miércoles, marzo 01, 2006
Juan Villoro: Disparo de Argón
J. A. MASOLIVER RÓDENAS (Foto Pepe Encinas)
B arcelona, España. 22 de febrero de 2006. (La Vanguardia) La personalidad de Juan Villoro (México, 1956) es literalmente avasalladora. Es uno de los cronistas más prestigiosos, con un libro de viajes que rompe todas las reglas del género por lo que tiene asimismo de libro de memorias y de narración como Palmeras de la brisa rápida,o los artículos sobre la música pop, el cómic y muy especialmente el fútbol, recogidos en Los once de la tribu. A este interés por lo cotidiano y lo popular hay que añadir su sólida formación, reflejada en el libro de ensayos Efectos personales, especialmente útil para descubrir su identificación con escritores como Alejandro Rossi, Sergio Pitol, Augusto Monterroso, Roberto Arlt, Valle-Inclán, Arthur Schnitzler, Thomas Bernhard o Italo Calvino. Es, a mi entender, uno de los mejores cuentistas mexicanos y su relato Coyote una auténtica pieza antológica.
Esta brillantez y esta dispersión en el sentido más positivo de la palabra quizás han afectado a su obra novelística, en parte por la tendencia a descalificar lo que no alcanza la brillantez de otros géneros (especialmente la crónica y el relato) y en parte por la tendencia de los críticos a decidir que quien es un maestro en el género breve no puede serlo en la novela. Villoro ha traicionado a estos críticos escribiendo una de las mejores novelas escritas en castellano en los últimos años. El testigo, premio Herralde de novela, es un libro ambicioso y totalizador. El disparo de argón no es, debo decirlo, su mejor libro, y esta afirmación da más credibilidad a todo lo elogioso que he venido señalando hasta ahora. Y sin embargo es una novela necesaria porque aquí está, de forma un tanto desorganizada, todo Villoro y porque está también todo lo que de nuevo tiene la narrativa mexicana de la década de los ochenta y los noventa del pasado siglo y que conserva hoy su modernidad.
En esta nueva escritura lo mexicano sigue vigente, porque en México las rupturas generacionales no han sido tan violentas como en España. Lo que cambia sobre todo es el registro: la trascendencia en las denuncias a la revolución traicionada está sustituida por el sentido del humor, la irreverencia y el juego. En Villoro la corrupción política se identifica con la corrupción ambiental. Pero le interesa también la vida cotidiana, la soledad, la extravagancia casi valleinclanesca de muchos personajes, las supuestas grandes empresas carentes de heroicidad, la recreación (¡e invención!) de ambientes y, rasgo típico de la novela contemporánea, la identificación del escritor con sus personajes, una voz narradora integrada a la novela. En Materia dispersa el protagonista es un arquitecto con descabellados proyectos. La acción se desarrolla en Terminal Progreso, perfectamente ambientada. EnEldisparo de argón el protagonista o, mejor dicho, uno de los protagonistas, esun oftalmólogo. El centro narrativo ocurre en una extravagante clínica creada por un supuesto discípulo del prestigioso oftalmólogo catalán Barraquer. Es decir, hay un espacio cerrado, modelo de extravagancia, en el que asistimos a la mezquindad y a las intrigas de los oftalmólogos. Este espacio se amplía a la colonia San Lorenzo donde está situada la clínica. Y esmuy fácil identificar la colonia o barrio con México. El propio Villoro escribe aquí que "la mejor de las lecturas es la magia que borra las letras y hace visibles otras cosas". Y si en el reducido espacio de la clínica el centro narrativo es la rivalidad que existe en cualquier institución ( "¿Realmente existían rivalidades entre gentes nunca vistas que sin embargo intervenían en nuestros asuntos?"), en San Lorenzo lo es la corrupción ambiental. Los olores nos acompañan a todos lados como si también ellos fuesen personajes y decidiesen el destino de los demás: "No podía hacer futuro en un contacto que empezaba oliendo la descomposición del otro", nos dice el narrador, Fernando Balmes, a propósito de F., con la que sin embargo acabará haciendo el amor en el retrete de la clínica. "¿Cuántas señas de descomposición pasan inadvertidas?", se pregunta poco después.
Esta es la función última, patética, divertida y taimadamente crítica: ponerlas en evidencia. La clínica, como la colonia San Lorenzo, es una metáfora de México: "En cientos de cantinas he visto las blanduzcas y amarillentas cagadas de la dieta mexicana, como si padeciéramos una monomanía vegetariana". Las dos M, el Maestro y Mónica, son los dos protagonistas del misterio. La otra M es la de México que se nos revela a través de la clínica donde hay "más invidentes que enfermos curables, un terco recordatorio del país grande, la nación del polvo, los caseríos sin agua, infectados de aquí a cuarenta gobiernos inútiles". Novela, pues, amena, desenfadada, extravagante y crítica que nos introduce al mejor Villoro.