C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).- Shakespeare y sus nietos han traído a Margaret Atwood hasta Londres, a tiempo para destilar la victoria de Trump con ojos europeos. La escritora canadiense ha reinterpretado La tempestad a su manera (Hag-Seed), aunque su novedad por nuestras tierras es Por último, el corazón (Salamandra), con la que vuelve a adentrarse en el terreno de la distopía en clave satírica, escribe Carlos Fresneda desde Londres para El Mundo.
A sus 76 años, la autora de El asesino ciego no ha perdido un ápice de la ironía, la profundidad y la agudeza que la han convertido en una las mayores escritoras de lengua inglesa del último medio siglo. Sigue escribiendo sobre todo a mano, alternando novela y poesía, sin renunciar al activismo ecológico y político, con la mirada puesta en los «romanos» o los «marcianos», como suele referirse a sus latosos vecinos del sur...
¿La distopía se llama Trump?
La distopía siempre es relativa. Comparado con 1941, dos años después de que yo naciera, nos podemos considerar afortunados. No tenemos bombas cayéndonos del cielo aquí en Londres [risas]. Yo no creo que Donald Trump sea capaz de hacer la mitad de las cosas que ha dicho que va a hacer. Yo lo comparo con el Mago de Oz: alguien que presume de tener poderes mágicos, pero que en realidad es un fraude. Como Dorothy, la protagonista del relato de L. Frank Baum, los norteamericanos van a estar suplicando volver a su vida normal.
¿Lo vieron venir desde Canadá?
Desde Canadá se veía como una posibilidad más real, tal y como avanzó la campaña, con constantes altibajos. Los incrédulos fueron de principio a fin los europeos, donde persiste aún una visión idealista de Estados Unidos. Nosotros los conocemos mejor: son nuestros mayores socios comerciales, aunque ellos nos ignoren sistemáticamente.
¿Y están dispuestos a abrir las puertas a los exiliados de Trump?
Los norteamericanos saben que en Canadá siempre habrá una taza de té esperándoles. Así fue durante la esclavitud, y más recientemente durante la guerra del Vietnam. De modo que si quieren huir de Trump, ahí estamos...
Las protestas en EEUU no remiten y ya han habido brotes de violencia...
No nos engañemos. Algo parecido habría pasado si hubiera ganado Hillary, sólo que orquestado por la otra parte de la población. En el fondo se trataba de un concurso de impopularidad: los dos candidatos eran rechazados por la mitad de los votantes. No sé lo que pasará, pero ha habido mucha ira acumulada. Trump va a tener que intentar algún tipo de reconciliación o puede acabar teniendo algo parecido a una guerra civil. Trump ha sabido canalizar el racismo y la misoginia de sus compatriotas. No podemos olvidar que en sus orígenes Estados Unidos fue una teocracia puritana, que eliminó todas las imágenes de mujeres. Cuando los «salvajes», como llamaban a los nativos, secuestraban a las mujeres de los colonos, ellas no querían volver, porque los «indios» las trataban mejor (risas).
¿Tendremos que esperar mucho aún para ver a una mujer presidenta?
Tampoco hay mucha diferencia si hablamos de líderes como Hillary Clinton, Theresa May o Angela Merkel, que han tenido que comportarse como machos alfa para medrar en el mundo de la política. En ese sentido, no hemos evolucionado mucho desde la era de Thatcher. En los países occidentales no tenemos aún un auténtico liderazgo femenino.
Pasemos de la realidad a la ficción. ¿Por qué ese empeño en mostrarnos el futuro poco o nada alentador que tenemos a la vuelta de la esquina? ¿Qué tiene en común su última novela con El cuento de la criada o con la trilogía que cerró con MaddAdam?
He de reconocer que tengo predilección por la ficción especulativa, que es algo muy distinto a la ciencia ficción (donde parece obligado que haya naves espaciales) o a la fantasía (inconcebible si no hay dragones). Lo que yo escribo está bien arraigado en la Tierra y pertenece a un futuro muy cercano. Digamos que en ese sentido es más como 1984. Aunque en Por último, el corazón he decidido optar por un tono satírico.
¿Cuánto nos queda para llegar a ese mundo en el que la gente renuncia a la libertad para tener una sensación de seguridad?
Ha pasado ya varias veces en la historia, y sigue pasando en muchas partes del mundo. Todo lo que tienes que hacer para instaurar un régimen autocrático es asustar a la población todo lo que puedas. Ante situaciones desesperadas, la gente se pone en manos de un salvador. No podemos olvidar que Napoleón ascendió en respuesta al período del Terror tras la Revolución Francesa.
