Rancho Las Voces: Textos / Reflexiones, Ocurrencias y otras Hierbas - Susana V. Sánchez: «¡Ah, el Amor… el Dulce Amor!»
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martes, marzo 06, 2012

Textos / Reflexiones, Ocurrencias y otras Hierbas - Susana V. Sánchez: «¡Ah, el Amor… el Dulce Amor!»

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Imagen tomada del internet. (Foto: Archivo)

Con motivo de la celebración del mes del amor y la amistad se me ocurrió, querido lector, hacer una reflexión sobre estos dos humanos sentimientos que con todo y que son algo tan aparentemente cotidiano y normal, en realidad son sentimientos que todos percibimos más o menos de igual manera, pero a la vez cada quien los externamos y los llevamos a la práctica de muy diferente forma. Sin embargo, me di cuenta que hablar sobre ambos sería bastante largo para el propósito de esta contribución, entonces escogí el amor como motivo de este ensayo.

En efecto, si le preguntamos a cualquier persona que vaya por la calle qué entiende por amor, casi todo mundo se sentirá tentado a darnos una cátedra sobre el asunto. No se diga las discusiones que se podrán desatar cuando, en una de esas sabrosísimas sobremesas de las comidas compartidas con amigos, cuando el trabajo nos lo permite, nos dejamos llevar por el romanticismo y cada quién damos nuestras opiniones y sugerencias sobre lo que es el amor. Sin duda alguna, este sentimiento es y ha sido importantísimo para la humanidad en su conjunto desde las épocas más remotas. Tanto los griegos, con la portentosa cultura que nos heredaron, como los romanos, sus herederos más directos tuvieron en el panteón de sus dioses no sólo uno, sino dos dioses protectores y promotores del amor humano. 


El cristianismo, heredero de la Roma imperial también habló sobre el amor de la pareja. Ya en la Biblia hebrea hay muchos escritos sobre el amor erótico. Tal vez el más conocido sea El Cantar de los Cantares. Sin embargo, es San Pablo quien define el amor de acuerdo a lo que los primeros jefes de la cristiandad consideraron que debía poseer este sentimiento. Él constituyó una verdadera filosofía sobre el amor para que se le considerara un verdadero sentimiento cristiano, de acuerdo al Corpus Doctrinaria que ya se estaba formando. Precisamente con muchas de las cartas de Pablo y otros primeros cristianos a los diferentes pueblos donde estaban predicando se formó este tratado sobre todos los temas de moral, entre ellos el amor. Si leemos la carta de San Pablo a los Corintios, nos sentiremos maravillados de todo lo que el apóstol discurre sobre el amor humano. Casi nos pide ser unos verdaderos ángeles o santos para poder vivir el amor de acuerdo a esta idea esencialmente cristiana, ¡maravillosa idea! Sin embargo, para la formación de la pareja matrimonial en los siguientes casi dos mil años, no pasó de ser eso, una idea en abstracto. En el siglo tercero de nuestra era, el imperio romano decayó completamente y los cristianos pudieron formar su propio imperio con los restos de la Roma imperial y los pueblos bárbaros esencialmente germanos que se fueron apoderando poco a poco de las tierras que habían pertenecido a Roma. Los Padres de la Iglesia: San Agustín, San Jerónimo, San Buenaventura y algunos otros que sentaron las bases para lo que llegó a ser el gran edificio de la Iglesia Católica, consideraron que el papel de la mujer debía de ser uno de subordinación y meramente secundario al del hombre. Le asignaron un carácter casi de invisibilidad. Bajo estas circunstancias, hubiera sido imposible la práctica del amor tal como lo predicó San Pablo. La mujer era simplemente otra parte de la riqueza de aquellos que la poseían; y, en el caso de los pobres, tener una mujer era como tener una oveja o una cabra, tal vez una vaca, (para muchos era más importante la vaca).

La institución matrimonial durante la edad media y hasta el siglo XIX era una alianza básicamente económica en la que poco o nada tenían que decir los contrayentes y eran más bien las familias las que determinaban qué pareja debían tener sus hijos. No obstante, la humanidad no olvidó la idea del amor erótico. Todas las literaturas de todos los tiempos y todas las culturas hablan del amor de la pareja. Pero este amor era algo en abstracto, imposible de vivirse entre los esposos para quienes el matrimonio era un compromiso que implicaba una serie de obligaciones y deberes solamente.

