Rancho Las Voces: Textos / Maite Martín Duarte: «La otra conquista - Alonso de Ercilla y su canto Araucano», octava y última entrega
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miércoles, diciembre 30, 2009

Textos / Maite Martín Duarte: «La otra conquista - Alonso de Ercilla y su canto Araucano», octava y última entrega

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Grabado del poeta español. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 1 de diciembre de 2009. (RanchoNEWS).- Concluimos con esta entrega la publicación del trabajo que la joven Maite Martín Duarte –residente de El Paso, Texas– ha escrito para participar en el concurso Ruta Quetzal BBVA, con el tema de la vida de Alonso de Ercilla y Zúniga y su «Araucana», texto que ha dedicado a sus padres Ana Laura y Alfonso, fechado el 12 de enero de 2009:


Capítulo II
Por la Espada y por la Pluma
(1555 – 1563)

Allí en Lima, se encontró sufriendo la indiferencia del Virrey y sin su paga de soldado. Pudo vivir una temporada en casa de Francisco de Andía, que había sido trasladado un año antes y que seguía a las órdenes del Virrey en un cargo administrativo del Cabildo.

Para entonces en España se habían producido importantes acontecimientos, tales como sonados triunfos como el de San Quintín en Flandes y sobre todo el nombramiento de su señor como rey de España, con el nombre de Felipe II, desde el 15 de Enero de 1556. Ercilla le escribió a su rey felicitándolo por su designación y aprovechó para hacerle relación de su esmerado servicio y trabajos allí en el virreinato del Perú, en «donde perdió bienes, posición y casi la vida». Le contó su situación de pobreza y de degradación de cargo en la milicia, y le pidió ayuda. La carta la envió el 31 de Octrubre de 1559. La valija con la correspondencia tardaba tres meses de ida y tres de vuelta, así que, aquellos meses de espera los dedicó a ordenar sus recuerdos y sus apuntes y empezó a escribir los primeros versos de su obra poética. Le sirvió para éste propósito, sus continuas visitas a la biblioteca de la Universidad que se había fundado en Lima en 1553, llamada de San Marcos, y que fue la primera del continente.

Aquello lo tuvo muy ocupado y al menos sus pensamientos volaron por encima de la vulgar realidad, que estaba viviendo. Y también cumplió unos de sus sueños, en medio de la necesidad, ya que aunque ahora era pobre, sí tenía tiempo. Se incorporó a un viaje organizado por un comerciante, conocido suyo, que iba a Cuzco. Partieron a finales de noviembre de aquel 1559. Aquel viaje fue una gran liberación para Ercilla. Disipó su mente de negros presagios, agilizó sus múculos en largas caminatas, y llenó sus pulmones de vientos de libertad. Volvió a ser él mismo, y su espíritu voló como el cóndor, por encima de las mezquindades de las guerras, la usura, la envidia y sobre todo, de aquella deslealtad –que le corroía–, tanto del Virrey, como de su hijo el Gobernador. En aquellas alturas andinas se sintió purificado y produjo sus mejores versos. Además conoció a un hombre honrado. Un idealista, pensador y poeta. Se llamaba Gómez Suárez de Figueroa, hijo de un conquistador español y de una princesa inca –una palla–, prima de Atahualpa, el jefe inca que Pizarro mandó ejecutar. Integrado en las culturas española e indígena, a las que no renunció, sobresalió por sus comentarios sobre ésta realidad mestiza. Ercilla y Gómez se entendieron y desde el primer momento se hicieron amigos. Al año siguiente, marcharía a España a conocer sus raíces, y se quedaría allí con el nombre del Inca Garcilaso de la Vega, honrando sus dos sangres y proclamando su mestizaje, tan denostado en aquella España clasista.

La respuesta a su carta dirigida al rey, se concretó en la Real Cédula del 23 de Diciembre de 1560, por la que se ordenaba al Virrey que le diera algún «repartimiento en que le diese de comer conforme a la calidad de su persona y servicios». El resultado práctico de ésta resolución real se produjo cuando tomó posesión el Nuevo Virrey, el Conde de Nieva.

Cuando le empezaban a ir bien las cosas, Ercilla se comprometió en otra causa. En una expedición contra Lópe de Aguirre, que en la región del Amazonas estaba cometiendo todo género de desmanes. Al llegar, ya habían ajusticiado al insurrecto. Siguió viaje hasta Panamá, donde se enteró de que su madre estaba muy enferma. Pidió permiso al Virrey y se embarcó camino de su patria, desde el puerto Madre de Dios, que lo había recibido siete años antes. Sin embargo, hubo de detenerse en Cartagena de Indias, aquejado por una extraña enfermedad. Repuesto de la misma, se embarcó de regreso a España, en Junio de 1563. Ocho años de ilusiones se iban quedando entre la espuma de aquella estela que dejaba el barco.

Una triste noticia lo recibió a su llegada a Sevilla. La muerte de su querida madre, en Villafranca Montes de Oca, en Burgos. Ercilla apenado, se dirigió a Madrid donde lo recibió su rey con cariño. Le contó, con detalle sus ocho años por América, y le dijo que había escrito un borrador de poemas sobre todo de lo que le contaron y vió allí, en el virreinato del Perú. Y que tenía la intención de mandarlo a la imprenta. El rey le animó y le prestó todo su apoyo. Ercilla editaría su Araucana en tres partes. La primera se publicó en 1569. En una ceremonia sencilla hizo la presentación de la misma y se la dedicó a don Felipe. El rey en agradecimiento le invistió con el hábito de la Orden de Caballero de Santiago, el 31 de diciembre de 1571, en la iglesia de San Justo de Madrid. Todos los españoles de abolengo y demostrada limpeza de sangre, aspiraba a éste honor. Tener ésta Cruz era la más palpable demostración de ser un caballero reconocido dentro y fuera de España, además de sumar una serie de privilegios, tanto económicos como de prestancia. Se acreditaba la posesión de éste título a través de una Real Cédula personal del rey.

Su Araucana se fue presentando paulatinamente. En 1578 se publicó la segunda parte y en 1589 la tercera. Fué un éxito avalado por el mecenazgo del rey, que cubrió a Ercilla de honores. Su espada hacía tiempo que descansaba en su funda, y sólo era un atuendo más de su elegante vestimenta. Lo que ahora Ercilla esgrimía era su pluma, y a pesar de mostrar orgulloso sobre su pecho, la Cruz de Santiago, ahora se honraba de que sus victorias se tiñíesen de tinta impresa y no de sangre. Estaba demostrando el valor de la palabra escrita.

Caro costó el oro de Chile y de aquella conquista, ya que se pagó con mucha sangre y sufrimientos. Quizá por ello, Ercilla regresó pobre y en su exiguo equipaje sólo se llevó a España el triunfo de la palabra y el verso, con el que 420 años después sigue demostrando que él sí consiguió «La Otra Conquista».




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