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Eduardo Lizalde. (Foto: Rogelio Cuéllar)
C iudad Juárez, Chihuahua. 12 de abril de 2015. (RanchoNEWS).- Con 155 miradas de creadores literarios, el fotógrafo Rogelio Cuéllar (Ciudad de México, 1950) publica su libro El rostro de las letras, un viaje en el tiempo que contiene fotografías inéditas y otras poco conocidas de Augusto Monterroso, Ricardo Garibay, Elena Garro, Tomás Segovia, que conforman una memoria histórica visual de las letras latinoamericanas, dijo el artista visual, quien ya prepara el montaje de una exposición donde mostrará otro rostro: el de la plástica mexicana. Reporta desde la ciudad de México para Excélsior Juan Carlos Talavera.
«En esta serie puedes observar mi búsqueda de la personalidad de los autores a través de su mirada, no de su persona, porque más allá de los gestos, las posiciones o los espacios, me interesa lo que puede decir la mirada de un creador, lo que pueda expresar más allá de su mundo literario», detalló el artista de la lente en entrevista.
Este volumen incluye los retratos de autores latinoamericanos como Adolfo Bioy Casares, Nicanor Parra y Julio Cortázar a su paso por México, de Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, quienes vivieron en nuestro país hasta su muerte, y de mexicanos que van desde Juan Rulfo, Juan José Arreola y Fernando del Paso, hasta los jóvenes Rocío Cerón y Mijail Lamas.
«Este libro ofrece una gran parte de la memoria visual de nuestros creadores. Aunque como en toda antología, no son todos los escritores que están ni están todos los que son… porque hay muchas querencias que no están aquí», reconoció el fotógrafo, amante del seis por seis, que en 2012 recibió el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez.
¿Qué es lo más importante para el fotógrafo? se le pregunta. «El diálogo a través de la mirada. Siempre les pido que me miren porque así se establece físicamente una corriente de luz que uno siente. Ahí comienzo a buscar la esencia de la persona».
¿Qué es la fotografía? «Ha descubierto que aun en un espacio público se puede hacer un interesante retrato. Pero la fotografía es un compromiso, un diálogo, una conciencia entre el fotografiado y el fotógrafo, esa instancia de conciencia por hacer un retrato o una serie de retratos que podrían trascender… la fotografía también es un lenguaje. Una fotografía es un texto que contiene un ritmo y una gramática visual, pero eso ya lo trae el fotógrafo».
¿Existe una búsqueda personal en este libro? «Sé que no descubro el hilo negro, pero sí hay una constante: el 99 por ciento de las fotografías son en blanco y negro, originalmente analógicas y con luz natural; y una búsqueda de la personalidad a través de la mirada».
¿Cuándo comenzó este proyecto? «A la mitad de los 70, cuando tenía veinte años. Desde entonces quise contribuir a la memoria histórica visual de los creadores a partir de sus retratos».
Instantes contados
La fotografía que abre el libro corresponde a
Adolfo Bioy Casares, el escritor argentino y amigo de Jorge Luis Borges que visitó la Ciudad de México en 1991. La fotografía fue tomada en el instante en que el autor de La invención de Morel salía del Palacio de Bellas Artes.
«Fue después de un recital de poesía al salir del Palacio de Bellas Artes. ¡Imagina cómo estallaba la luminosidad en su rostro! Era para cerrar los ojos, pero él los mantuvo abiertos y por eso se le ve una mirada transparente. Él no tuvo conciencia del retrato, pero era como si lo deslumbrara la Ciudad de los Palacios.»
Una de las fotografías inéditas que incluye el libro es la que tomó en 1971 a Augusto Tito Monterroso, en su departamento de Coyoacán. «Recuerdo que cuando lo conocí en la UNAM me dijo que quería un retrato en el zoológico de Chapultepec, junto a una jirafa o un elefante. Bueno, sonaba interesante pero no sabía para qué quería fotos con los elefantes… ¡claro!, entonces no sabía de su literatura, de sus fábulas».
Aquel proyecto no se llevaría a cabo, pero sí una serie en su departamento, donde quedó inmortalizado frente a un cartel donde un león de caricatura muestra los colmillos. «Él aparece muy serio aunque curiosamente en su trato era divertido, simpático y un gran conversador».
Sobre las instantáneas que le tomó a Julio Cortázar, Rogelio Cuéllar recordó que fue en 1979, cuando el periodista Julio Scherer organizó, en la hacienda de Cocoyoc, un concurso de periodismo latinoamericano con el tema del militarismo en América Latina.
«El jurado de aquel concurso estuvo integrado por Gabriel García Márquez, Pablo González Casanova, el propio Cortázar y otros más. Aquel día conviví con ellos en una reunión. Él estaba con Carol, su mujer. Para entonces ya había leído Rayuela y algunos de sus cuentos, sabía que le gustaba la fotografía y le pedí que camináramos, pues ya tenía ubicado un lugar donde quería hacerle unos retratos». Entonces llegaron hasta esas raíces y primero jugaron algunas secuencias con una cámara Polaroid. «Afortunada y lamentablemente se las regalé, pero me quedaron algunas de aquel día», reconoció.
Luego cuenta que a Elena Garro la fue a buscar a París, cuando estaba autoexiliada en la soledad y la enfermedad, pero fue hasta que regresó a México para una serie de homenajes cuando le tomó algunas fotografías. La que se aprecia en el libro, corresponde a una serie de imágenes que le tomó en un museo de Arte de Aguascalientes.
«Para mí esta foto tiene gran significado, pues la tomé en medio de esos cuadros de una artista desconocida, los cuales me recuerdan mucho de su novela Andamos huyendo, Lola, un conjunto de relatos sobre la relación entre literatura y paranoia.»
Otras fotografías desconocidas son la de Miguel León Portilla en su inseparable cubículo en el Instituto de Investigaciones Históricas, la de José Agustín con su esposa Margarita luego de publicar De perfil, y la historiadora y poeta Esther Seligson en el Desierto de los Leones. «Ella me decía que nunca habíamos ido a Jerusalén, así que me llevó a un lugar que le remitía a aquel lugar», cuenta.
También está la fotografía de José Javier Villarreal sentado en la casa derruida de su infancia, Ana Clavel en el campanario de la Catedral Metropolitana, Álvaro Enrigue afuera de Bellas Artes, y Javier Sicilia en el Parque México, «un espacio que ha sido mi estudio al aire libre por mucho tiempo… donde ya conozco perfectamente la luz».
¿Cómo ha conseguido hacer este mapa literario en la Ciudad de México?, se le pregunta. «Bueno, es que asumo cada proyecto de trabajo como un proyecto personal. Así que no pierdo oportunidad para sumar a mis dos proyectos globales: el rostro de las letras y el rostro de la plástica. »
Coeditado por La Cabra Ediciones y Conaculta, El rostro de las letras se divide en tres apartados. Los dos primeros se concentran en autores que cumplieron el centenario de su nacimiento en 2014 y los que fueron homenajeados en 2014, así como retratos de autores nacidos entre 1897 y 1997.
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