«Fue en París donde empecé a sentirme latinoamericano», señaló Vargas Llosa en la FIL .(Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 28 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).- El escritor peruano abrió el Programa Literario de América Latina, región invitada de honor en la FIL. Más de 1200 personas vivaron al Premio Nobel como si fuera una estrella de rock. En relación con el boom de los años 60, dice: «Nos sentíamos parte de una enorme familia». Reporta Silvina Friera desde Guadaljara para Página/12.
«El boom ya no existe, yo soy el último sobreviviente. A mí me toca el triste privilegio de apagar la luz y cerrar la puerta», dijo Mario Vargas Llosa durante la apertura del Programa Literario de América Latina, la región invitada de honor de la 30° Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Más de 1200 personas estallaron en carcajadas y aplausos al escuchar la frase del Premio Nobel de Literatura, un autor que convoca multitudes como si fuera una estrella de rock. «Son los aplausos que confirman esta triste verdad –ironizó el escritor peruano–. No me arrepiento de haber formado parte de ese movimiento, un movimiento del que surgieron buenas novelas, que hicieron pasar buenos ratos a muchos lectores, que de alguna manera contribuyeron a unir a ese mundo tan desunido que todavía sigue siendo, aunque mucho menos de lo que era hace 30, 40 o 50 años, que es América Latina».
La literatura latinoamericana no empieza con el boom, como en su momento creyeron algunos críticos y lectores. El autor de Conversación en la catedral precisó el inicio con la llegada de los españoles y portugueses a América Latina, un continente que tuvo grandes poetas y ensayistas, pero no novelistas, no por falta de inspiración, sino porque la inquisición prohibió la novela como género en las colonias españolas. La explicación que dio la inquisición, comentó el escritor peruano, es que «la novela era un peligro para el adoctrinamiento de las poblaciones nativas». Aunque prohibieron eficazmente la escritura y publicación de novelas durante 300 años, hubo un intenso contrabando. Los primeros ejemplares del Quijote llegaron a la Lima escondidos en toneles de vino. «Yo creo que los inquisidores advirtieron que la novela representaba un peligro para lo establecido; no es que la novela apartara a los indígenas de los problemas del alma, sino que al exponerse a la ficción producía un malestar en el ciudadano que conspiraba contra las instituciones y el Estado –argumentó Vargas Llosa–. No es una casualidad que todas las dictaduras del mundo de cualquier índole hayan visto en la literatura un peligro y que hayan establecido sistemas de censura y una vigilancia muy estrecha. La novela nos presenta un mundo mejor que el mundo en el que vivimos. Y esto genera una insatisfacción con el mundo tal como es, un mundo que está por debajo de las ficciones más logradas que nos seducen».
El escritor peruano –que presentará hoy su novela Cinco esquinas en la FIL y luego estará presente a las 21 en el estreno de su obra de teatro La Chunga en el teatro Diana– advirtió que América Latina era un continente balcanizado y que durante su infancia y juventud no sabía que ocurría literariamente en los países vecinos. Hay preguntas que vuelven y no encuentran respuestas satisfactorias: ¿Qué fue el boom? «Yo no lo sé y creo que nadie lo sabe con certeza –se sinceró el escritor peruano–. No fue un movimiento estético como fueron el romanticismo, el modernismo, el surrealismo, el simbolismo, donde había unos claros fundamentos que compartían los escritores adscriptos a esos movimientos». Vargas Llosa, que se definió como el «benjamín» de los narradores del boom, se despachó con un puñado de anécdotas. «José Donoso vivía muy angustiado porque los críticos no lo consideraban parte del boom. ‘Si tú no eres miembro del boom, los editores te dan un tratamiento de segunda clase’, decía Donoso, que escribió un libro para decir que formaba parte del boom, pero los críticos no le creyeron», recordó Vargas Llosa. «¿Qué pasó para que de pronto el mundo, es decir, Francia, Inglaterra, Italia, Estados Unidos, reconociera que América Latina no sólo producía dictadores, guerrilleros, encono, violencia, aventura, sino que además también podía producir buenas novelas? Nadie sabe exactamente qué pasó. Yo creo que hay una fecha que es clave, el año 1963, cuando llega (Jorge Luis) Borges a París, invitado por la Unesco para participar en un homenaje a (William) Shakespeare».
En esa época Vargas Llosa trabajaba en París como periodista y tuvo la suerte de estar en ese homenaje del que también participaron Lawrence Durrell y Giuseppe Ungaretti. «Borges subió del brazo de Roger Caillois; era un viejecito tembloroso que ya no veía y que de pronto comenzó a hablar en un francés que era perfecto y anacrónico; parecía un personaje del siglo XVII que hablaba un francés de largas frases y que sólo decía cosas inteligentes –reconstruyó el escritor peruano esa experiencia de haber escuchado al autor de El Aleph–. Los franceses, que siempre se han creído dueños de la inteligencia, quedaron completamente deslumbrados: cómo era posible que un bárbaro pudiera decir esas cosas con esa elegancia, con ese razonamiento, con esa prodigiosa cultura; citaba a Shakespeare de memoria, saltaba de los poemas a las obras de teatro. A partir de ese momento hay una actitud de sorpresa agradecida a la literatura latinoamericana por esta figura sorprendente con la que se habían encontrado». En los años 60 hubo un repliegue de la literatura europea ante la emergencia de la aparición en América Latina de novelas muy ambiciosas que conciliaban la tradición decimonónica con la renovación formal.
El reencuentro del escritor latinoamericano con los lectores españoles se produce en Barcelona, donde se empezaron a publicar a los narradores latinoamericanos. «Muchos escritores descubrimos que éramos latinoamericanos gracias a París y a Barcelona –reconoció Vargas Llosa–. Fue en París donde empecé a sentirme latinoamericano, donde descubrí escritores como (Julio) Cortázar, empecé a leer a (Gabriel) García Márquez, a Carlos Fuentes, y descubrí a (Juan) Rulfo, a quien tampoco conocía». Un hecho fundamental fue la aparición de Cien años de soledad, que se agotó en pocos días. «Nadie lo podía creer. Nunca he visto un libro que provocara un entusiasmo parecido en todas las lenguas; fue un momento de apogeo de la literatura latinoamericana que nos desagraviaba de todas las versiones degradantes de América Latina –explicó Vargas Llosa–. La fraternidad y la cercanía de los escritores se fue rompiendo por la malhadada política, pero en el recuerdo de todos quedó el sentirse latinoamericanos y que los denominadores comunes eran más fuertes que las diferencias. Fue un momento esplendoroso en la vida de todos nosotros, nos sentíamos parte de una enorme familia que estaba en movimiento, en un proceso de transformación que iba a resultar en algo distinto. Cuando uno mira atrás y descubre el fenómeno del llamado boom, que nosotros todavía no sabemos qué fue, descubre que todo era posible. Soñar no cuesta nada –bromeó el escritor–. Ahora que veo que me pasé del tiempo apago la luz y cierro la puerta».
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