Dos Pasos. Autorretrato.
ROBERT SALADRIGAS
B arcelona, España. 15/03/2006. (La Vanguardia) John Dos Passos (Chicago, Illinois, 1896-Baltimore, 1970) decidió en 1966 poner sus recuerdos por escrito previa una rigurosa selección. Por los motivos que fueran no quiso exprimir a fondo su rica y cosmopolita memoria, él que fue un impenitente trotamundos y en el periodo de entreguerras uno de los más grandes innovadores de la literatura moderna. Lo que hizo fue evocar los mejores años de su vida, el tiempo de la juventud hasta cruzar el umbral de la madurez en que junto a algunos compañeros de generación, la mal llamada por Gertrud Stein generación perdida, creyó rozar con las yemas de los dedos la felicidad en la tierra sin dejar de ver las desigualdades sociales y las matanzas colectivas que los condujeron a personalizar un compromiso personal más ético que político. De manera que las tituló The best times. An informal memoirs. La traducción española apareció como Años inolvidables (Alianza, 1974). El libro llevaba bastante tiempo fuera de circulación y ahora, por fortuna, ha sido sensatamente recuperado.
Años inolvidables es uno de los textos memorialísticos más amenos y subyugantes que pueden leerse en estos momentos. Quiero insistir en que John Dos Passos, de origen portugués, más concretamente de la isla de Madeira, fue y sigue siendo un grandísimo escritor cuya obra en su mayor parte, que no vendría nada mal reincoporar a los catálogos editoriales, es imperecedera. Fue el primero en convertir la técnica del collage pictórico en procedimiento narrativo que aplicó en Manhattan Transfer (1922), una de las pocas novelas colectivas en que el protagonismo recaía en la ciudad de Nueva York, y luego perfeccionaría Theodore Dreiser, autor de La tragedia americana, fundó la conocida Escuela de Chicago que supuso el apogeo del realismo en la novela norteamericana y engloba desde Hemingway, James T. Farrell, Sinclair Lewis, hasta Richard Wright, Nelson Algren y Saul Bellow. Es una lástima que de todo ello no hable Dos Passos al reconstruir los años inolvidables, aquellos buenos tiempos de vagabundeos por el vasto mundo, amistades extravagantes, camaraderías literarias, alegrías incontenibles y noches de mareas alcohólicas.
Lo que sí se atisba bajo la elegante discreción del relato es la complejidad de Dos Passos y las fases iniciales del trayecto que lo llevaron desde el liberalismo radical -defendió la causa de los anarquistas Sacco y Vanzetti injustamente ajusticiados y colaboró con los comunistas norteamericanos- hasta votar en 1964 la candidatura a la presidencia del ultraconservador Barry Goldwater. Esa progresiva deriva hacia posiciones reaccionarias, fruto del desengaño que afectó a gran parte de la izquierda intelectual norteamericana a partir de la Guerra Civil española, propició la ruptura de su vieja amistad con Hemingway que en París era una fiesta, aparecida tres años después de su suicidio, refiriéndose a él como el "pez piloto" le ataca furioso aunque menos despiadado de lo que se muestra con Scott Fitzgerald.
Dos Passos no se da por aludido; sugiere el motivo del distanciamiento entre ambos, pero lamentablemente no aporta su versión y así, desaparecido Hemingway cinco años antes, tal vez evita ser acusado de revanchismo. Su libro no engaña. En ningún momento se debe olvidar que el propósito que lo anima es la reconstrucción de los mejores tiempos, cuando Dos Passos es un muchacho rico e idealista, hijo de un famoso abogado por el que siente veneración, que de niño viaja a Europa, estudia en Inglaterra, se diploma en Harvard, se viene a España atraído por su cultura -trata a Antonio Machado en Segovia y a Unamuno en Salamanca-, participa como sanitario en la Gran Guerra, más tarde vive complicadas aventuras en Rusia, el Cáucaso y Próximo Oriente -sigue la ruta del desierto entre Bagdad y Damasco disfrazado de árabe como Lawrence-, disfruta del estimulante París de la primera posguerra, pesca con Hemingway en la corriente del Golfo, cimenta su prestigio literario con Tres soldados (1921) y Manhattan Transfer mientras que, cincelado por las experiencias de aquellos años vitales de formación, el esteta se desdobla en activista de las causas que defienden la dignidad de los individuos humillados por los desmanes capitalistas al tiempo que es severamente crítico con las ideologías partidistas.
El flujo arrollador de la memoria se interrumpe con el último viaje a la España republicana que admira, cuando después de entrevistar al presidente Azaña y recorrer en un pequeño coche Castilla y la cornisa cantábrica, una noche él y su mujer Kathy toman el tren para Gibraltar. El libro, pese a obviar pormenores de los que probablemente otros autores anglosajones hubieran abusado, es delicioso y diría que apasionante por la viveza del lenguaje realista, uno de los atributos de toda su obra. A partir de ahí comienza la larga etapa de declive. Los buenos tiempos quedaron definitivamente atrás. El mérito de Dos Passos es que, gracias a su poderoso talento de narrador y a un ejercicio de honestidad que le dignifica, supo cómo recuperarlos sin dejarse llevar por la nostalgia, con la espontaneidad y frescura de antaño aun cuando estaba sumido en una circunstancia personal que considero penosa. No cae en el error de intentar justificarla. Cuenta quién fue en aquellos años para él hermosos que lo forjaron y, sencillamente, con qué intensidad los vivió. Inolvidable John Dos Passos.