.
Uno de los retratos de juventud de Franz Kafka, en torno al año 1910, una década antes de que la tuberculosis precipitara su muerte. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 18 de abril de 2015. (RanchoNEWS).- Reproducimos el texto de Manuel Hidalgo publicado por El Mundo con motivo de la nueva edición de La metamorfosis en el centenario de su publicación.
«Me ocupo nada menos que de ser torturado y torturar». Marcel Reich-Ranicki cierra con esta declaración de Franz Kafka, en una carta a su novia (?) Milena Jesenská, su desapacible ensayo sobre el escritor checo.
Después de muchas biografías y análisis, y de la lectura de su propia obra, la imagen de Franz Kafka -uno de los escritores más populares de la Historia- es la de una víctima: de un padre autoritario, de un entorno familiar sombrío, de un trabajo alimenticio oficinesco e insatisfactorio, de unas relaciones sentimentales fracasadas, de una tuberculosis galopante y, por supuesto, de su incómoda pertenencia a la comunidad judía. La muerte prematura es la cinta negra y brillante que envuelve el paquete de una vida desdichada que forja a un hombre y a un escritor atormentados, cuya obra literaria, espoleada por una inevitable imaginación oscura, sólo podía dar lugar a un sostenido relato sobre el malestar, el absurdo, la incomprensión y la falta de sentido de la condición y de la vida humanas. Toda situación en la que identificamos estos ingredientes y otros parecidos recibe el calificativo de kafkiana, síntoma de hasta qué punto ha calado la mirada del escritor.
El influyente crítico alemán Reich-Ranicki -ya fallecido- no entra a desmentir o confirmar este daguerrotipo, pero, en su ensayo recogido en Siete precursores (Galaxia Gutenberg), el Kafka torturado aparece también como un Kafka torturador: odiaba y temía a las mujeres, odiaba y temía la vida, mareó a sus presuntas enamoradas, tenía miedo a las relaciones sexuales, era egoísta y egocéntrico, se deleitaba en el masoquismo y en sus complejos, era quejica y pesadamente autoconmiserativo, se odiaba a sí mismo, se sentía sucio y mentalmente enfermo, se fustigaba por ser judío...Todo ello puede verse como los requisitos del hombre torturado, pero también, y hacia eso apunta Reich-Ranicki, como las patologías que inevitablemente torturaban a quienes lo trataron.
Franz Kafka nació en Praga en 1883, hijo de un comerciante. Tuvo tres hermanas que le sobrevivieron -las tres morirían en campos de concentración nazis- y dos hermanos, que murieron siendo niños.
El joven Kafka se educó en un gimnasyum alemán, y el alemán -y no el checo- fue la lengua en la que escribió desde la adolescencia, ya antes de iniciar sus estudios universitarios, primero de Filología Alemana (inacabados) y, finalmente, de Derecho. La abogacía le llevaría a trabajar fugazmente en bufetes y juzgados y, de forma definitiva y durante 15 años, en la Compañía de Seguros de Accidentes de Trabajo, para la que redactaba informes.
Como es sabido, Kafka no pudo terminar ninguna de las tres principales novelas largas que abordó y que fueron publicadas póstumamente por su amigo y albacea el escritor Max Brod, quien también sería su primer biógrafo. Brod consideró oportuno no cumplir la voluntad de Kafka -quien había ordenado la destrucción de sus manuscritos tras su muerte- y dio a la imprenta El proceso (1924) -llevada al cine por Orson Welles en 1962-, El castillo (1926) y América (1927), titulada en principio El desaparecido y de la que, en ocasiones, se ha editado de forma autónoma su primer capítulo, El fogonero.
Estas tres novelas tratan, respectivamente, de un hombre detenido y juzgado por un delito que desconoce, de un agrimensor sometido a los designios de los señores de un castillo y de un muchacho enviado a Estados Unidos para expiar una falta amorosa. Como sucede en otros de sus relatos, en estas tres novelas sus protagonistas, dentro de una atmósfera agobiante e inextricable, están destinados a un horizonte de condena por una culpa de la que son inconscientes o inocentes. Según las interpretaciones, esa culpa esencial no es otra para Kafka que el hecho de haber nacido.
Kafka publicó en vida diversos cuentos aislados y colecciones de cuentos -otros se editarían también póstumamente-, así como un libro de aforismos y otros textos aparecidos en revistas. A partir 1910 escribió diarios, que no serían dados a conocer hasta después de su muerte.
La literatura epistolar de Kafka fue abundantísima e imprescindible -como sus diarios- para desentrañar las claves de su vida y de su obra. Carta al padre, Cartas a Milena, Cartas a Felice y Cartas a Ottla (su hermana más cercana) conforman el núcleo de su correspondencia.
Felice Bauer (entre 1912 y 1917, con la que se comprometió dos veces), Grete Bloch (amiga de Felice), Milena Jesenská (escritora y casada), Julie Wohrycek (con la que también se comprometió) y Dora Dymant (en cuyos brazos murió tras apenas unos meses de convivencia) fueron sus principales enamoradas (Reich-Ranicki les llama amigas), si bien todas estas relaciones quedaron truncadas. Todas estas mujeres eran judías salvo Milena. Grete y Milena (militante comunista) murieron en campos de concentración.
«Una mañana, tras despertar de un sueño intranquilo, Gregor Samsa se vio en su cama transformado en un monstruoso bicho». Así empieza La metamorfosis, cuyo centenario de publicación se cumplirá en noviembre de este año. Utilizo la última traducción de Isabel Hernández, que acaba de publicar Nórdica. Hernández, a diferencia de Jorge Luis Borges, prefiere llamar Gregor (no es la única) a Gregorio y pone «bicho» donde el argentino (y casi todos) ponía «insecto». Nunca quedó claro si el monstruo en que se transforma el representante de tejidos era una cucaracha o un escarabajo. Todo el mundo ha leído La metamorfosis y sabe del horror y de la tristeza del realista y fantástico relato (Juan José Millás dice en su prólogo que también hay humor) y de las tremendas relaciones que se van desarrollando entre el bicho y su jefe, su querida hermana, sus padres, las criadas y los huéspedes de la casa. ¿Parábola autobiográfica? El psicoanálisis ha especulado mucho sobre este texto inmortal.
Franz Kafka murió en 1923 en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, en la crisis final de su larga tuberculosis. Como Samsa en sus días postreros no podía hablar ni tomar alimentos.
REGRESAR A LA REVISTA