Posiblemente la revolución industrial fue la que promovió la idea moderna del amor entre los componentes de una pareja. Al tener que moverse los trabajadores a la velocidad que se movían las posibilidades del trabajo, la familia extensiva de la época agrícola se fue disolviendo. Para un trabajador que tenía que trasladarse, a veces a distancias muy considerables, era necesario que pudiera hacerlo con gran rapidez. Pero, como lo afirma Alvin Tofler en La Tercera Ola, la mujer era indispensable para estos trabajadores con el fin de poder ser más productivos desde el punto de vista de la era industrial y la consiguiente creación de capital. En efecto, Tofler examina el importante papel de la mujer para mantener a su trabajador aseado y medianamente bien alimentado. Era ella la encargada de ir resolviendo muchos de los problemas del alojamiento y de la logística necesarios para que el trabajador pudiera concentrarse solamente en ser un individuo muy eficiente y productivo en su trabajo. A diferencia del labriego que tenía a su disposición una gran familia extensiva, el trabajador industrial dependía únicamente de su esposa para toda la logística de su vida privada y su preparación para el trabajo. La mujer entonces comenzó a tener una importancia mayor como individuo.

En el siglo XX, la educación pública se estableció como una obligación de los gobiernos y por lo tanto la mujer comenzó a tener una preparación y entrenamiento para el trabajo que no había tenido nunca antes en la historia de la humanidad. Poco a poco se fue involucrando en todos los campos del quehacer humano y poco a poco logró tener una independencia económica que se fue equiparando con la del hombre. En este momento histórico, una de las conquistas que lograron ambos sexos fue la de poder escoger su propia pareja, sin que mediara la imposición de los padres o de tutores que sólo pensarían en su propio provecho, en lugar de pensar en el bienestar de los contrayentes. ¡Gran conquista! Las iglesias y las autoridades de todas clases comenzaron a vociferar en contra de este tipo de uniones. De hecho, como el mundo de las ideas no cambia de un día para otro, muchas familias siguieron imponiéndoles a sus hijos las parejas que debían tener. Pero como la economía es la madre de todos los cambios substanciales, la elección de pareja se volvió un verdadero valor ético al final del siglo XX. Hoy en día, se consideraría un verdadero acto de tiranía y de inmoralidad imponerle a alguien su pareja. Aunque en realidad esta práctica sigue vigente, pero impuesta con medios más sutiles como el convencimiento y la coerción económica, el chantaje sentimental o de otros tipos. Sin duda alguna ¡el amor está de moda!

Pero ¿qué es eso que llamamos amor? En general, la mayoría de la gente recibe desde la más tierna infancia una indoctrinación sutil sobre la clase de pareja que debe tener en el futuro. Esta indoctrinación no solamente se recibe por parte de la familia, sino que los amigos y el medio en general la promueven y la practican. La primera condición que se nos dicta es que nuestra pareja debe pertenecer a nuestra misma clase social o a una más alta. Pero al mismo tiempo, hoy en día, la atracción física tiene un papel determinante en la convicción de cada individuo para sentirse enamorado. Sin embargo, aquel que se atreva a escoger su pareja en una clase más baja será duramente criticado por el medio en general y podría hasta recibir el castigo del ostracismo total, en caso de que su pareja sea de una clase mucho más baja. A menos claro, de que este individuo haya dado muestras de gran habilidad para hacer dinero; en cuyo caso, los dos serán criticados pero posiblemente no se les marginará de las familias de las que provengan. Entonces la atracción sexual que sentimos por algunas personas sobre todo a lo largo de la juventud, en realidad está determinada por muchos factores muy ajenos a lo que sería esta atracción si fuera algo solamente emanado de la naturaleza, como es el caso de los animales.

