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El director estadounidense, en diciembre de 2012 en Nueva York. (Foto: Carlo Allergi)
C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de noviembre de 2015. (RanchoNEWS).- Quentin Tarantino (Tennessee, 1963) lleva años haciendo lo que quiere. Cuando no era más que el acomodador de un cine porno, cuando lograba que los clientes de su videoclub alquilaran lo que él decía y ahora, grande en un Hollywood comercial donde los autores están en vías de extinción. Su última apuesta es The Hateful Eight, un wéstern de 182 minutos que en la era de las descargas en Internet está rodado en unos 70 mm panorámicos con las mismas cámaras con las que se filmó Ben-Hur e incluye, como los clásicos de la época dorada de Hollywood, obertura musical e intermedio. Y por supuesto, toda su violencia e ingenio verbal. Harvey Weinstein, su productor, le ha dejado hacer pese a la crisis que vive su compañía, en medio de una nueva ola de despidos. La entrevista es de Rocio Ayuso para El País.
Por si no hubiera suficiente presión, los policías estadounidenses piden boicotear su estreno el 25 de diciembre tras las protestas de Tarantino contra la brutalidad policial en EE UU. Las feministas también alzan la voz contra un cine como el suyo, principalmente de hombres y donde la única mujer (Jennifer Jason Leigh) es golpeada sin piedad. En poco más de un mes la Academia de Hollywood dirá lo que piensa del nuevo trabajo de Tarantino, cuando anuncie las candidaturas a los Oscar. Pero ahora es su turno. «Sé que gusta al 50%, así que empecemos con ellos y luego hablamos del otro 50%», arranca.
Con The Hateful Eight regresa al wéstern, un género en vías de extinción, con un filme que recuerda a La diligencia. ¿Qué pensarían los maestros de su interpretación?
No soy un enamorado de John Ford. Pero adoro La diligencia, película que supuso un salto al cine moderno. No creo que ninguno de aquellos directores apreciara lo que hago. John Ford odiaría mis películas. Muy sangrientas. Muchos juramentos. Lo mismo diría de Ernst Lubitsch, Howard Hawks, George Cukor... Son los directores que amo. Es algo generacional. Incluso Sam Fuller, al que llegué a conocer y al que le gustó mi cine, tenía un problema con el lenguaje. «¡Marty [Scorsese] también hace eso y es aburrido!», decía.
Más allá de la sangre y el lenguaje, ¿qué le define como autor?
No me corresponde poner etiquetas pero sé que mis películas son como minerales en los que puedes encontrar diferentes vetas. Colecciono temas. Buenos actores. Farsas donde nada es lo que parece. Temas raciales. Esas vetas están en todas ellas.
La desconfianza y la traición son otros de sus temas. ¿Ese fue su sentimiento cuando el blog Gawker filtró el guion de The Hateful Eight?
No se me escapa la ironía. Fue una perfecta combinación de enfado, dolor e indignación, por no decir que me sentí defraudado. Pensé en no hacer la película. Nunca había tenido ese problema. Además, el guion no estaba acabado. Ha cambiado hasta el final. Me enfadé con la permisividad con que Hollywood tolera este tipo de comportamiento. Vivimos una cultura corrupta donde se hacen cosas sencillamente porque se puede, porque todos lo hacen y porque «¿cuál es el problema?». Al menos durante las semanas en las que monté el pollo la gente que realiza estos sabotajes se sintió mal por algo de lo que se suelen jactar.
Antes hablaba de un problema generacional. ¿Cuánto ha cambiado la industria y su cine desde sus comienzos?
Desde que hice Reservoir Dogs en 1992 por 1,4 millones de euros ha habido una evolución lógica. Hoy disfruto de una grandiosidad en todos los sentidos: presupuesto, tiempo de rodaje… todo. Pero la película es muy similar. Estoy seguro de que soy mejor director. No me refiero a ser mejor autor sino al acto de dirigir. Sé lo que hago. También vivimos en un momento de cambio en el cine donde nadie sabe lo que ocurrirá en los próximos cinco o diez años. De algún modo el cine ha desaparecido. Ahora sólo vemos proyecciones digitales. Cada vez que hago una película, durante esos tres años que me lleva por regla general preparar un proyecto, veo que la industria se transforma. Y tengo claro que no seré el viejo del grupo. Antes me retiraré.
Hablando ahora a la otra mitad, la que amenaza su estreno, ¿qué le diría?
Si fuera una feminista de 21 años interesada en escribir un ensayo criticando mi película en base a la violencia de género, tendría un argumento. Pero como creador, escritor y artista mi trabajo es escribir personajes interesantes en tres dimensiones. Y no puedo hurtarles a las mujeres los elementos de sorpresa y abuso a los que también someto a los hombres. No puedo ponerlas en un pedestal.
¿Y sobre el boicot anunciado por el Sindicato de policías?
Están siendo unas semanas muy interesantes. Dije lo que dije [habló de «terror policial» y de «asesinatos» por parte de los agentes, entre otras cosas] y tengo el derecho a decirlo. ¿Me apetece que me tachen como alguien que odia a la policía cuando sé que muchos son fans? No. Para nada. Pero me gusta dar mi apoyo a las familias que han perdido a seres queridos en actos absurdos y totalitarios. Soy un optimista al que no le gusta meterse en política, sin embargo, en ocasiones salto al ruedo porque permanecer callado es darles la razón.
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