Jean-Pierre Léaud, la semana pasada en su hotel madrileño. (Foto: Julián Rojas)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).- Ni preparado. «El actor está très fatigué», anuncian. ¿No habrá entrevista? «Sí, es la única que concede, pero, ¿puede hacerla sin salir de la cama de su habitación?». Y así, Jean-Pierre Léaud (París, 1944), el niño de Los 400 golpes, el hombre que construyó junto al director François Truffaut el personaje de Antoine Doinel en dos décadas de magia fílmica, el actor de Jean-Luc Godard en nueve películas; en definitiva, Léaud, la salsa que usaron los cocineros de la nouvelle vague, hoy se siente como el Rey Sol, su personaje en La muerte de Luis XIV, de Albert Serra, que describe la agonía en la cama, del 9 de agosto al 1 de septiembre de 1715, cuando finaliza un reinado de 72 años, del monarca que aseguraba «El estado soy yo». Delante de toda la corte: ministros, nobles, familiares, el joven delfín, médicos, curanderos... Y efectivamente, Léaud-Luis XIV espera al periodista en su cama, rodeado por su esposa, Brigitte Duvivier, y la traductora. La tripa se le escapa entre los tirantes, el pantalón y el jersey. A cambio, la mirada brilla juvenil. Ahí se esconde el mito, el talentazo que Truffaut exprimió desde el primer minuto de su carrera, y que ha tenido momentos guadianescos aunque trabajara bajo las órdenes de realizadores como Bernardo Bertolucci, Pier Paolo Pasolini, Aki Kaurismäki, Tsai Ming-Liang y Olivier Assayas. Lo que sigue es un resumen de los parlamentos del Actor Sol. La entrevista es Gregorio Belinchón para El País.
¿Se siente cómodo en la cama?
Pues sí, me pasé toda la película en ella, es un lugar en el que transcurren muchas de mis horas. Así basé toda mi interpretación: en mis ojos y en mis gestos. Necesitaba una gran intensidad, trabajé duramente en ella. Durante un mes estuve ahí, estirado. Cuando ruedo, voy conociendo al personaje. Al tercer día, empezaron a salir de mí gestos aristócratas que yo no conocía.
Esta película nace de un proyecto de Serra para el centro Georges Pompidou en el que iba a repetir la agonía en tiempo real de Luis XIV, colgando del techo el lecho barroco dentro de una vitrina de cristal.
Mire, no encontró financiación, pero en mí tampoco hubiera tenido a su actor. No hubiera hecho eso. Sin embargo, es un mito fabuloso. Cuando se cruzó en mi camino Luis XIV sentí que la oportunidad contenía la misma intensidad que cuando Truffaut me propuso Los cuatrocientos golpes.
Serra dice que usted tiene un rostro de una genética muy francesa, un aire a Mitterrand.
Ese rostro se hizo día a día en el rodaje. Serra es un gran cinéfilo, conocía mi trabajo con Truffaut y Godard, vive como ellos una pureza del cine. A mí me ha impresionado la lluvia de elogios que ha recibido la película, desde su estreno en Cannes, donde me dieron la Palma de Honor, hasta su salida en salas en Francia. Me abruma porque resaltaban mi trabajo. Me siento muy orgulloso. Ilumina mi filmografía como pocos otros títulos.
Usted es gran admirador de Marlon Brando, y hay mucho de él en ese Luis XIV. Por cierto, usted nunca rodó los mismos días que Brando en El último tango en París, y dice la leyenda que nunca se conocieron.
¿La leyenda? Mire, el primer día coincidimos en aquel gigantesco apartamento del filme y vino corriendo a abrazarme gritando: «¡Los 400 golpes!». No lo había pensado, gracias por la comparación.
Luis XIV vio, antes de morir él, cómo desaparecía todo su mundo. ¿Se siente igual usted con la nouvelle vague? Quedan muy pocos de sus integrantes.
[A su espalda, su esposa gesticula contra la pregunta]. Me siento el último representante de la nouvelle vague. Cuando Truffaut falleció sentí un gran dolor, pero siempre he evitado ser una persona melancólica. Un festival coreano hace unos años me dedicó un ciclo de mis películas tras la muerte de François, y eso es lo importante. Sin embargo, la herida de la muerte de Truffaut no se cerrará nunca.
¿Es consciente de que la película, que ilustra un cambio de época, encaja en estos explosivos tiempos actuales?
Bah, no creo [después pedirá repetir la respuesta]. Ese rey fue el que creía en la plenitud del Estado. Sí, es cierto.
¿Qué opinión le merece Marine Le Pen?
No me gustan los fascistas.
¿Alguna vez...?
Léaud interrumpe la entrevista. Quiere leer unos extractos de las memorias del conde de Saint-Simon, ilustrado que asistió a la muerte de Luis XIV, y que el actor ha manuscrito en un folio por las dos caras. Habla de silencios monárquicos como carpas. El mensaje no importa, su voz se impone al texto. Es Léaud, el Actor Sol.
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