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Dolly Onetti recuerda a su marido, el escritor Juan Carlos Onetti, como un hombre irónico y sarcástico. (Foto: Ávaro García)
C iudad Juárez, Chihuahua. 21 de julio 2009. (RanchoNEWS).- Aquí venía a verle Benedetti; era su amigo y su colega, e Idea Vilariño vino en 1989, dice la viuda de Onetti en una entrevista de Juan Cruz para El País:
Como si se hubiera producido una carambola maldita, el 28 de abril, el día en que empeoró en Montevideo la salud del poeta Mario Benedetti, moría triste en la misma ciudad uruguaya la poetisa Idea Vilariño, la autora de No, gran amor que fue de Juan Carlos Onetti, cuyo centenario estaba próximo.
Era como si sobre Uruguay pendiera en ese instante la ceremonia de una devastación. Aquel mediodía del 28 de abril, cuando falleció Idea y circuló la noticia del agravamiento de Benedetti, que moriría el 17 de mayo, la melancolía habitual de Montevideo se concentró aún más en los cafés y en las librerías.
De esas coincidencias hablamos con Dolly Onetti, o Dorotea Muhr, la viuda del autor de La vida breve. Fue su compañera durante más de cuarenta años, y aquí, en esta casa en la que hablamos, vivieron la última década de la existencia de Onetti. Aquí venía a verle Benedetti; era su amigo y su colega, e Idea Vilariño vino en 1989. «A Juan le hizo mucho bien esa visita».
Mario y Juan Carlos «se reconfortaban el uno al otro de la ausencia de su maravilloso Uruguay. Mario fue más consecuente, porque volvió». ¿Y Onetti no tuvo ganas de volver? «Sí y no. Pero él no era tan fuerte...». Mario inició el desexilio, como él decía, pero nunca se recuperó del todo de la persecución que los militares practicaron contra tantos uruguayos. «Pero Juan Carlos no quiso volver. Era perezoso para el avión, lo odiaba, y siempre decía: 'Estoy viejo, estoy feo, la mitad de la gente que yo conocí se murió ya. No le entusiasmaba la idea de volver».
Mucha gente ha vuelto, dice Dolly, «y no siempre les fue bien». Benedetti regresó del todo cuando empeoró la salud de su mujer, Luz, que murió de Alzheimer, hace tres años, en Montevideo. Llevó consigo una tristeza honda que aliviaba escribiendo.
Se reconfortaban «sobre todo por teléfono». Benedetti regresó con cicatrices. El exilio, la persecución, y después la vuelta con su mujer ya tan ausente convirtieron el último periodo de su vida en una experiencia difícil que agrandó la melancolía a veces huidiza de su carácter.
Dolly los retrató alegres, un día, «contra esa biblioteca, los dos riendo, linda foto». Y se decía que Onetti no reía. «Un tópico más. Era huraño, sí. Era irónico y sarcástico, y a veces el sarcasmo se interpretaba mal. Creo que en Uruguay se usa más la ironía que acá, o por lo menos eso es lo que pasaba antes».
Pero Onetti no era tan huraño; «era muy simpático con los humanos, sobre todo con los niños, y con los animales. ¡Acordate de lo que era con La Biche! Era una adoración con la perra».
Él decía, de broma, que no se levantaba de la cama (donde la leyenda dice que vivió los diez últimos años de su vida, hasta 1995, cuando murió) «porque La Biche me muerde las canillas». En realidad, recuerda Dolly, se metió ahí primero porque le pusieron una inyección que tuvo malas consecuencias. Y también porque era perezoso. «Leía acostado. Estaba cómodo en la cama para leer. Como leía todo el tiempo, estaba mucho en la cama. Y luego tuve ese problema con la inyección. Ya eso no fue su culpa».
Idea Vilariño vino a verle en 1989. «Y fue importante para él. Como él no iba a volver, verla aquí era muy importante. Una gran poetisa, maravillosa... Ella era más intelectual, estaba a la altura de Juan en la literatura, yo estaba en otra cosa». ¿Y cómo fue el encuentro? «No sé; yo sabía que era una relación entre ellos, había sido una relación apasionada, quizá la más apasionada de Juan. Y cuando llegó, yo me fui. Estuvieron juntos, solos».
Dolly y Onetti se juntaron en 1955, «y Juan dijo que era para siempre. Y era verdad, yo lo sabía. Y yo sabía también que no iba a ser la única mujer de Juan a partir de entonces, eso era absolutamente absurdo. Él me contaba, no había secretos. Había algo así como de conspiración. Ésta es tu vida, yo la comparto desde fuera. Y, por suerte, no soy celosa. Nunca lo fui. Si no, no habría funcionado». Era generosidad. «No, no. Lo que me importaba era que él me amaba a mí. Éramos casi como uno. Muchas veces decía: 'Vos sos un brazo mío'. Lo fui».
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