José Luis Cuevas. (Foto: Barry Domínguez)
C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de noviembre de 2016. (RanchoNEWS).-En la imagen aparece José Luis Cuevas hablando por teléfono. La silla ha sido girada hacia el fotógrafo y el artista parece estar posando aun cuando sólo lleva una bata puesta. Casi frente a él hay un retrato de su esposa Bertha; por el auricular le están comunicando que ella está grave. El fotógrafo piensa que la noticia dará por terminada la sesión que tiene prevista con el pintor y escultor, pero también sabe que tiene el retrato que fue a buscar de José Luis Cuevas. Luis Carlos Sánchez reporta para Excélsior.
Así, rodeado de su mundo: algunos objetos de decoración, el espejo en la pared reflejando la luz que entra por las ventanas del techo y el artista en esa actitud vanidosa que le caracteriza, como recostado y mirando furtivamente a la cámara, Barry Domínguez (Ciudad de México, 1966) sabe que ha completado la composición del retrato que le interesa hacer.
«Me gusta encontrar una forma de mirar y de hacer una composición con la luz. Eso es lo que busco: completar el entorno, jugar con los elementos que existen ahí, hay algunos elementos que pueden distraernos, pero al final de cuentas donde está la luz es en el personaje y algo que siempre busco es la nitidez y el brillo en los ojos; normalmente es ahí donde está la vida del retrato», dice.
Domínguez está cumpliendo 50 años y en ese festejo ha tenido dos felices coincidencias: el medio siglo de la autonomía de la Universidad Autónoma de Campeche y la propuesta de ésta, para reunir en un libro 50 retratos (aunque al final quedaron 53) de los más de 500 escultores, pintores, fotógrafos, músicos y escritores, que ha retratado a lo largo de 25 años de trayectoria. Publicado con el título Miradas del arte, el libro es también un repaso de la vida cultural mexicana.
Fotógrafos como Alberto Blanco, Enrique Bostelman, Héctor García y Manuel Álvarez Bravo; poetas como Jaime Sabines, Dolores Castro, José Emilio Pacheco, Juan Gelman, Alí Chumacero o Eduardo Lizalde; escritores como Elena Garro, Eduardo Galeano, Álvaro Mutis, Juan Villoro, Juan José Arreola, Augusto Monterroso, Carlos Monsiváis, Fernando Benítez, Fernando Vallejo y Gabriel García Márquez; o músicos como Arturo Márquez y Carlos Prieto, y pintores como Arturo Rivera, Juan Soriano o Leonora Carrington forman parte de las miradas que aparecen. Barry Domínguez tuvo la fortuna de aprender fotografía todavía en el cuarto oscuro y es de esos fotógrafos apasionados que encuentran ánimo en el día a día de la talacha periodística. De chavo la hizo de panadero, troquelador, carpintero, chalán de albañil, pintor de brocha gorda y yesero, hasta que un día conoció a un fotógrafo que lo metió en el mundo de la imagen. Llegar al retrato casi fue lógico, desde hace más de 20 años está en contacto todo el tiempo con el mundo de la cultura, trabajando para editoriales o en Difusión Cultural de la UNAM.
«La fotografía cultural no existe, más bien se trata del trabajo de un fotoperiodista de la cultura; yo llevo 22 años en Difusión Cultural y el estar observando los diferentes géneros artísticos me ha llevado a tener contacto con todos estos escritores y autores», cuenta. Y si a muchos los ha retratado mientras dictan una conferencia, presentan un libro o son homenajeados, el retrato que realmente le importa a Domínguez es el que le permite compenetrarse con el personaje.
«Empecé haciendo retratos antes de entrar a trabajar en la UNAM, conectándome aquí y allá. Lo primero que yo pido a un personaje es su autorización para recorrer su espacio, su casa. Cuando me la dan, voy viendo qué me puede servir, me hago una idea de dónde los voy a retratar. Algunos, por ejemplo a (Adolfo) Gilly, tuve que ir a retratarlo dos días, porque primero estaba muy rígido, no había esa tranquilidad, no se pudo romper la frialdad que existía. Luego de la primera sesión tuvimos que ir a tomar un café, platicar, charlar y hasta la siguiente sesión fue que lo logramos. A él le gustó mucho como se visualizó en la hoja de contactos.
«Lo que siempre he buscado y me interesa es retratarlos en su entorno, componer un buen retrato. Algunos me piden: yo quisiera que me retrataras aquí, otros me dicen: ‘tú eres el fotógrafo, dime dónde quieres que hagamos las fotos’». En otras ocasiones no ha habido la misma suerte: como cuando tuvo que retratar a Mario Vargas Llosa. El peruano-español era toda una celebridad un año después de haber ganado el Nobel, su editorial le advirtió al fotógrafo que sólo tenía 16 minutos para hacer las tomas.
«Me pidieron estar en un hotel en Polanco, llegar a preparar, pero esos 16 minutos que me prometieron se convirtieron en 360 segundos; seis minutos para enfrentarte al premio Nobel. Fue un reto muy difícil». Domínguez improvisó el ambiente donde retrató al autor de La ciudad y los perros: una manta negra y una silla para sentar al escritor. En la escena se distinguen los rayos del sol que entran por una ventana, pero sigue siendo más fuerte la figura solemne de Vargas Llosa.
¿Y a quién quieres retratar y no lo has hecho? «A Toledo, quiero retratar a Francisco Toledo, se me hace un personaje con gran contenido en su persona, en su expresión y no me imagino como puede ser su entorno. Ya me sugirieron viajar a Oaxaca para tratar de fotografiarlo.»
¿Te has quedado con ganas de retratar a alguien? «Sí, a Carlos Fuentes. Lo quería retratar en su casa, en su estudio. Un amigo fotógrafo me sugirió mandarle una carta y explicarle lo que quería hacer, para qué. Mandé la carta y mandé mis teléfonos y dirección, pero nunca tuve respuesta». El destino, sin embargo, acabó acercando a Domínguez con el autor de Aura. Cuarenta días después de que falleció, editorial Alfaguara le llamó para que hiciera el registró de su estudio.
«Estaban todas las cosas que él había utilizado, me acuerdo muy bien que ahí estaba el disco de Maria Callas abierto, como si fuera lo que estaba escuchando, sus cosas personales, sus plumas, todo estaba intacto. La señora que le llevaba de comer me dijo que todo había permanecido intacto, que no se tocó nada. Para mí fue muy fuerte. Le pregunté si ella ya había subido y me dijo que no. Le pregunté por qué y me respondió: ‘porque el maestro todavía anda por aquí’.»
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