.
El escritor Jesús Ferrero. (Foto: Samuel Sánchez)
C iudad Juárez, Chihuahua, 21 de marzo 2012. (RanchoNEWS).- Para todo lo relativo a los asuntos de la vida, como cuando definía a una de sus exnovias, «tan maja que nunca me dejó meterle mano por debajo del sujetador, ni tampoco por encima», Rob Fleming, célebre dependiente de la tienda de discos de la novela Alta fidelidad, recurría a la música. Y gracias a las neuras de tintes pop de este y otros de sus célebres personajes, Nick Hornby se ha erigido en todo un maestro del recurso a la clase de sensaciones universales que provoca una buena canción para hallar inspiración literaria. No fue el primero, pero sí uno de los que más éxito ha cosechado al cruzar los caminos de la novela y la música, el penúltimo de ellos es Jesús Ferrero que con El hijo de Brian Jones (Alianza), obtuvo el XIII Premio Fernando Quiñones. Una nota de Fernando Navarro para El País:
Ferrero basa su novela en la figura de Brian Jones, guitarrista y uno de los fundadores de los Rolling Stones, quien apareció muerto en la piscina de su casa en 1969, para narrar el encuentro de Alexis, uno de sus hijos ilegítimos, y Julián, hijo del jardinero del guitarrista de la banda británica. Un encuentro que, con sus pasajes hacia los excesivos y gloriosos años sesenta cuando Jones era «un aristócrata del pop en Londres», permite al escritor español trazar dos mundos paralelos, el del padre y el del hijo, el de los sesenta en Londres, conocido como Swingning London, «cuando las bellezas de faldas cortísimas y sonrisas angélicas perseguían a los músicos», y el de los noventa en Nueva York, donde reside el hijo con Julián y sus amigos y todas sus dudas existenciales. «El rock’n’roll, incluidos los Rolling Stones y Brian Jones, iba a ser un telón de fondo», afirma con gesto pausado Ferrero en una conversación en un céntrico hotel de Madrid. «Aunque quería entrar en el alma de Brian Jones, lo iba a ver desde fuera».
Y así recorre cuatro décadas. Pero ni Ferrero (autor de obras como Bélver Yin, El efecto Doppler y Las trece rosas) será el último en recrear a través de la ficción la música y sus iconos, ni Hornby fue el primero. Aunque el autor británico sí fue uno de los que más éxito cosechó y el que seguramente más atributos dio para que la música popular y la ficción cruzasen sus caminos en la literatura, abriendo nuevas posibilidades creativas y sentando una especie de modus operandi en el que el escritor, a través de la imaginería musical, cuenta una historia al tiempo que plasma sensaciones. Pero antes que él conviene citar otros autores como Julio Cortázar, tal vez el pionero, quien se inspiró en 1959 en la figura del irrepetible saxofonista Charlie Parker para su cuento El perseguidor (RBA), donde el protagonista, Johnny, es un ser mágico cuando tiene un saxo en las manos pero su vida diaria está repleta de momentos trágicos. Y, después del boom Hornby, se dan otros títulos muy notables como El blues de los sueños rotos (Anagrama), escrito en 1996 por Walter Mosley, quien narró la historia de un bluesman que había tocado de niño con el legendario Robert Johnson, cuyo fantasma se halla de forma constante en un texto que propone la supervivencia como motor humano.
La música y sus iconos
La pasión por la música popular ha llevado a varios autores a recurrir a sus ídolos en la ficción literaria. En España, un país donde el rock y el jazz calaron bastante entre los literatos, el crítico musical Jordi Sierra i Fabra escribió en 1988 El joven John Lennon (SM). Desde una perspectiva juvenil, Sierra i Fabra narraba la adolescencia de Lennon en el Liverpool de finales de los cincuenta. La historia de un joven que soñaba con hacerse músico. Recientemente, el también crítico musical Javier Márquez ha publicado Letal como un solo de Charlie Parker (Salto de página), una novela negra ambientada en los años cincuenta en Las Vegas con Frank Sinatra y Dean Martin como magnífico decorado musical.
