C iudad Juárez, Chihuahua. 26 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).- Sentado en una butaca, de espaldas a la cristalera por donde asoma el Upper West Side de Manhattan, Norman Manea (Bucovina, 1936) hablaba la semana pasada de una novela en la que lleva varios años trabajando, una obra inspirada en el relato romántico de un hombre que vende su sombra por dinero y sufre la melancolía de no sentirse de ningún lugar escrito por Adelbert von Chamisso y titulado La maravillosa historia de Peter Schlemihl. Ese mismo sentimiento de destierro es un tema clave en el universo de Manea, el autor rumano que a los cinco años fue enviado junto a su familia a un campo de trabajo en Ucrania, que se formó como ingeniero y compaginó esta profesión con la literatura bajo el opresivo régimen de Ceausescu, y que fue señalado por Heinrich Böll como uno de los mejores escritores vivos en 1983, poco antes de emprender un largo exilio que aún le mantiene varado en Nueva York, escribe Andrea Aguilar para El País.
Desde la aparición de su relato El impermeable en la revista mexicana Vuelta en 1991, se han publicado más de una docena de sus obras en castellano. Su traductor desde el año 2000, Joaquín Garrigós, dice que quien se sumerge en la literatura de Manea descubre que es un «obcecado defensor de la libertad». El humor, por momentos negro, afilado, pero nunca cínico, es otra veta constante en la escritura del autor de El regreso del húligan. En el libro The obsession of uncertainty (la obsesión de la incertidumbre), publicado con motivo de un homenaje que le dedicó la Universidad Bard, Ian Buruma recuerda su primer encuentro con Manea en San Francisco en 1991: «Una sonrisa sardónica, un aire perplejo, contento de estar donde estaba, pero no del todo seguro de por qué estaba allí». El escritor mantiene intacto este aire singular.
Capital Dadá, así le gusta referirse a Nueva York, un homenaje a su compatriota Tzara, fundador del movimiento artístico, y una irónica referencia al frenesí sincopado de la ciudad –«literalmente dadá quiere decir sí-sí, como este lugar, un gran collage del planeta»–. Pero Nueva York parece estos días más proclive al «no-no», convulsionada por los resultados electorales que llevarán a Trump a la Casa Blanca. La conversación arranca justamente ahí.
¿Cómo entiende lo ocurrido?
Ha sido un voto de protesta de la gente a la que no se ha tenida en cuenta, una forma casual de criticar a la nomenklatura. Durante la campaña, nadie pudo predecir esta victoria, pero no es casualidad, es lo que es. La realidad debería ser tenida en cuenta.
¿Cómo explica el voto por Trump?
Expresa el derecho a ser estúpidos, un derecho humano fundamental, aunque en Europa esto no se acepte. Aquí escuchas cualquier cosa de boca de gente que dice «es mi opinión». Esto es una forma de libertad y de tolerancia: la gente que no está bien informada también tiene derecho a pensar lo que quiera. Es la expresión última de la democracia popular en EE UU.
¿Guarda alguna esperanza sobre lo que está por llegar?
Trump no es un ideólogo. Y además resulta bastante reduccionista pensar que una comunidad entera es uniforme. Todos los musulmanes no son yihadistas, no todo el mundo es idéntico. La identidad es lo que nos conecta con el grupo, pero somos individuos. Éste es un país grande, hay 50 Estados. La gente aquí se siente más libre. Lo que MacDonald Trump ha mostrado son las dificultades que plantea la libertad. Thomas Mann dijo que la libertad es más complicada que la tiranía. No olvidemos a Berlusconi, aunque perdonemos a los italianos, este tipo de gente está en todas partes.
¿Se acabó el sueño americano?
Estados Unidos conquistó el mundo con los vaqueros, una prenda barata, resistente, fácil de comprar y de vender. Y esto aún es válido, aunque las cosas se hayan complicado. El pragmático modelo estadounidense es real y todavía manda. Espero que Trump sea un pragmático.
¿Su experiencia bajo regímenes autocráticos le ha preparado mejor para aceptar las crisis políticas?
Saul Bellow tuvo cinco mujeres, la cuarta era una matemática rumana. Una vez le preguntaron qué opinaba del fascismo en Rumania y contestó: «Nunca he creído en el fascismo rumano». Lo que quería decir es que los rumanos son adaptables, pueden ser comunistas o fascistas según convenga. Pero nadie está mejor equipado, los humanos somos seres desiguales capaces de hacer lo más maravilloso y lo más horrible.
¿Cuál fue el primer libro que leyó de un autor español?
Creo que fue Don Quijote; luego leí a Sábato, a Borges, a Vargas Llosa, autores extraordinariamente dotados.
Este año ha recibido el principal premio de las letras rumanas. ¿Llegó la hora de la reconciliación?
Mi relación con mi país no es fácil. He sufrido dos exilios. Me forzaron a irme en los ochenta, pero he seguido escribiendo en rumano, mi conexión es profunda. Las cosas ahora empiezan a templarse. Rumania no produce santos, sino poetas.
Ya en el exilio, se vio envuelto en una acalorada disputa por sacar a relucir el pasado fascista de Mircea Eliade.
Hay momentos en los que estallo. No soy realmente una persona muy política ni un luchador, pero no puedo reprimir decir «miren». Ahora soy el héroe, después de ser el traidor.
¿Cómo ha afectado la literatura estadounidense a su obra?
Ionesco dijo que, si se hubiera quedado en Rumania, hubiera sido un mejor escritor, pero el exilio le permitió dar a conocer su obra fuera. Yo creo lo mismo. La sociedad rumana es muy cerrada. La llegada a EE UU fue muy traumática, me volví sordomudo. Supongo que mi escritura se ha visto influida por el nuevo ambiente, por una tradición anglosajona distinta de la de Europa del Este-balcánica-otomana de la que yo procedo.
¿Cómo definiría esa tradición?
Rodeas el tema central y puede que incluso nunca llegues a él. En EE UU, desde el principio, te preguntan: ¿Qué es lo que mejor se te da? Viniendo de Europa, esto suena como una pregunta brutal, grosera, porque existe esa manera supuestamente elegante e hipócrita de comportarse, y son otros los que deben hablar bien de uno.
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