Rancho Las Voces: Textos / Maite Martín Duarte: «La otra conquista - Alonso de Ercilla y su canto Araucano», cuarta entrega
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viernes, julio 31, 2009

Textos / Maite Martín Duarte: «La otra conquista - Alonso de Ercilla y su canto Araucano», cuarta entrega

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Grabado del poeta español. (Foto: Archivo)

C iudad Juárez, Chihuahua. 31 de julio de 2009. (RanchoNEWS).- Continuamos con la publicación del trabajo que la joven Maite Martín Duarte –residente de El Paso, Texas– ha escrito para participar en el concurso Ruta Quetzal BBVA, con el tema de la vida de Alonso de Ercilla y Zúniga y su «Araucana», texto que ha dedicado a sus padres Ana Laura y Alfonso, fechado el 12 de enero de 2009:


Capítulo I
De Paje a Soldado
(1548-1555)


Y otra vez la distancia y el tiempo que desde esa fría mañana flamenca los volvía a separar, como un desgarro. Y así la comitiva, perezosamente, tomó el viaje de vuelta hacia el sur de Alemania, llevando nuevo séquito y nuevo estandarte: el del Emperador. Padre e hijo iban juntos hasta la ciudad de Augsburgo donde tenían que resolver una cuestión financiera importante con la familia Fugger –Antón Fugger– su prestamista más incondicional, ya que no sólo ayudaba económicamente a la causa del Emperador, sino que también era un entusiasta defensor del catolicismo.

La llegada, la recepción, el hermoso día de aquel mes de Mayo de 1550, y el elegante aspecto de Augusta –antigua provincia romana de Retia–, ahora llamada Ausburgo, fue un buen presagio. La visita al rico empresario y benefactor Fugger, resultó del todo provechosa. Don Felipe afianzó la relación comercial con España y puso a trabajar a los súbditos de su delegación, para que visitaran las numerosas industrias de la ciudad, que destacaba en toda Europa por su industria textil y por la acuñación de monedas. Gracias a la buena influencia económica y estratégica de la ciudad, don Carlos estableció la corte en ella. A don Felipe también le gusto y optó por permanecer en ella una temporada. Aprovechando esta circunstancia favorable, don Carlos convenció a su hijo para que se hiciese un retrato que serviría de embajador ante las candidatas a matrimonio de las distintas casas reales más favorables. Ya, para entonces, don Carlos había mandado llamar a su pintor favorito, Tiziano Vecello, italiano, de mágica pincelada y asombroso dominio del color.

Del encuentro entre el pintor y el príncipe surgió un retrato espléndido, de un Felipe de 23 años, de esbelta figura, enfundado en una repujada armadura. Dicho retrato anduvo viajando por las diferentes cortes Europeas, levantando verdaderos torbellinos de intereses y amores, hasta que recaló en Inglaterra cuatro años después; ya la pintura con cierta pátina. Sedujo de inmediato a María Tudor, ya en el trono, y esta elección convino al emperador y al príncipe para de inmediato organizar la boda en la Catedral de Winchester, el 25 de Julio de 1554, dos días después de haberse ambos conocido en persona. Boda simplemente política y de conveniencia, aunque dicen que la hija de Catalina de Aragón, sí estaba enamorada del príncipe Felipe, que pasaba a ostentar por este acto, otro título más en su acrecentado linaje: el de Rey Consorte de Inglaterra.

Ercilla siguió todos estos acontecimientos expectante, porque estando cerca del príncipe y admirándolo como siempre, comprendía la trayectoria que tomaba su vida. Ercilla había crecido a su lado y todo lo que era se lo debía a su Señor. Pero ya tenía veintiún años y había crecido en su imaginación una inquietud. Aquellas voces venían allende el océano. En el tiempo que asistía a las recepciones del príncipe de Asturias en el salón del trono, a aquellos adelantados, virreyes, capitanes…y oía sus historias, sus conquistas y aventuras en el gran continente Americano, y veía los regalos que traían –oro, plata, esmeraldas–, sentía la nececidad de experimentar aquellas vivencias.

