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Grabado del poeta español. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de julio de 2009. (RanchoNEWS).- Continuamos con la publicación del trabajo que la joven Maite Martín Duarte –residente de El Paso, Texas– ha escrito para participar en el concurso Ruta Quetzal BBVA, con el tema de la vida de Alonso de Ercilla y Zúniga y su «Araucana», texto que ha dedicado a sus padres Ana Laura y Alfonso, fechado el 12 de enero de 2009:
Capítulo I
De Paje a Soldado
(1548-1555)
La estancia en Barcelona duró pocos días, hasta reponer fuerzas, recuperar pertrechos y afianzar la confianza de toda la comitiva que en general llevaba con buen ánimo las difilcultades del viaje. Ahora tocaba embarcar todo. Próximo destino Génova, navegando por el Mare Nostrum. La travesía se hizo en conserva –con la costa francesa a la vista– para evitar peligros inútiles de posibles corsarios turcos o argelinos. Mar en calma y viento favorable. Un viaje de diez días, con una sóla escala en Niza para un rápido avituallamiento. Ercilla era la primera vez que se embarcaba. El mar ya lo conocía desde su niñez, en los pocos años que vivió con su familia en el solar de los Ercilla, en Bermeo, Vizcaya, a orillas del Cantábrico.
El antiguo faro genovés, desde su «Torre della Lanterna», señaló a la distancia la bocana del viejo puerto, donde serían bien recibidos en aquella tarde rosada del verano de 1548. Las relaciones de la Monarquía Española y la República Marítima de Génova eran buenas, gracias al intercambio comercial y el financiero con alguno de sus prestamistas y por mantener posiciones estratégicas comunes para defenderse del continuo ostigamiento turco en aguas comunes del Mediterraneo.
Resuelto el pago del crédito a los banqueros, Ercilla fué testigo de las nuevas alianzas políticas de ambos gobiernos para defenderse de las incursiones sarracenas y otomanas.
A mediados de septiembre, don Felipe y su gente principal oyeron misa en la catedral de San Lorenzo y les anunció que en tres días levantasen el campamento para seguir camino a Milán.
El paso por Milán fué discreto, a pesar de que don Felipe ostentaba el título de Duque de Milán, concedido por su padre desde el 5 de Julio de 1546. No obstante, el gobernador Ferrante Gonzaga , fiel servidor del Emperador Carlos V, los recibió con las máximas atenciones que le merecía el hijo de su admirado Rey, a quien sirvió como paje en España en 1523.
Ercilla admiró a su paso por las ciudades italianas tanto el arte arquitectónico y escultórico de la época romana –las colosales proporciones de sus arcos de triunfo, circos, termas, puentes, y acueductos– como la nueva corriente modernista. Conoció a su paso las nuevas construciones, pinturas, y esculturas que le dejaron una impresionante huella cultural. Escuchó hablar de Leonardo de Vinci, inventor de artilugios para la guerra, y hasta de una ¡máquina para volar! y que era capaz de mezclar lo artístico y lo científico, lo puramente racional con lo espiritual, con resultados sorprendentes, por ejemplo en la nueva concepción de la pintura. Desde la toscana florentina y por impulso de la familia Médicis –mecenas de las artes– surgieron artistas completos y de una pieza, que eran además de artífices, «hombres de ideas», que revolucionaron las mentes y las conciencias de la época. Oyó hablar de «renaciniento» como concepto nuevo, tanto en el aspecto artístico como en el de pensamiento. «Renacimiento» equivalía a renovación. Notó en el trato con la gente que algo nuevo estaba surgiendo en la forma de entender la vida. El ciudadano culto opinaba con más libertad, cambiaban las formas de vestir y de vivir. Todo se racionalizaba y hasta algunos dogmas de la Iglesia se pusieron en tela de juicio, al confirmarse cada vez con más exactitud científica la nueva teoría propuesta por Nicolás Copérnico, llamada «heliocéntrica».
Otra figura imponente que surgió también de la ciudad de Florencia, representante del nuevo hombre, del nuevo concepto renacentista fue Miguel Angel Buonarroti, escultor, arquitecto y pintor. Ercilla pudo comprobar por sí mismo alguna de sus extraordinarias obras de arte en cualquiera de las tres facetas. Este descubrimiento le confirmó que el Hombre de aquel siglo marcaría en la historia de la humanidad un hito trascendental y él se sintió orgulloso de pertenecer a su tiempo.
