Rancho Las Voces: Libros / «Kafka» de Reiner Stach
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lunes, noviembre 28, 2016

Libros / «Kafka» de Reiner Stach

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Reiner Stach. (Foto: Santi Cogolludo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 25 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).-Reiner Stach pasó 18 años reconstruyendo el puzzle que constituía hasta la fecha la personalidad de uno de los autores más brillantes y a la vez más dolorosamente crípticos del siglo XX, y el resultado es Kafka (Acantilado), una biografía que se lee como un tratado decidido a despejar todas las incógnitas de un hombre que lo dejó todo por la literatura y sintió que nunca había estado a la altura. Una nota de Laura Fernández para El Cultural.

La vida de Franz Kafka, funcionario de seguros y escritor judío de Praga, duró 40 años y 11 meses. Aparte de sus estancias en Alemania -sobre todo, viajes de fin de semana-, Kafka pasó 45 días en el extranjero. Conoció Berlín, Múnich, Zúrich, París, Milán, Venecia, Verona, Viena y Budapest. Vio el mar tres veces. Fue testigo de una guerra mundial. Y nunca se casó, aunque estuvo prometido tres veces: dos con la empleada berlinesa Felice Bauer, una con la secretaria praguense Julie Wohryzek. Como escritor, Franz Kafka dejó unos 40 textos completos en prosa. En total, unas 350 páginas que él consideró «definitivas». El resto, unas 3.400, no lo eran. Eran diarios, fragmentos, y tres novelas incompletas. Según lo que dejó escrito en su testamento, su amigo Max Brod, que, por momentos, envidió terriblemente el talento de Kafka, debía quemarlas, deshacerse de ellas. Pero Max desobedeció, y las salvó, no una, sino dos veces. «Las salvó no quemándolas», dice Reiner Stach, el hombre que ha dedicado 18 años a reconstruir hasta el último de los pasos que dio el autor de La metamorfosis, «y las salvó sacándolas de Praga cuando llegaron los nazis», añade.

Recuerda Stach que en 1938, ante la llegada de los nazis a Checoslovaquia, Brod hizo las maletas y se fue. «Sólo pudo llevarse dos maletas y, pese a ello, no renunció a llevarse los manuscritos», asegura el biógrafo que en la monumental Kafka -la biografía en tres partes que Acantilado acaba de editar en dos volúmenes- recorre, junto al escritor, toda su vida, y todo aquello que rodeó su vida, como si, además de biógrafo, fuese antropólogo, pero un antropólogo dedicado al estudio de una única persona, y por eso, para el lector, la sensación no es la de acumular datos, sino la de sumergirse en Franz Kafka, vivir no algo parecido a la vida que él debió vivir sino exactamente la vida que él vivió, sintiendo que todo lo que hace es justo lo que debió hacer, porque todo a su alrededor conspiraba para que así fuera.

¿Por qué no quiso casarse, por ejemplo? «Porque no podía. Él creía que ser un hombre de familia no era compatible con ser escritor. Y escribir le gustaba demasiado. No quería abandonar la escritura pero a la vez le aterraba envecejer solo. Le aterraba que su vida fuera como la vida de su tío español, al que a menudo preguntaba cómo era eso de volver a casa por la noche, a la pensión, y que no hubiera nadie esperándole, nadie más que otros huéspedes, y su tío le contestaba que era triste, que se decía, entonces, para qué todo, pero también decía que durante el día no pensaba en ello porque no dejaba de trabajar», explica. Hay cientos de anécdotas, cientos de conversaciones, cientos de cartas, o pedazos de ellas, en Kafka, y junto a ellas, la Historia, con mayúsculas, abriéndose camino, destruyéndolo todo.


Retrato de Kafka

¿Cuándo empezó a interesarse seriamente por Kafka? Es decir, ¿cuándo se entusiasmó hasta el punto de sentir la necesidad de ponerse a escribir una biografía?

Fue cuando leí los diarios. Antes de leerlos, había leído sus novelas, y no había entendido nada. Me impresionó muchísimo que el nivel lingüístico de sus diarios y de su correspondencia fuese el mismo que el de su ficción. Era algo fuera de lo común. Y muy auténtico. Todo lo que decía. Un tipo que había perdido la ilusión. Pero que no era cínico. No había menosprecio por su parte, respecto al resto. Y eso me fascinó. Yo mismo habría querido ser así. Durante unos años fui fan, y me dije que no se podía escribir una biografía siendo fan. Tenía que recuperar cierta distancia para hacerlo. Así que esperé.

¿Qué cree que ha aportado la narrativa de Kafka a la literatura universal?

