Rancho Las Voces: Diane Arbus: la realidad es extraña
La vigencia de Joan Manuel Serrat / 18

viernes, marzo 10, 2006

Diane Arbus: la realidad es extraña


Girl with Cigar in Washington Square Park, NYC, 1965

JUAN BUFILL

B arcelona, España. 08/03/2006. (La Vanguardia).- Es la mejor y más completa retrospectiva que se ha hecho sobre Diane Arbus (Nueva York, 1923-1971), uno de los mejores fotógrafos de la historia. Extrañamente, sus herederos no han permitido que se edite un catálogo en catalán y castellano. Se exponen sus iconos, fotos inéditas, notas, cartas, sus cámaras y un etcétera donde destaca la transcripción de un sueño suyo que recuerda al incendio lento de la película Barton Fink.

Arbus tomó su apellido de su marido, nació Diane Nemerov, en una rica familia judía neoyorquina de ascendencia rusa y polaca. Ahora su personalidad ya es carne de Hollywood, pero en vida expuso poco y tarde, la admiraban sobre todo los mejores fotógrafos y los judíos neoyorquinos y sólo fue conocida internacionalmente tras su suicidio en 1971.


Girl in her circus costume, MD, 1970

Diane Arbus era sistemática y poética. Ponía títulos como El viaje vertical y se proponía un macroproyecto de los que llenan una vida: fotografiar, como una antropóloga cultural, los Ritos, usos y costumbres americanas, con subseries como Pseudolugares o Children of the Very Rich. Al principio podía fotografiar imágenes de películas proyectadas o autorretratarse embarazada (1945). Si hubiera estado en Barcelona, habría frecuentado el barrio chino como Joan Colom. Después, casi todo fueron retratos de la extrañeza. Arbus era metarrealista, descubría la ficción y lo extraño en lo normal. A veces con cariño y sutileza: Niña vendiendo orquídeas de plástico por la noche,o Niña con gorro (introvertida, asustada, quizá la inocencia perdiéndose). O también la mujer apesadumbrada que carga a un niño en Central Park, arreglada como para ir a una fiesta (y no hay fiesta). O las flores de una boda sombría y neblinosa.

Con menor frecuencia descubría lo común en lo considerado como raro. Abundan en su obra los personajes singulares, los monstruos evidentes y de circo. Los títulos son todo un poema: Albino Swordswallower at a carnival (Tragasables albina en una feria), Enano mexicano en la habitación de su hotel (en la cama y con sombrero y botella de licor), o Grupo de amigos enanos rusos en una sala de estar de la calle 100.

Me interesan más los monstruos no evidentes, como el Joven patriota con una bandera, con su chapa de orgullo yanqui y su expresión de tonto peligroso, seguro votante del partido más reaccionario e imperialista existente, o ese otro que pide que se bombardee Viet Nam; o el niño gordo del pantalón corto, con mirada de futuro asesino, sentado junto a una madre con vestido alegre y expresión avinagrada. Más simpático es el niño flaco de la granada de mano de juguete y la expresión de electrocutado. Otra monstrua es la ostentosa Mujer con velo en la Quinta Avenida, que parece la reina de la papada, o la asombrosa mujer obispo junto al mar: una presencia artificial, una aparición aparatosa, una extraña en la naturaleza, con su gran cruz y vestida de fiesta. Incluso los bebés parecen monstruos, tomados en primer plano con su babas o, ya más crecidos, llorando violentamente en un crepúsculo. Arbus es capaz de encontrar una niña (demasiado endomingada) saltando a la cuerda con cara de anciana y expresión terriblemente seria.



Burlesque Commedienne in her dressing room, Atlantic City, NJ, 1963

Muchos de los personajes de estas fotos quieren ser o parecer otra cosa, pero es en vano: son y parecen lo que son, a pesar de sus vestidos y maquillajes. Arbus retrata las identidades que se quieren conseguir y proyectar, intentos generalmente fallidos que son metáforas sobre la realidad y el deseo y sobre la condición humana. Más patético que intentar ser, es pretender parecer lo que no se es. La señora T. Charlton Henry, una anciana antaño glamourosa y ahora triste, posa con su vestido brillantoso y su peinado bomba, cargada con docenas de perlas que transporta en su garganta, en su muñeca y en sus orejas, junto a grandes pulseras y otros adornos. Este retrato es como una vanitas freaky y una alegoría americana, igual que el de Una viuda en su dormitorio, rodeada de objetos supuestamente suntuosos y completamente sola: enseña los dientes y no sabe sonreir. Como en Ciudadano Kane, prevalece el poseer sobre el vivir, el tener y el parecer sobre el ser.

En otras fotos vemos una señora emperifollada con una gran pluma en su sombrero y devorando su plato como un animal. O la satisfacción precaria de un culturista con su trofeo al más musculoso de algún sitio. Arbus retrata también la dignidad que hay en la rebeldía pese al quiero y no puedo: el joven travesti con rulos, con rudo rostro de caballo, parece estar mejor en su propia piel que las parejas tristes y los grupos alienados. Las fotos de retrasados mentales son feístas. Esa atención exclusiva a lo peor era ya síntoma de depresión.


A Young Waitress at a Nudist Camp, N.J., 1963

En sus paisajes le interesaba mostrar el sucedáneo: un nocturno en Disneylandia, un decorado de Hollywood, un claro de luna en la pantalla de un autocine. Arbus expresaba su extrañeza ante la realidad, su soledad en ella, mediante retratos extremadamente desolados como el del hombre en un desfile o El Hombre Reversible en su habitación de hotel. Se sabía fuera del paraíso. Sus fotos de nudistas son síntomas de un intento fallido de recuperación del famoso edén. En otros casos, aun está más claro que las cosas se han torcido: así la mueca amarga de la puertorriqueña de la peca o la cara de susto que se le pone a la madre del gigante judío cuando mira a su hijito. El padre no levanta la vista más allá del hígado o del esternón de su niño.



Los Freaks de Tod Browning o el Gigante chino de Nadar son precedentes, y Lisette Model y la Alicia de Carroll influyeron en Arbus, pero ella puede haber influido en algunas obras maestras: la película The man who wasn´t there, de los Coen, la serie Twin Peaks de Lynch, con sus enanos, gigantes y decorados extremados, Un hombre sin pasado de Aki Kaurismaki, o también las investigaciones de antropología cultural de Sophie Calle y los interiores americanos fotografiados por Lynne Cohen, parientes cercanos de la alucinante sala del árbol de Navidad, toda ella plasticosa (desde el abeto a las lámparas) que Arbus fotografió en 1963, cuando las fibras artificiales y la bomba atómica tenían más prestigio que el algodón y que el sol.