mi propio fin del mundo personal me ha llevado a la especulación sobre el éxito, incluso monetario, que han tenido algunos de los profetas que lo han venido augurando a través de la historia de la humanidad.
La última vez que visité mi pueblo en el 2007, saludando a una entrañable amiga en su negocio, observé que había cambiado radicalmente el giro del mismo; pasó de ser una casa de modas para la familia, preferentemente para las mujeres, a ser un negocio mucho más pequeño en cuanto a dimensiones, pero probablemente mucho más productivo desde el punto de vista económico. En este nuevo negocio, ahora ella se dedica a la venta de tarjetas de celular, a la copia y envío de documentos y a otra serie de servicios por el estilo.
Al contemplarla mientras atendía a su clientela, le comenté que hace 25 años, cuando yo partí de nuestro pueblo para fincar mi nueva residencia primero en Cd. Juárez y después en El Paso, TX, todavía no se había generalizado el uso, quizá ni siquiera se habían inventado algunos de los aparatos que hoy en día nos parecen indispensables en nuestra vida diaria y que ella utiliza para ganarse la vida; sólo por poner algunos ejemplos, la computadora personal, el teléfono celular, el fax, el microondas… etc. Ella, al oírme decir esto, me miró con asombro y afirmó que en efecto la vida había cambiado mucho desde mi partida, tanto que estos aparatos señalaban, más que nuestros naturales cambios físicos, el transcurso del tiempo en nuestras vidas.
Ahora que el sonido de las doce campanadas en los relojes señaló el comienzo del 2012:año que de acuerdo a algunos modernos profetas es el del fin del mundo conforme a las profecías de los mayas, naturalmente tendríamos un motivo para cavilar sobre el motivo que lleva a nuestra especie al anuncio periódico de esta serie de predicciones; tanto que ya se está volviendo costumbre el anuncio del próximo fin del mundo. Esta vez, sin embargo, no vienen las consabidas predicciones de la normal fuente bíblica, sino de la interpretación de uno de los pueblos americanos cuya cultura, por su esplendor y elegancia, ha dado mucho material de estudio para arqueólogos, antropólogos y muchos otros pensadores.
Aunque, de acuerdo a las últimas investigaciones sobre la cultura maya y su calendario, el 2012 señala el final de una época, en realidad ninguno de esos estudios señala con claridad que éste prediga el fin del mundo físico. Para México, sumido en la lucha fratricida de los últimos 5 años, es probable que fuera muy natural pensar en el apocalipsis al cual hacen referencia todos los libros sagrados del mundo, entre ellos por supuesto la Biblia cristiana. Pero lo interesante de esta predicción es que en todo el mundo se está hablando sobre los estudios que se han llevado a cabo sobre los posibles significados del final del calendario maya. En los documentales norteamericanos, hechos con todo el cuidado y el acopio de datos con que suelen hacer este tipo de trabajos los comunicadores de este país, hay una insistencia en las referencias del calendario maya a la aniquilación de la humanidad.
Todo este alboroto sobre el apocalipsis maya, me lleva a recordar un fabuloso personaje que conocí en mi niñez, Isaac, un señor que trabajó en la farmacia de mi mamá cuando yo era niña y que, cuando se hablaba del fin del mundo y me veía estremecerme de susto pensando en esta hecatombe, siempre decía con gran sorna:
–El fin del mundo es la muerte, al que le va llegando la calaca por supuesto que le llega el fin del mundo–y se reía con una estruendosa carcajada.
Esta risa siempre me tranquilizaba y me hacía pensar que qué bueno que el mundo no se iba a terminar antes de que yo fuera grande y lo pudiera disfrutar a mis anchas. Y ahora que no solamente soy grande, sino que he transitado ya por una parte muy importante de mi vida, me alegra que los eficientes medios de comunicación actuales nos hayan ilustrado sobre las predicciones apocalípticas cuando ya la vida me hizo muy escéptica.
En efecto, los mayas establecieron su calendario en base a observaciones que llevaron a cabo probablemente por un larguísimo período de tiempo. Es evidente que fueron unos astrónomos y matemáticos extraordinarios; y es muy probable entonces que su calendario sea el compendio de cuidadosos cálculos. Sin embargo, todos los pueblos americanos, como los del resto del mundo, aunque utilizaran los astros para hacer algunas predicciones en lo referente al destino, lo más probable es que diseñaran sus calendarios con el propósito fundamental de predeterminar y controlar las épocas de las cosechas, de las lluvias y otros fenómenos naturales y ambientales. Estos cálculos, por supuesto, tendrían que ver más con el aseguramiento de su supervivencia física y social como pueblo que con el propósito de ulteriores predicciones apocalípticas.
Algunos tratadistas nos aseguran que los mayas desaparecieron súbita y misteriosamente. Hace poco sin embargo, tuve la oportunidad de visitar Chiapas y particularmente las ruinas mayas de Palenque. El asombro y la admiración que me embargaron son seguramente compartidos por los cientos de estudiosos que las han visitado para examinarlas. Y en efecto, es incomprensible cómo es que este pueblo, constructor de esas ciudades maravillosas en medio de la selva las abandonara así como así. Pero por otro lado, observando la tierra que sustenta la selva, no se puede menos que preguntarse cómo es que un grupo humano que debió haber sido tan numeroso como para construir estos portentos urbanos, haya podido cultivar la comida suficiente para alimentarse y crear una cultura maravillosa, y tan adelantada como cualquiera de las culturas del mundo antiguo, en tierras tan magras.