Sobre todo, precisión. Hasta entonces, la sensación era que la precisión, en literatura, era cosa de la lírica, de la poesía. La idea de que cada palabra era necesaria y había sido colocada en el lugar preciso. Pero en su narrativa es así. Flaubert había dicho que la prosa podía ser perfecta, y la de Kafka lo demuestra. Y a la vez, inventó nuevas formas narrativas. El narrador de Kafka, narra como si fuera una cámara. Sólo cuenta aquello que el protagonista está viendo. Eso produce un efecto aspiradora en el lector, que hace que se identifique automáticamente con el protagonista. Inventa una técnica narrativa cinematográfica que ha sido de gran influencia en la literatura mundial.

Al empezar a escribir Kafka se topó usted con el problema de los primeros años. Había mucha documentación en sus diarios, pero estos empezaban muy tarde, ¿qué hizo para llenar todos esos huecos, los huecos de su infancia y su adolescencia?

Fui en busca de los diarios de la época. Y descubrí que a través de las hemerotecas pueden reconstruirse vidas. También hice uso de relatos de compañeros suyos, y descubrí, por ejemplo, que de niño ya había experimentado la violencia antisemita, porque en uno de los diarios que encontré se hablaba de un incidente que duró cuatro días y cuatro noches y que ocurrió justo en la puerta de su casa.

Su relación con el padre está en el centro de su narrativa, y tiene especial relevancia no ya en La carta al padre sino también en La metamorfosis, ¿ha llegado a descubrir qué pasó entre ellos?

Hubo mucho silencio entre su padre y él. Cuando era niño, el padre gritaba y él obedecía. Luego, cuando él hacía algo que no entendía, el padre ironizaba al respecto. Y luego llegó el gran silencio. Su padre nunca entendió que no quisiese ayudarles en la empresa, que prefiriese pasarse los días encerrado en su habitación, escribiendo. Decía: «Te he pagado la carrera de Derecho, ¿por qué no nos ayudas? ¿De qué van a servirte los libros?». Kafka siempre fue un incomprendido en su casa.


Dibujo de Kafka y, a la derecha, manuscrito de El castillo

Daba la sensación de que en sus escritos se empequeñecía -como en La metamorfosis, que se convirtió en un insecto- pero que en ese empequeñecerse, estaba su fuerza.

Sí. Lo del insecto es interesante. Pensemos que el protagonista de La metamorfosis es un adulto que vive con sus padres. Es como una mascota, un animal doméstico. No forma parte de la familia, pero la observa. Así se sentía él en su casa. Llegó a decirle a un conocido que era una historia terrible, porque para él era la historia de su vida. Era un outsider en su propia familia. Por eso se describía a menudo como un animal en sus historias. Es alguien que observa a las personas, pero desde fuera, no formando parte de su mundo. Y respecto a lo de empequeñecerse, era así. Cuando tú mismo te haces pequeño, nadie puede atacarte. En una ocasión en la discutió con Felice, ella le escribió diciéndole que debía odiarla y él dijo: «No te odio, aunque me juzgaste, y lo hiciste con acritud, pero no te odio porque yo soy mi propio juez, y me juzgo con más acritud de la que tú me juzgarás nunca. Sé exactamente lo que me pasa, no hace falta que me lo diga nadie». Se declara culpable pero logra mantener su autoestima intacta. Dice, la culpa la constato y la asumo porque me conozco mejor que nadie. Se empequeñece para mantener su posición, no deja que otros le destruyan. Eso lo había aprendido de niño. La diferencia de poder era tan grande en su casa que se decía: «Puedes hacer conmigo lo que quieras -le decía a su padre- pero en mi cabeza, yo soy el dueño».

América es quizá su obra más esperanzadora, ¿cree que tenía idealizado el país?

Sí. Hay un momento en el que ve a un montón de futuros emigrantes, a la espera de embarcar hacia América, y dice: «Si pudiera volver a empezar de cero, me gustaría ser uno de esos bebés que viajan con sus padres a América». Para él, América era una utopía, un lugar en el que nadie te preguntaba por tus orígenes, en el que podías escoger la profesión que querías. Creía en el sueño americano, porque lo había visto a su alrededor. Sus familiares que habían emigrado y habían vuelto, eran más libres, distintos.

Y aunque renunció a casarse por la escritura, tampoco ésta acabó de funcionar y nunca pudo dedicarse por entero a ella, ¿cree que se sintió un fracasado? Escribe usted que a su muerte dejó tras de sí un campo de ruinas.

Sí, Kafka se sintió un fracasado. Fue incapaz de terminar grandes obras. Y había sacrificado tanto. Al final de su vida, escribió: «Lo he abandonado todo, las mujeres, los viajes, todo por la escritura, ¿y cuál es el resultado?». No es de extrañar que se sintiera fracasado. Y que se deprimiera. Y que le pidiera a Max Brod que lo quemara todo. Estaba completamente deprimido cuando escribió su testamento. Creía que todo había sido para nada, y que era absurdo salvar aquello. Suena a suicidio. Un suicidio literario. Por un lado era un perfeccionista, y por otro, estaba desesperado. El fracaso lo había hundido.


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