miércoles, marzo 29, 2006
Henry James, protagonista
John Singer Sargent, Henry James
(1913, National Portrait Gallery, London)
CARLES BARBA
B arcelona, España. 29/03/2006. (La Vanguardia.- Henry James escribió ampliamente sobre los que escriben. Los relatos Los papeles de Aspern, La lección del maestro, La vida privada, La media edad o El lugar de nacimiento entre otros están protagonizados por escritores. No debería sorprender por tanto que el propio James y su circunstancia interesen como materia de ficción a escritores de hoy. Ni que estos escritores procedan en concreto de las Islas Británicas. Al fin y al cabo, han sido autores irlandeses e ingleses los que antes sintieron la fascinación por su pluma: Conrad, Joyce, Forster, Virginia Woolf y sobre todo Graham Greene dan fe de ello. Y todavía ahora hay una escritora típicamente británica (Anita Brookner) que manufactura año tras año novelas jamesianas. Ahora bien, es cierto que la casta figura de James, su vida de solterón centrado en su arte, y la pertinacia con que defendió su intimidad tanto en sus años bostonianos como en su errancia europea, no invitaban precisamente a una novelización colorista de sus avatares. En los últimos veinte años en todo caso, a la gran biografía de Leon Edel en cinco tomos (inédita aquí, por cierto) se han sumado una buena docena de libros sobre él, su familia y su círculo de amigos y de amores, que por así decirlo rompen su imagen olímpica (René Wellek le consideraba el Goethe americano) y le redescubren en toda su humanidad llena de ansiedades, de fisuras y de vulnerabilidades. David Lodge y Colm Tóibín (y antes Fey Weldon) se han sentido solicitados por este alud bibliográfico, y han tomado al maestro como sujeto novelable.
¿Qué hace un narrador humorístico como David Lodge encarándose con un personaje tan campanudo como James?, se preguntarán algunos. La respuesta es en principio así de simple: en su novela, Lodge recrea a James pero también al caricaturista de la revista Punch (y más tarde escritor) George du Maurier. El americano y el inglés de origen francés fraguaron con los años una amistad llena de llaneza y genuina simpatía mutua, y el primero (cansado de su soledad de célibe) encontró en la abigarrada familia del otro (compuesta por tres chicas y tres chicos, Trixy, Sylvie, May, Guy y Gerald, más un gran San Bernardo, Chang) un refugio de calor humano e inocente diversión que le ayudaba a contrarrestar los melancólicos estados en que le sumía su oficio. De hecho James de joven fabricó su imagen de la vieja Inglaterra gracias a los ejemplares de Punch que hojeaba en Harvard, y que ya venían llenos de los dibujos satíricos de Du Maurier. De modo que Lodge, en su acercamiento al personaje, lejos de rodearle de lords y duques, lo hace empatizar sobre todo con un clan middle class como los Du Maurier, y se complace además en señalar que de este tronco van a salir brotes que seguirán dando lustre al país: el gran actor Gerald Du Maurier, o su hija Daphne (la autora de Rebeca), o los hijos huérfanos de Guy (que adoptará J. M. Barrie y le inspirarán Peter Pan). Lodge por tanto se vale del dibujante y su familia -o se demora en la descripción de los criados y secretarios del escritor- para desintelectualizar a James, y tratar de comprenderle fuera del santuario de su despacho, en su más prosaica cotidianeidad, montando en bicicleta por los caminos de Sussex o paseando en pantuflas por su hogar de Lamb House en Rye.
En cualquier caso, la relación James-Du Maurier (eje de la novela, insistimos) le vale a Lodge para desarrollar otra cuestión de mayor calado. En sus caminatas compartidas por Hampstead, un día Du Maurier le brinda a su compañero un argumento para un relato: es la historia de una chica más bien estúpida que un día es adoptada por un músico judío y que, hipnotizada por éste, consigue cantar como los ángeles y se convierte en una famosa chanteuse. James no tomará en consideración transformar en relato este asunto, y en cambio se lanzará a probar suerte en el mundo de las candilejas. Lodge elige describir a su protagonista en esta encrucijada de sus middle years, cuando harto de que sus novelas apenas se vendan y los editores le abonen unos anticipos raquíticos, piensa que tal vez a través del teatro pueda ganarse a un público amplio y granjearse una posición económica más desahogada. En su decisión ha influido saber que George du Maurier, con una sola ilustración para Punch, gana lo mismo que a él le han pagado por su última novela, La musa trágica. Para más inri, mientras él apenas se hace notar con su primer trabajo para la escena, ve con estupor cómo Du Maurier (con problemas en la vista) se ha pasado a la literatura, ha aprovechado la historia de la cantante que a él le ofreció en su momento, y está cosechando con esta novela, Trilby, un fantástico éxito de ventas y público. Pushkin en Mozart y Salieri dramatizó los celos del hombre de talento por el hombre de genio, pero en ¡El autor, el autor! Lodge ha intentado algo más sutil, justamente lo inverso: representar el reconcomio del hombre de genio para con el escritor más o menos habilidoso, pero que no tiene la chispa para conquistar a las masas.