La llegada a la ciudad de Trento supuso para el Príncipe una gran alegría ya que le permitió afianzarse en su catolicismo. El Papa Paulo III por fín abrió las puertas del Concilio Ecuménico de la Iglesia Católica Romana, que tanto había solicitado el Emperador Carlos V, para determinar la postura de la Iglesia sobre las corrientes protestantes de Inglaterra y Alemania. Era necesario este Concilio para renovar la Iglesia desde dentro y para «definir la frontera entre la ortodoxia y la herejía», hecho que determinaría la ruptura entre los católicos y los protestantes.
El Príncipe Felipe llegó a Trento cuando el Concilio llevaba trabajando sus reformas hacía tres años (1545), y pudo presenciar alguna de aquellas reuniones en las que intervenía el propio Papa Paulo III y su corte de cardenales y obispos. El Príncipe vió cómo la Iglesia tomaba medidas duras contra los herejes a través de las normas aplicadas en su «contrareforma», y fortalecía su posición, depurando vicios y limpiando su imagen, bastante criticada en muchos ambientes de la sociedad Europea.
Y siguió el gran viaje llegando a Insbruck, Austria, con las primeras nieves del otoño. El temperamento de Ercilla, activo y optimista, superaba cualquier dificultad, siendo para su señor a veces un motivo de vitalidad. Ya sabía que aquel viaje iba a ser largo, que llegarían hasta Flandes, a Bruselas, donde podría abrazar a su madre que acompañaba a doña María, hermana del Emperador. Y esto le motivaba todavía más.
De esta ciudad austriaca pasaron a Munich, donde permanecieron todo el invierno del 49. El Príncipe, preocupado, atendiendo a los emisarios que venían desde España, Italia, y Flandes. Ercilla se admiraba cada día más de la posición que ocupaba y de la suerte de ser el servidor de tan gran señor. Seguía aprendiendo y refinando sus gustos; recepciones, bailes, teatro, y mucha lectura en aquellas largas tardes de invierno a orillas del Isar.
Con la primavera la comitiva se trasladó a la ciudad de Heindelberg, a orillas del río Neckar. Nueva parada para tratar asuntos de estado, relacionados con las guerras de religión de su padre, defendiendo la postura de la Monarquía Católica, precisamente en aquella ciudad donde en 1518 el fraile agustino, Lutero, defendió sus 95 tesis que dio pie a su reforma protestante y que chocaba con la concepción que tenía el Emperador Carlos, expuestas en aquellas concienzudas reuniones con los líderes católicos de todo el Sacro Imperio –las dietas. Su convicción: «La religión del Príncipe es la de sus súbditos», que el Emperador sostenía, no la acataban algunos de los estados del norte.
Padre e hijo por fín se reunieron después de varios años de separación y entre los muchos temas a tratar que traían las dos representaciones de la Monarquía Católica, don Carlos sugirió a su hijo algunos matrimonios de conveniencia, con la idea de ampliar su reinado y sobre todo, de apaciguar las continuas sublevaciones por motivos de las creencias religiosas. Se encontraron en Bruselas. Para ambos, aquel abrazo y aquel reencuentro unificaba un único proyecto: que el Sacro Imperio saliese ampliado y fortalecido. Ahora que acababa de morir Martín Lutero, haber si conseguían arrancar la semilla de la reforma.
Ercilla seguía asimilando todo aquel nuevo mundo de ideas, intereses, creencias, y convicciones. Miraba atrás y veía lejano el día que partió de Madrid en aquella expedición que le tenía allí en Flandes y que le permitió abrazar a su querida madre, que a la sazón se encontraba por aquellas frías tierras al servicio de la reina María, esposa de Maximiliano. Con su madre estaban también las hermanas. Otro reencuentro entrañable, que aunque lejos de su tierra, tenía toda la emoción acumulada de esos años de ausensia. Para Ercilla fue lo major del viaje. Con aquel encuentro, daba por bien pagados todos los incovenientes. Además, la estancia se prolongó por tres meses, lo que sirvió para contarse, en largas reuniones de familia, tantísimas experiencias de sus respectivos viajes. Muchas emociones, risas, llantos, proyectos, y buenos deseos de volverse a encontrar en España.
Y otra vez la despedida. Así es la vida, así somos los humanos, que parece que nos guste desandar el camino recorrido, para volvernos a alejar.
–Que nos veamos pronto, hijo. Que Dios te ayude. Que Nuestra Señora de Valvanera te guíe y te proteja.
–Deme su bendición, madre. Hasta pronto, hermanas.
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