Uno se pregunta también cómo habrán podido sobrevivir en lugares donde el calor y la humedad constituyen un caldo de cultivo constante para las letales enfermedades tropicales y para la existencia endémica de todo tipo de alimañas tremendamente peligrosas para el hábitat humano. Y por supuesto está la hecatombe nada despreciable de la conquista europea que trajo a América toda clase de calamidades, entre ellas un cúmulo de enfermedades desconocidas, para las cuales el sistema inmune de los pueblos oriundos no estaba preparado. Probablemente nunca sepamos cuales fueron las causas de la desaparición del pueblo maya, pero esta desaparición no fue completa ni súbita; tampoco son ellos una especie de extraterrestres que se fugaron en sus naves.
El Sureste de México y todos los pueblos centroamericanos están llenos de los descendientes del pueblo maya. Naturalmente, la gran mayoría de esta gente no son mayas puros, sino que ya están mestizados tanto biológica como culturalmente. Muchos de ellos durante el siglo XX también han abandonado sus tierras tropicales y se han dirigido al norte, como muchos otros mexicanos y centroamericanos de todas las etnias y las procedencias. Hay enormes poblaciones por ejemplo en California, Chicago, Florida y muchas otras ciudades, grandes grupos indígenas, entre ellos muchos de ascendencia maya que aún hablan su idioma e inglés sin que hayan pasado jamás por el español. Los descendientes del pueblo maya ahora se están extendiendo por todo el norte del continente. En cuanto a los restos de su maravillosa cultura, hoy en día son objeto de estudio en todo el mundo. Por ahora, su calendario nos tiene en ascuas con estas supuestas predicciones, que probablemente son solamente la conclusión de una época astronómica.
Sin embargo, para los habitantes terrestres de este siglo, es natural que hablemos continuamente del fin del mundo. El desarrollo tecnológico de la última centuria, que primero nos asombró y nos engolosinó con todos los beneficios que nos estaba brindando, también nos apabulló por la cantidad de cosas que teníamos que aprender en lapsos de tiempo cada vez más cortos. Este frenesí tecnológico nos ha venido mostrando lo frágil y corta que es la vida humana.
En la última década del siglo pasado y los primeros años de este nuevo siglo, hemos vuelto a buscar protección y respuestas en las fuentes tradicionales de la religión y hasta en los antiguos cultos que la humanidad ya había superado como la astrología, pero en realidad ha sido una búsqueda infructuosa. No hemos podido encontrar ninguna de las respuestas a las preguntas trascendentales que el hombre siempre se ha planteado: ¿qué somos, por qué estamos aquí, adónde vamos, de dónde vinimos, qué hay más allá de la muerte…? en fin, las preguntas de siempre.
Creímos por un momento que nuestro desarrollo científico y técnico nos daría las respuestas, pero no ha sido así. Muy al contrario, hemos aprendido a combatir un sinnúmero de enfermedades y de calamidades, pero se nos han presentado otros nuevos retos tan difíciles o más de superar que los anteriores, quizá más temibles por desconocidos. ¡Qué atractivo entonces es pensar que una parte de nuestros antepasados, a través de su calendario, nos dejó la respuesta a algunas de estas preguntas, aunque la respuesta signifique el aniquilamiento! Nos hemos dedicado a coleccionar ideologías –representadas por el sinnúmero de sectas religiosas que hoy pululan por todas partes– como avariciosamente acumulamos comida u otras riquezas que consideremos duraderas en épocas de escasez. Pero la historia nos demuestra que hasta ahora, a pesar de las muchas catástrofes sufridas por la humanidad, no hemos tenido un apocalipsis tan grande que no hayamos podido superar y repoblar el mundo.
Esperemos que el próximo solsticio de invierno no sea más que uno más, con el cual comiencen las celebraciones por la naturaleza dormida. Las fiestas sagradas con que la humanidad desde tiempos inmemoriales ha celebrado el descanso de la tierra y su preparación para el próximo ciclo de siembra y cosecha; la celebración más importante de nuestra cultura, la Navidad, que no es más que una continuidad de las celebraciones a la naturaleza en la espera de que nos siga brindando sus favores. Ojalá que esta fiesta sagrada sea sólo el preludio del siguiente año, el que sería el primero en un nuevo calendario astronómico que seguramente señalará el advenimiento de una nueva época en nuestra larga historia habitando este planeta. Tal vez ya estamos preparándonos para convivir en armonía con la naturaleza, de la cual hemos emanado y de la cual todo lo recibimos. A lo mejor ya comprendimos que sólo en el cuidado y el respeto de nuestro hábitat y de los demás seres de la creación está nuestra propia supervivencia.
1 de Enero de 2012
El Paso, Texas.
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