Días posteriores a la boda real, el nuevo rey de Inglaterra recibió en audiencia a don Gerónimo de Alderete, Adelantado de Chile, que ofreció a S.M. un rico presente en oro, extraído de las arenas de un fabuloso río, del sur de una región que llamaban Chíli ó Chile, que en lengua aymara significaba «donde acaba la tierra». Tanta era la abundancia de oro que arrastraban las arenas de aquel río llamado Toltén, que fundó poco antes de venire a España, en 1552, un pueblo que llamó Villarrica.

Pero no sólo oro era todo lo que brillaba; también salía muchas veces a relucir la espada, porque tenían que defenderse de aquellas tribus salvajes, y en algunos casos hasta con la vida, como le ocurrió en Diciembre del año anterior (1553) a Don Pedro de Valdivia, Teniente Gobernador en Chile –soldado de valía que tantos servicios prestó al Emperador y con quien él mismo, Gerónimo de Alderete, se embarcó para las Indias allá por 1535, y con quien luchó codo con codo en la provincia Paria en Venezuela.

La recepción estuvo animada ya que Alderete era muy expresivo en su parola y le gustaba fabular, lo que tenía a don Felipe encandilado. Y no digamos al pobre Ercilla que nada más tuvo oportunidad, quiso que le respodiese algunas preguntas en privado.

Aquello fué definitivo y por fín se decidió. Un día espléndido del mes de Agosto de aquel año venturoso de 1554, estando paseando a solas con su señor por los jardines de palacio, allí en Londres, se armó de valor y le dijo:

–Con la venia, alteza. Llevo a su servicio desde los quince años y actualmente tengo ventiuno. He procurado siempre ser su más fiel criado, y así deseo continuar, si S.M. lo autoriza, en otro servicio. He pensado que ahora podría serle más útil sirviéndole como soldado en el Nuevo Mundo. Por ese motivo, humildemente solicito de su generosidad, me permita embarcarme en el próximo viaje del señor Gerónimo de Alderete; y para cumplirle más eficazmente, también le suplico me autorice ceñir espada, con la que siempre defenderé su causa y su honra.
Don Felipe conocía a su paje y sabía que era un joven de convicciones y decidido. Había sido efectivamente un buen servidor y le tenía aprecio. Paró un momento su paseo y dándose tiempo para decidir, miró con asentimiento a su paje y le contestó:

– Sea. Y que redunde en la mayor gloria de nuestro señor, provecho para nos, y en honores para vos.
Y diciendo esto, don Felipe le puso la mano derecha sobre su hombro en una breve palmada en señal de aprovación.

Pasaron unos meses, y el 29 de Marzo de 1555, en una magnífica ceremonia, Ercilla recibió de manos del rey, el homenaje de nombrarle gentilhombre, dándole a besar en juramento, la cruz de la espada toledana que ponía en sus manos. En la misma ceremonia, recibieron la misma distinción dos antiguos compañeros de Ercilla, pajes también, los señores Francisco de Andía e Irarrázal y Simón Pereira, que habían tomado la misma decisión de embarcarse para América. Como remate espléndido de aquella ceremonia, a don Gerónimo de Alderete, viejo soldado, le honraron a sus treinta y nueve años con dos distinciones. El rey le nombró gobernador de Chile, para que empezara a ejercer su cargo nada más llegar al Nuevo Mundo, y la otra era la más deseada de todas, y la que distinguía a quien la recibiese. Fué la de nombrarle Caballero de la Orden de Santiago y poder así ostentar sobre su pecho la roja cruz en forma de daga, ribeteada con la flor de lis.

1555, año de gracia y decisivo para Ercilla. Había llegado a la mayoría de edad y ya era soldado de S.M. Tenía concedidos los atributos; ahora a él le correspondía ser fiel a su palabra empeñada. Desde la pequeña ventana ojival de su dormitorio, miraba al sur, ¡ya sólo miraba al sur!, y no únicamente al sur de Europa, España, sino «donde acaba la tierra.»: Chile.

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