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El erudito mexicano. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 11 de septiembre de 2012. (RanchoNEWS).- Ernesto de la Peña fue un sabio de múltiple intereses, un monstruo de la naturaleza y un hombre insólito. El escritor, políglota, lingüista y académico mexicano, quien murió a los 84 años ayer mientras dormía, y tras haber tenido padecimientos renales, fue un erudito de la cultura mexicana al que nada de lo humano le era ajeno y cuya curiosidad intelectual no concebía límites, escribe Yanet Aguilar Sosa de El Universal.
El melómano y bibliómano nacido el 21 de noviembre de 1927 en el DF, era ampliamente conocido por sus estudios de La Biblia y los Evangelios, también porque estudió 33 lenguas y traducía del sánscrito, latín y griego. Hace apenas unos días, al recibir el Premio Internacional Menéndez Pelayo 2012, había hablado de Don Quijote y de su autor, el inigualable Miguel de Cervantes, pero también de su esposa María Luisa, la mujer que a la que dedicó su discurso por ser noble y por «su compañerismo incesante en estos tiempos en los que la enfermedad me ha visitado con insolente frecuencia».
En los últimos años la enfermedad asoló al gran sabio, al maestro del pensamiento que sentenciaba: «La muerte es una gota en la nada».
Ese «monstruo de la naturaleza», como lo llamó Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la lengua a la que pertenecía De la Peña desde 1993, fue un estudioso constante de los textos bíblicos y gran coleccionista de distintas ediciones de La Biblia que forman parte de su valiosa biblioteca que él mismo dirigía en el Centro de Estudios de Historia de México Carso, antes Condumex.
Eduardo Lizalde, amigo y colega con quien tenía programas de radio y televisión sobre ópera y música sinfónica, aseguró a El Universal que Ernesto de la Peña «fue un hombre de sabiduría y conocimiento y capacidad de asimilación, de lectura y de memoria; poquísimas veces se ha visto gente como él en el país».
Para el amigo desde hace 40 años, Ernesto de la Peña fue uno de los grandes personajes de la literatura y del conocimiento, de la erudición y el ensayo en el mundo. «Es un personaje verdaderamente singular, era conocedor de lenguas occidentales, orientales, clásicas; traductor y alcanzó a publicar gran cantidad de textos suyos».
De la Peña sólo empezó a escribir hasta que había leído y absorbido todo el conocimiento; así lo describió Gonzalo Celorio, otro de sus compañeros en la Academia Mexicana de la Lengua: «Se dedicó medio siglo a estudiar y esa fue una de sus grandes lecciones». Esto también lo valoró Labastida cuando habló de lo tardío de su escritura producto de la autocrítica.
Cuando se decidió a publicar su obra lo hizo en tres volúmenes que contienen su trabajo literario y ensayístico. Una obra que deberían leer los mexicanos, al menos es la aspiración de Eduardo Lizalde: «Me gustaría que alguien la leyera y la comentara porque es una obra de difícil acceso, pero de un valor extraordinario porque no solamente era escritor, notable ensayista y sabio y conocedor de las lenguas sino además un maestro, durante décadas dio magistrales lecciones de filosofía, de historia de la cultura, de conocimiento, de la sabiduría antigua a través de la radio y la televisión y lo siguió haciendo hasta la última etapa de su vida».
Los últimos 10 capítulos de la serie que Lizalde y De la Peña grabaron juntos, dedicada a El anillo del Nibelungo, de Wagner, van a ser transmitidos por TV UNAM. «Hemos grabado 100 programas dialogando de grandes obras del mundo operístico, sinfónico y musical del mundo, Ernesto era un conocedor profundo no sólo de la música sino de todo el contexto cultural e histórico, que rodea a los grandes compositores», comentó.
Homenaje en Bellas Artes
Para dar el último adiós al erudito que en 2003 recibió el Premio Nacional de Lingüística y Literatura y en 1988 el Xavier Villaurrutia por su obra Las estratagemas de Dios, el Instituto Nacional de Bellas Artes le ha organizado para hoy a las 12 del día, un homenaje de cuerpo presente en el Palacio.