Usted dibuja una línea muy fina entre la utopía y la distopía. ¿Renunciamos al sueño de una sociedad mejor?
Poner en marcha una utopía y luchar por un mundo mejor son dos cosas distintas. La utopía, desde que Tomás Moro acuñó el término hace 500 años, supone la construcción de un sistema totalmente distinto, con un nuevo orden de valores. El problema es que para alcanzar la utopía tienes que derribar el orden establecido y destruir muchas cosas, y encerrar a mucha gente, o ejecutarlos. Por eso desconfío de las utopías. Desconfío que de todo aquel que me diga que ha concebido un mundo perfecto. Las cosas normalmene no funcionan así, recordemos lo que pasó en la Revolución Rusa. Recordemos también la utopía cristiana de los Reyes Católicos, con la expulsión de los judíos y los moriscos de España, allanando el camino a la Santa Inquisición.
En su novela hay también una crítica muy dura al negocio de las prisiones. ¿Podemos dejar la población reclusa a las corporaciones?
Lo hemos hecho ya varias veces en la historia. De hecho, la inspiración directa del libro fueron las colonias penales australianas. El problema de las prisiones privadas es que necesitan un suministro constante de presos, y así es como se acaba encarcelando a la gente por delitos menores por los que antes no ibas a la cárcel, como en EEUU, donde hay más afroamericanos en las prisiones que en las universidades.
El mundo feliz de Positrón que usted recrea tiene también un gusto retro a los años 50...
Otra de mis grandes fuentes de inspiración fue precisamente una serie de los años 50, El Prisionero, que ocurría en un mundo en el que nadie podía destacar y todos parecían muy felices. El problema es que nadie quería salir de allí. Si lo piensa bien, ésa era un poco una metáfora de los años 50, la era de la prosperidad que sigue provocando nostalgia a los americanos. No podemos olvidar que aquella era una imagen muy edulcorada y censurada, pasada por el filtro de McCarthy, que promovió un entretenimiento escapista, de gente sonriendo y cantando, mientras se dedicaba a la caza de brujas.
Varias de sus obras discurren en ese mundo al borde del colapso ambiental, social o económico. ¿Va amos hacia esa situación límite?
¿Cuál es el nivel de paro de los jóvenes en España? ¿Un 40%, un 50%? ¿No es ésa una situación límite? ¿Qué destino le espera a la gente joven de su país si no es emigrar? Estamos negando el futuro de una generación y creando un grave desequilibrio que estallará.
En su vertiente de ensayista, usted ha publicado recientemente Payback, una dura crítica al sistema basado en la deuda...
Hemos creado un mundo de muchos perdedores y pocos ganadores. Pero no podemos seguir mucho tiempo con esta situación, con el 1% acumulando cada vez más riqueza y el 99% perdiéndola. La crisis financiera sacó a flote la situación: estamos creando una situación explosiva, el caldo de cultivo de algo que puede ser parecido a una revolución. Espero que no lleguemos a eso.
Usted dio la primera campanada literaria como poeta. ¿Cómo alterna su parte prosaica y su parte lírica?
De la manera más natural, sin premeditación alguna. Suelo trabajar en dos o tres libros al mismo tiempo, y dejo que la cosa fluya.
¿Y no ha sentido la tentación de dejar de escribir, como Philip Roth?
Todavía no, soy más joven que él (risas). De todos los modos, hay muchos escritores que dicen que cuelgan la pluma y siguen escribiendo en secreto.
¿Cómo vivió el Nobel de su amiga Alice Munro? ¿Tiene esperanzas de volver a figurar en la lista de candidatos?
Fue un momento muy intenso para ella. Le vino muy bien para superar el bajón emocional por la muerte de su marido. Fue un reconocimiento a toda su carrera y creo que un reconocimiento implícito a toda una generación de escritores canadienses. En el Nobel siempre hay alguna intencionalidad política.
¿También en el caso de Dylan?
Sin duda, fue un Nobel a la contracultura de los años 70 en plena campaña para las elecciones americanas.
Tras ganar el Booker y el Príncipe de Asturias, ¿piensa aún que los premios son un regalo del diablo?
Estoy muy agradecida por el reconocimiento que se ha dado a mi obra en España. Pero sigo pensando que los concursos literarios son un poco como los concursos de misses. Por más que lo ganes no eres la mujer más bella o el mejor escritor del mundo.
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