Curiosamente The Master de Colm Tóibín comienza donde Lodge hace estallar el crescendo de su obra: en la debacle del estreno de Guy Domville en Londres, cuando James sale a escena a saludar ("¡El autor, el autor!", gritan desde el gallinero) y se ve de golpe expuesto a una pitada fenomenal. Tóibín se lo lleva a Irlanda para que se recupere del mal trago, y lo inserta en la mansión de unos aristócratas ingleses, los Wolseley, que enseguida le entretienen con fiestas, bailes y tertulias de salón. En los siguientes capítulos, la novela irá desgranando un retablo de escenas (entre los años 1895 y 1899) que pintan a James regresado a Londres y siguiendo con pasmo el proceso por escándalo contra Oscar Wilde, o retirado a su casa campestre de Rye, recibiendo a sus amistades bostonianas de juventud (Lily Norton, la hija del humanista Charles Norton) y bregando para que éstas no adviertan que sus criados le dan a la bebida. The Master se demora también en la ambigua relación de James en esos años con la escritora Constante Fenimore Woolson (quien termina suicidándose en Venecia, con el consiguiente complejo de culpa por parte de él); recrea la amistad teñida de homoerotismo con un joven escultor bohemio, Hendrik Andersen; y se cierra con la visita a Rye de su hermano mayor y familia, el gran pensador William James. Entre escena y escena, se interpolan algunos flashbacks por el pasado del escritor y en particular un largo verano en New Hampshire cuando él tenía 20 años y experimentaba atracción tanto por camaradas de habitación como por una prima muy inteligente que murió joven.
Henry James. Photograph by Alice Boughton. Copyrighted 1905 Nov. 25.
Mientras David Lodge presenta a un James atareado en ajustar sus propias pulsiones creadoras con las leyes del mercado, Colm Tóibín le muestra recapitulando sobre el sentido de su vida y obra hasta la cincuentena, y comprendiendo que, dada su irresolución a la hora de comprometerse en amores y responsabilidades públicas, su destino es el de afinarse aún más como explorador de vidas privadas, ahí donde se esconden de verdad los anhelos y las desazones que alientan bajo el zumbido de la vida social. El James de Tóibín podría hacer suya la percepción del protagonista del relato La dama del perrito de Chejov: "No creía en lo que veía, y siempre sospechaba que bajo el amparo del secreto, como bajo el amparo de la noche, todo hombre vive su vida más interesante y auténtica". Esta conciencia de que las vivencias que tocan más de lleno a las personas nunca traspasan al exterior la tiene James en The Master cuando, durante las referidas vacaciones en New Hampshire con sus primas y amigos, recuerda de golpe el impacto que recibió años atrás cuando vió a un primo suyo desnudo, posando para su hermano. James comprende que no va a poder contar ese recuerdo -ese escalofrío- a nadie de los que le rodean (por demasiado íntimo) y se pregunta si todo el mundo anda por la vida con una máscara social, guardando para sí "un mundo enteramente privado" que bulle incandescente tras una capa de autocontrol.
Diferencias y semejanzas
No es frecuente que el lector español pueda leer en paralelo a dos escritores contemporáneos abordando el mismo asunto, en este caso el universo jamesiano. El experimento viene a ser como contemplar una misma vista de los bosques de Fointanebleau pintada por Sisley y por Monet. A David Lodge -por seguir con el símil artístico- le sale un James que podría haber sido dibujado por su querido Du Maurier, y el de Colm Tóibín tiene el empaque con que le retrató Singer-Sargent. Lodge y Tóibín coinciden en todo caso en un punto: el James maduro descubre que cada ser humano ha de encontrar en su propia vida un modo íntimo de autorrealización. Y ése es el mandato que pondrá en boca de Lambert Strether en su obra maestra final, Los embajadores: "Vive todo lo que puedas; es un error no hacerlo. No importa lo que hagas, con tal que vivas tu propia vida. Si al final no has conseguido eso, dime, ¿qué te queda?".