Consuelo Sáizar, presidenta del Conaculta, aseguró que con Ernesto de la Peña «perdemos mucho de lo mejor de México, además de un extraordinario ser humano era un apasionado de las palabras y del idioma y el ser políglota le confería esta posibilidad de conocer el origen de las palabras y poder analizarlas para descubrir nuevas posibilidades».
Esa sabiduría también la destacó Gonzalo Celorio, recordó que en los 10 años que convivieron en la Academia, «las consultas sobre dudas llevaban a historias, a descripciones en las que él abundaba en detalles».
Laura Emilia Pacheco, funcionaria de Conaculta e hija de José Emilio y Cristina Pacheco, dijo que Ernesto de la Peña deja muchas cosas, pero lo que más le apena es que «en nuestra vida no vamos a volver a ver una persona como él; era muy raro, políglota, traductor, melómano, un hombre que realmente se había dedicado a estudiar y disfrutar lo que él decía que eran las máximas expresiones del ser humano: el conocimiento, la cultura y el arte».
Al arte dedicó muchos años y ese saber forma parte de la memoria sonora de la Fonoteca Nacional que ya prepara una selección de los materiales de su acervo. Álvaro Hegewisch, director de la institución dijo que De la Peña es uno de los grandes sabios del siglo XX y principios del siglo XXI en un tiempo donde escasean las personas que manejan tantos saberes.
«En la Fonoteca tenemos programas de él y por supuesto buscaremos más acervos sonoros que realizó a lo largo de toda su vida para que estén accesibles a todo público. El que se haya ido Ernesto de la Peña nos debe poner a reflexionar sobre la necesidad de fundar en nuestros niños que la memoria no se pierda y que estos personajes, gracias a las nuevas tecnologías, pueden estar presentes a través del sonido y el audiovisual», señaló Hegewisch.
El autor de Las estratagemas de Dios, Las máquinas espirituales, El indeleble caso de Borelli y La rosa transfigurada –obra que Celorio sugiere a todos leer–, estudió Letras clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); hizo estudios de chino y sánscrito en El COLMEX y fue traductor oficial de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Los restos del Premio Xavier Villaurrutia 1988 fueron velados ayer en el Panteón Francés de la capital mexicana, donde serán cremados. Quedan su obra y su biblioteca que es rica y gigantesca.
Perfil
El escritor mexicano Ernesto de la Peña recibió el pasado 7 de septiembre el Premio Internacional Méndez Pelayo 2012, otorgado por su gran humanismo, su conocimiento polígrafo y prestigio internacional, avalado por la concesión de numerosos premios y distinciones.
Ernesto de la Peña fue escritor, filólogo, políglota, traductor y difusor cultural mexicano.
El literato tenía 84 años de edad y en la actualidad era miembro de la Real Academia de la Lengua Española y de la Academia Mexicana de la Lengua desde 1933.
Estudió Letras Clásicas en la Facultad de Filosofía y Letras, en la Universidad Nacional Autónoma de México, (UNAM), donde también fue traductor de griego y latín.
En El Colegio de México estudió sánscrito y chino; en la Escuela Monte Sinaí, hebreo y de manera autodidáctica aprendió otros idiomas, hasta llegar a conocer 33 lenguas.
Era miembro del Consejo de Ópera del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y del Consejo Consultivo del Archivo General de la Nación, así como conductor y comentarista de programas culturales en radio y televisión y colaborador en diversos periódicos y revistas de circulación nacional.
A lo largo de su trayectoria fue condecorado con el Premio Xavier Villaurrutia (1988), el Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüísticas y Literatura (2003), el Alfonso Reyes (2007), el Nacional de Periodismo «José Pagés Llergo» y la Medalla Mozart (2012), entre otros.
Entre sus obras figuran Las estratagemas de Dios (1988), El indeleble caso de Borelli (1992) y La rosa transfigurada (1999).
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