Rancho Las Voces: Textos / Margarita Salazar Mendoza: «La industria de los sueños fracturados»
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miércoles, septiembre 05, 2012

Textos / Margarita Salazar Mendoza: «La industria de los sueños fracturados»

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Anuncio de la presentación. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de septiembre de 2012. (RanchoNEWS).- El libro Manufractura de Sueños / Literatura sobre la Maquila en Ciudad Juárez fue presentado el 17 de agosto en la Sala de Usos Múltiples del Centro Cultural Universitario, en esa ocasión la maestra Margarita Salazar Mendoza, catedrática de la UACJ, leyó el siguiente texto que a continuación reproducimos:

Treinta y tres autores, coordinados por José Juan Aboytia y Ricardo Vigueras, han plantado ante nuestros ojos historias de la gente que se mueve en el mundo de la industria maquiladora.

Manufractura de sueños cumple con una función que ha sido polémica en el ámbito literario: la función social. Hasta ahora y a pesar de que la industria maquiladora es un fenómeno importantísimo en nuestra ciudad, no habíamos tenido a la mano una obra de creación literaria que se ocupara de ese tema. A través de este notable libro podemos acercarnos a ese ambiente, doloroso, oscuro, tan cotidiano para los juarenses, a veces alegre, sobre todo los viernes, cuando se ha recibido algo de dinero y se dispone de un tiempo de descanso.

El libro se ha estructurado en siete grandes partes que figuran la jornada semanal, desde el inicio el lunes hasta el final de semana. Hombres y mujeres se encaminan a sus labores diarias, se paran ante una larga banda para realizar una labor repetitiva, para llevar a cabo su trabajo, ese por el que reciben un salario. Así transcurren los días hasta, ¡por fin!, disfrutar de unos pocos pesos y de uno o dos días para ocupar el cuerpo en otros menesteres.

Aunque todos sabemos de la existencia de las maquiladoras, ya sea porque nosotros o nuestros parientes hemos trabajado en una, o ya sea porque vivimos cerca de un parque industrial, o simplemente porque están en nuestro camino, pocas veces nos detenemos a pensar en los beneficios o perjuicios que éstas han traído a nuestra ciudad.

La gente que ahí trabaja, se enfrenta a una rutina entumecedora del pensamiento. Tienen pocas probabilidades de escalar a otros puestos; algunos pueden darse por satisfechos si han cumplido treinta años y durante ese tiempo han sido reconocidos como el mejor empleado del mes y, por ende, recompensados con bonos para despensa.

Hablamos por supuesto de los operadores, los encargados de llevar a cabo el trabajo duro, el real, el de la producción de un sinnúmero de objetos que nosotros consumimos constantemente. Los que ocupan las oficinas, ésos son otros; ellos pueden convivir con sus compañeros y quizá hasta compartir el pastel del cumpleaños.

Marx llamó a alienación a la actividad humana especializada en llevar a cabo una labor, tal como sucede en las maquiladores: ahí encontramos quien conecta un par de cables, o quien ensambla una capucha de plástico sobre una pieza de metal, o quien envuelve de la misma forma y con el mismo material un objeto, cien veces al día, mil veces a la semana, con idéntico movimiento de los dedos, de los brazos, del cuerpo. Marx dice que los trabajadores no trabajan en su provecho, para satisfacer sus necesidades, sino en beneficio de otro, quien normalmente ya tiene cubiertas sus necesidades básicas y más. Estos jefes, llamados capitalistas, pagan un salario mínimo para utilizar a los trabajadores en lo que ellos consideren conveniente. Al realizar actividades tan específicas y de forma tan repetitiva, el trabajador pierde de vista el producto final, desconoce a qué manos irá a parar, no sabe quién lo utilizará. En esta forma de trabajo, la gente está tan ocupada que ni siquiera alcanza a levantar la vista de lo que hace, no tiene tiempo para lanzar siquiera una mirada a sus compañeros de desventuras; finalmente es como si estuvieran solos. Una situación triste es la que se da cuando uno de los jefes, pensando que así logrará que los trabajadores rindan más, los enfrenta, retándolos a ver quién produce más, lo que genera hostilidad entre los obreros pero mucho agrado al dueño. De esta forma, parece que se habla de bestias de carga o de máquinas, de una masa humana.

Por supuesto que todos necesitamos un trabajo para que a través de él podamos contar con algo de dinero para sufragar nuestras necesidades, pero hay de trabajos a trabajos. Todos estamos en este juego de oferta y demanda: como nosotros necesitamos objetos que hagan más fácil nuestra vida –refrigeradores, televisiones, automóviles–, alguien los tiene que producir, no importa quién sea; y cuando la producción es masiva, garantiza que los precios serán más accesibles para nuestros exiguos ingresos, lo que nos pone muy felices.

Ésa es la razón por lo que deberíamos leer esta serie de textos, para que nos adentremos en las formas de vida, en las historias de miles de obreros de la maquila, y conozcamos un poco de la fractura sufrida, del rompimiento entre espíritu y cuerpo. Es tiempo de que repensemos si este sistema de vida es el más digno para el ser humano.

Ciudad Juárez, agosto del 2012.




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