En el caso de las personas, casi todos sentimos que amor equivale a matrimonio porque en general tenemos esa necesidad de permanencia en casi todos los órdenes de la vida. Y creo que es aquí donde realmente comienzan los problemas. El matrimonio, tal como se define en todos los códigos civiles del mundo, es una sociedad; y no es una sociedad cualquiera, sino que es, como lo era en el pasado, una institución para producir riqueza. Una riqueza de la cual no son poca cosa los hijos (futuros ciudadanos, trabajadores y productores). Claro, nadie nos informa con claridad que cuando nos casamos estamos creando una sociedad tan seria y con tantos deberes y responsabilidades. Esto ha creado hoy en día una, casi diría yo, fatal diferencia entre lo que espera cada uno de los cónyuges y lo que realmente obtendrá al enfrentarse al problema de la cotidianeidad vivida en pareja; donde cada uno tendrá una idea posiblemente muy diferente de lo que es la producción de riqueza. Los jóvenes actuales están más preocupados, sobre todo las mujeres, en la boda. En otras palabras, es más importante para ellas la ceremonia que el contrato que van a firmar y con el cual se van a comprometer a una serie de responsabilidades, de las cuales la primera es la estrategia personal y en sociedad para la supervivencia. Con esta sociedad también atarán su vida a un socio que muchas veces ni siquiera conocen bien. Entre las muchas fallas de la moderna educación pública, ésta es una de las más graves: no le ofrecen al estudiante la información que realmente le servirá en su vida adulta como trabajador, productor y socio de la sociedad matrimonial.

Por todas partes oigo una serie de quejas sobre la cantidad de divorcios que existen hoy en día. Pero me maravilla como nadie es capaz de examinar el asunto con un poco de seriedad. La mayoría de la gente se limita a dar sendos sermones sobre la moral (por supuesto cada quien habla de su moral personal), la falta de responsabilidad y lo malo que son los tiempos actuales. Los jóvenes se han vuelto cínicos, puesto que tampoco tienen un punto de referencia para poder juzgar en qué consistió el fracaso de su matrimonio. Por otra parte, los medios se dedican a bombardearnos a todos con una serie de cursilerías sobre lo que es el amor y por supuesto el matrimonio. Abundan en la televisión los programas de discusión, sobre todo con conductoras cuya educación deja mucho que desear y que están demasiado ocupadas en perfeccionar su apariencia personal, como para tener el tiempo o la disposición para estudiar un poco sobre los temas que tratan. Pero como son las sacerdotisas del moderno oráculo de Delfos, la mayoría de la gente las oye y las considera la máxima autoridad en todo tipo de juicios morales y éticos. Tal como lo vaticinó Ortega y Gasset en La Rebelión de las Masas, entramos en una época de la banalización de todo. Actualmente, cualquiera que sea conductor o conductora de programas de televisión se siente un experto en todo; somos la sociedad de la todología. En consecuencia, todo el día nos bombardean con un cúmulo de información de muy dudosa procedencia y peor calidad. El amor en particular ha venido a ser una herramienta de atracción para toda clase de ventas y para toda manipulación en general. Con el fracaso de las iglesias actuales y con la crisis de «valores», puesto que los viejos valores ya no son viables en nuestra época, el muy traído y llevado «amor» se ha convertido sólo en un instrumento de placer instantáneo, como lo puede ser cualquier droga. Por lo tanto, la dependencia sicológica que se crea en muchos individuos por una pareja cualquiera, se parece enormemente a la dependencia que la gente desarrolla hacia las drogas, el juego, el sexo desenfrenado o las compras. En fin, este pretendido amor ha venido a ser solamente otra muleta con la que intentamos llenar el vacío existencial que se ha convertido en la peor epidemia social en la historia humana.

Los filósofos de todos los tiempos han examinado el amor, uno de los sentimientos más humanos, pero hay una crasa ignorancia sobre lo que ellos han dicho. Al querer convertir la educación en únicamente un entrenamiento para el trabajo técnico, o en un medio para hacer un poco de dinero, hemos descuidado la formación del individuo integralmente. La sociedad del siglo XX nos permitió a todos la libertad de escoger nuestra pareja de vida. Pero la falta de educación y de cultivo del espíritu nos ha vuelto individuos con objetivos de vida muy banales y nos ha hecho olvidar el cultivo del espíritu y de la creación de los valores necesarios para que los sentimientos más excelsos sean en realidad los que rijan nuestras vidas y nos sostengan en las decisiones más importantes que deberemos tomar a lo largo de nuestras vidas. Ojalá comencemos muy pronto a tomar en serio la idea del amor, como base del matrimonio y a estudiar el matrimonio como lo que es: un contrato social de importancia capital que es la base de la supervivencia, de la producción y acumulación de la riqueza familiar y de la formación de los ciudadanos del futuro.


El Paso, Texas.
14 de febrero de 2012.