Pero más allá de la idolatría musical, estas referencias suelen guardar significados más profundos, como en el caso de Walter Mosley que se sirvió del icono y el espíritu de Robert Johnson, el músico que vendió su alma al diablo, para hablar de la soledad, la miseria y la redención. El icono que utiliza Ferrero en El hijo de Brian Jones es el canto roto de los Stones y lo hace porque esconde la fotografía de una generación, la suya, que se evadía a ritmo de rock’n’roll trepidante, música del diablo, muchas drogas, sexo y nada de normas. Puro hedonismo. «Hay un terror al envejecimiento en la época de Brian Jones, ya que todos querían ser adolescentes eternos», reflexiona Ferrero. En Brian Jones, por tanto, se ilustra la consagración de la adolescencia, como en Charlie Parker Cortázar capta la fatalidad. «En los años de Jones, la juventud empieza a ser casi una clase social, que crea sus propios estilos, y no había ocurrido antes. Hubo un indicio de eso en los años veinte pero lo borró la II Guerra Mundial y la crisis económica. Emergió de verdad en los años cincuenta. En los sesenta, adquiere esplendor», dice el escritor.
Esplendor que se manifiesta en sus capítulos dedicados a los años del guitarrista con Anita Pallenberg, la modelo que se desenvolvía con estilo y derroche entre la aristocracia londinense, una de las musas de la Factory de Andy Warhol, que terminaría en los brazos de Richards. Para Ferrero, «los Stones se teatralizaron mucho más tras juntarse con la aristocracia de Londres, gracias a los contactos de Anita Pallenberg. ¿A quién amarga un aristócrata enrollado? Les enseñaban algunas cosas que por su condición solo ellos sabían. Se influían unos a otros. Las estrellas del pop y el rock adquirieron todavía aires más enfáticos y teatrales».
La música y sus canciones
Al escritor japonés Haruki Murakami le sirvió la canción Norwegian Wood (The Bird Has Flown) de Los Beatles de excusa perfecta para desarrollar la historia de amor y nostalgia de Tokio Blues (Tusquets). El personaje de Naoko hace muchas referencias a la banda más famosa de Liverpool, aunque es la canción la que domina la narración en tanto en cuanto la evocación sentimental de su música se desprende en el libro.
Jesús Ferrero comparte esa necesidad de encontrar una sonoridad a las narraciones que tienen la música como trasfondo, e incluso utilizar determinadas canciones como perchas vitales de la historia. Como Paint it black, de los Rolling Stones, que se cita en el libro, y que, con su telón sonoro a base de tres acordes y una batería, dice aquello de «píntalo todo de negro». Aún con toda la mitomanía que gira en torno a Brian Jones, fue un personaje contradictorio, como tantas estrellas del rock, con sus sombras y sus luces, con sus ataques de cólera, su personalidad narcisista, su tiranía y su violencia física y verbal con las mujeres.
«No soportaba el estatus ante el que le había colocado el mundo», afirma el escritor. «Era mucho más frágil que sus compañeros, en parte porque le devoró el éxito prematuro, como a muchas estrellas del rock. Emprendió el camino hacia la destrucción a una velocidad pasmosa».
La música y sus emociones
Música y literatura. Dos disciplinas artísticas que se unen para, al final, intentar plasmar emociones. El escritor norteamericano Kevin Major publicó en 1988 Querido Bruce Springsteen (Ediciones B), una sencilla historia donde un adolescente escribe cartas al famoso músico de Nueva Jersey y le va exponiendo todo tipo de inquietudes vitales. Major reflejaba los miedos y las ilusiones del adolescente de clase media con una obra humilde que recordaba a la radiante honestidad del protagonista de El guardián entre el centeno (Alianza), de J.D. Salinger.
Emociones como las que desprende Alexis con respecto a su vida y su padre. «Algunas mujeres iban con sus hijos en brazos al apartamento de Brian Jones, cuando se creía el rey del mundo, y las expulsaba», explica Ferrero. En el libro, se habla de la madurez de un joven marcado por la relación de un padre ausente, tan propio de aquellos sesenta. «Los padres del personaje de Alexis no quieren que se acabe la fiesta. Los de los años 20 se escandalizaban porque habían estado diez años de fiesta, así lo decía Fitzgerald. ¡La generación de Jones estuvo treinta años de fiesta!», señala el escritor.
Con la figura del hijo ilegítimo, un personaje de ficción, Ferrero crea los contrastes entre la maldad y el genio de Jones, pero también se reflexiona sobre las contradicciones existenciales, la inocencia de la juventud, la responsabilidad paternal y, sobre todo, el miedo a envejecer. Música y literatura, a fin de cuentas, para explicar las vicisitudes de la vida. O, como diría el dependiente de la tienda de discos de Alta Fidelidad, utilizar la música que elegimos para definirnos, también en la literatura.
REGRESAR A LA REVISTA