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Andruetto se quedó con un premio que la legitima a nivel mundial. (Foto: Página/12)
C iudad Juárez, Chihuahua, 20 de marzo 2012. (RanchoNEWS).- «Ay qué loco todo esto! Tengo una ensalada en la cabeza que no te imaginás...» La carcajada de María Teresa Andruetto retumba desde las sierras cordobesas, el lugar en el mundo que eligió para vivir y escribir. La primera escritora argentina y en lengua castellana en ganar el Premio Hans Christian Andersen, considerado uno de los más prestigiosos de la literatura infantil –conocido también como el «pequeño Premio Nobel»–, no tuvo tiempo ni de encender la computadora. Le cuesta traducir emocionalmente el vendaval de sensaciones que zumba por el corazón. Este merecidísimo reconocimiento a una de las narradoras que con más denuedo ha combatido la mercantilización de un género que ella prefiere llamar «zona de lectura», un borde donde chicos y grandes pueden compartir y traficar textos a su antojo, significa una «doble recompensa» a la «maestría en la escritura de obras importantes y originales que están fuertemente centradas en la estética», como destacó el jurado del IBBY (Organización Internacional para el Libro Juvenil). «Sus libros se refieren a una gran variedad de temas, como la migración, los mundos interiores, la injusticia, el amor, la pobreza, la violencia o los asuntos políticos», agregaron los especialistas a la hora de fundamentar la elección de la autora de Veladuras, Stefano, El país de Juan y La mujer vampiro, entre otros títulos. «Ya celebré el hecho de estar en la lista de los cinco finalistas. Pero estoy bastante impactada, no deja de ser una gran sorpresa», dice Andruetto en diálogo con Silvina Friera para Página/12.
El fallo del galardón más importante de la literatura infantil y juvenil –que se entrega cada dos años al conjunto de una obra– se anunció ayer en la Feria del Libro Infantil de Bolonia. La mujer que nació en Arroyo Cabral y fue criada en la pequeña ciudad de Oliva se quedó con un premio que la legitima a nivel mundial. Andruetto sabe que ahora se abrirán las puertas de las traducciones, nuevos puentes y muchas más sorpresas cuando sus libros circulen en otras lenguas. Pero la pelea, el lento trabajo de los años, arrancó cuando fundó el Centro de Difusión e Investigación de Literatura Infantil y Juvenil de Córdoba (Cedilij). Mucha agua corrió por el río de su experiencia en el campo, desde su paso como secretaria de redacción de la revista Piedra Libre, los talleres que dio como docente y formadora, sus conferencias y sus primeros títulos, dos volúmenes de cuentos, Misterio en la Patagonia y El anillo encantado, que publicó en 1993. «Mis libros han funcionado de abajo hacia arriba –reflexiona la autora de dos magníficas novelas para adultos como La mujer en cuestión y Lengua madre–. Yo tengo 58 años, empecé a escribir antes de los 20, pero publiqué a los 40 y comencé a circular a los 50. Recién a los 55 aparecí en la prensa nacional. Todo lo han hecho los lectores. Los libros se empezaron a leer, los pedían en las librerías y las librerías a las editoriales. Mis libros han circulado mucho de boca en boca. Yo puedo decir que he tenido un cuerpo de lectores antes de tener prensa. Cuando muchas veces el camino es a la inversa».
«Mi escritura siempre está en los bordes, no sólo respecto de los géneros tradicionales, sino también de la propia literatura infantil. Perfectamente podrían ser textos para adultos», subraya Andruetto.
Este moverse por los bordes le ha generado cierta incomodidad al interior de la literatura infantil, ¿no?
Sí. Pero tengo clara consciencia de la lectura y de qué se le puede acercar a un grupo de lectores. Siempre defendí la idea de una literatura infantil que no sea tan «infantil», en el sentido de que sea por sobre todo literatura; algo que no suele suceder por la producción en serie y un público cautivo muy importante. Muchos de los libros que he publicado para chicos o jóvenes no los escribí especialmente para esos lectores, pero algún editor consideró que podían funcionar. Y de hecho funcionaron. Stefano, La niña, el corazón y la casa y Veladuras son libros que ahora llaman «crossover»; pero mucho antes de que esa categoría empezara a conocerse, yo sentía que simplemente lo que hay es lectores. Y mientras antes un lector pueda pasar a la literatura toda, mejor. Hay libros que por su sencillez o cierta posibilidad de conmocionar funcionan como libros interesantes en el tránsito de un lector entrenado hacia una mayor complejidad. Pero esos libros también pueden ser leídos por adultos, ¿no? Hay una discusión sobre si la literatura infantil es un género o no.
¿Y qué opina usted sobre esa discusión: es o no un género?
Más que un género –porque tiene todos los géneros adentro–, la literatura infantil es una zona de lectura. Muchos textos son leídos para chicos o para jóvenes por una categoría de la edición, cosa que no está mal. A veces es un editor el que puede hacer que un cuento se convierta en un libro para chicos en lugar de un libro para adultos o para ambos, porque está editado de tal manera, porque tiene ilustraciones y una cantidad de cuestiones que son categorías de la edición más que de la escritura. Y de la mediación: «Tengo este libro, a quién se lo debo». Esto que digo es un poco incómodo al interior del campo de la literatura infantil, es como negar que exista la literatura infantil, ¿no? No quiero llevarlo a un extremo absoluto. Cuando hablamos de un niño muy pequeño la especificidad aumenta. Pero en el caso de un lector que tiene catorce años, por ejemplo, pienso en una editorial como Libros del Zorro Rojo, que publicó El monje y la hija del verdugo de Ambrose Bierce. Ahí está el ojo de un editor que descubre que ciertos textos pueden ser «libros puentes», lo que los franceses llamaban «literatura pasarela», en el borde entre niños y jóvenes, entre jóvenes y adultos. Me importa construir lectores que tengan más que ver con la literatura que con lo infantil.
¿Por qué el Hans Christian Andersen implica una «doble recompensa» para usted?
Me siento doblemente recompensada porque he sido una escritora que me he movido más por los márgenes; finalmente es la literatura y el lenguaje lo que me importa y no tanto los casilleros. En el casillero de la literatura infantil muchas veces lo primero que se pierde es la calidad literaria en función de enseñar tal tema, transmitir tal otro o ser políticamente correctos. Siempre traté de horadar esos límites, esos bordes. Al principio no me iba tan bien (risas). Pero pasados los años he tenido muchas recompensas. No puedo correrme de ese lugar ideológico de cómo hacer que un chico despierte a la riqueza del lenguaje, a la literatura; y cómo ese niño se va convirtiendo en un lector más fino. Lo que rechazo es la mala calidad deliberada. Tengo un amigo que dice: «Vos de tanto hacer que los chicos lean, los chicos se hacen grandes y te compran las novelas para adultos» (risas). Yo quiero que la literatura infantil no esté tan compartimentada, que sea más literatura y menos infantil.
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