Rancho Las Voces: Ensayo / «El castellano, el español, el espanglés» por Susana V. Sánchez
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domingo, abril 15, 2007

Ensayo / «El castellano, el español, el espanglés» por Susana V. Sánchez

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Ilustración Jaime Moreno Valenzuela (Foto: Archivo)


D esde hace buen rato que los que se llaman a sí mismos verdaderos norteamericanos (léase la derecha ultra conservadora y religiosa con una agenda política muy sui generis) vienen diciendo que el inglés debe imponerse como idioma oficial en los Estados Unidos, ya que hay una invasión de otros idiomas que es del todo punto intolerable. Por otra parte en México, en estos últimos tiempos, se nota una asombrosa penetración del inglés, aunque nadie hable de este fenómeno, y menos aún, se le haya examinado con la seriedad que merece un acontecimiento como éste.

Baste ver cualquier programa de la televisión, desde las telenovelas para los jóvenes como «Rebelde», hasta los cómicos de la sátira social, o los conductores de programas de variedades como «Otro Rollo», para darse cuenta del enamoramiento de los mexicanos por la cultura popular, la comida, la moda, pero por encima de todo, por la lengua del país del norte.


Tenemos, no solamente en México, sino en todo el resto de América Latina, una verdadera avalancha de términos que se dicen ya sea en inglés directamente o en traducciones literales que se escuchan, francamente como un extraño inglés en español. Todos estos términos están sustituyendo muchos vocablos, modismos y aún fórmulas completas de cortesía, de introducción en la conversación o en el discurso, saludos y formas de comunicación que hasta hace unos cuantos años existían en perfecto español, pero hoy en día tienden cada vez más a la desaparición.

Ya no somos fracasados o perdedores, somos loosers; ya no vamos de compras, vamos shopping, aunque incorrectamente pronunciado con ch en lugar de la sh inglesa; ya no vamos a fiestas, vamos de party; las muchachas y muchachos que bailan en los centros nocturnos o lugares por el estilo no son ya bailarines (o vedettes, como se decía hace algunos años) sino table dancers y, por lo tanto vamos al table, y así por el estilo. Ésos no son más que unos cuantos ejemplos, por enumerar los que, por comunes, ya se volvieron moneda corriente. Hoy en día, es casi imposible conversar sin salpicar la conversación con múltiples palabras y frases en inglés.

En México, algunos cómicos han utilizado esta tendencia social para satirizar a más no poder a la clase media mexicana. Ponen de relieve cómo utilizamos un idioma extranjero, en este caso el inglés –aunque ni siquiera lo dominemos con o sin propiedad–, y lo usamos para darnos tono y sentirnos importantes a la manera de los afrancesados de la época porfiriana, que intercalaban continuamente en la conversación palabras o frases enteras en francés.

Curiosamente, los clase medieros que vivimos a uno y otro lado de la frontera, somos los mismos que nos burlamos de la manera de hablar, en la forma mezclada de los dos idiomas, de los humildes trabajadores mexicanos migratorios –quienes también cruzan continuamente como nosotros, a uno y otro lado de la frontera– que regresan a México y que por un proceso natural de aculturación y adquisición de un idioma que necesitan dominar a marchas forzadas, hablan una mezcla de inglés y español que ha venido a conocerse como espanglés.

Sin embargo, actuando como criticones, que no críticos, no nos damos cuenta que aun cuando la afectación nos hace intercalar palabras y frases en inglés, a resumidas cuentas sonamos igual que la gente que lo hace por otros motivos: unos y otros hablamos espanglés.

Tenemos muchos ejemplos que ilustran la acometida que está sufriendo el español con la importación de términos del inglés, pero usando palabras comunes del español que son cognados (palabras que se escriben de manera muy similar y tienen significados parecidos o iguales), o falsos cognados (palabras que probablemente llegaron a los dos idiomas provenientes de una misma fuente pero tomaron significados totalmente diferentes en ambos idiomas).

Es asombrosa la cantidad de palabras y frases que son traducciones literales del inglés y que, debido a la literalidad de la traducción, no acaban de explicar con claridad en español el significado; en múltiples ocasiones porque se usan falsos cognados. Aún en el caso de las personas que dominan ambos idiomas, si no están alertas con lo que se está diciendo, es posible que tomen la interpretación de la palabra en el sentido del idioma que estén utilizando en ese momento, sin analizar si simplemente se está utilizando un falso cognado. Tomemos como ejemplo el término soporte. Anteriormente usábamos la palabra apoyo cuando hablábamos de las emociones o de los sentimientos u otras cuestiones subjetivas; soporte se usaba únicamente cuando se hacía referencia a cosas mecánicas o materiales de cualquier tipo.

En cambio hoy en día, soportamos una política, le damos soporte a una persona en su dolor…etc. Sin duda alguna una traducción literal del inglés support. Posicionar es otra palabra de nueva adquisición. Hace unos cuantos años nos ubicábamos en un sitio, localizábamos a una persona, o teníamos una postura o una opinión respecto a los acontecimientos. Hoy en día, sustituimos todos esos verbos con el “posicionarse”, que suena bastante chocante por cierto; una pieza del inglés puesta a la fuerza en el tejido del español. Contenedor es otro buen ejemplo. Hace unos cuantos años contenedor era un recipiente muy grande, enorme para ser más precisos, donde se almacenaban substancias o partes a granel pero en cantidades industriales; mientras que ahora vemos la palabra contenedor aplicada a cualquier recipiente sin importar el tamaño ni el objeto de uso, y por lo tanto, estamos olvidando las palabras depósito, recipiente, palangana, bandeja, charola y otras muchas que se utilizaban, dependiendo del tamaño y del objeto al que estuvieran destinadas, si tenían o no tapadera u otras características, para sustituirlas por una sola: contenedor. Ya no concertamos las citas de negocios o de cualquier otra índole sino que “agendamos” a las personas. Y así como el sustantivo agenda dio origen al verbo agendar, hoy en día es más sorprendente ver la cantidad de sustantivos que se están transformando en verbos. Por supuesto, un contagio del inglés.

Sin embargo, no es esto lo más grave que le está aconteciendo al idioma español o castellano, para ser más precisos. El subjuntivo, uno de los modos gramaticales del idioma y que es común a todas las lenguas romances, está tendiendo a desaparecer en el nuestro. El subjuntivo, palabreja que casi, casi parece palabrota, excepto para los versados en la gramática de la lengua–puesto que aún para los mayores de 50 años no era algo que se enseñara ni se aprendiera con ahínco en los colegios– es simplemente la clasificación de una forma de hablar que describe los deseos, las órdenes encajadas en las frases, las esperanzas y aquellas cosas que no estamos seguros si se realizarán o aquellas que sólo son posibilidades. En otras palabras, el subjuntivo expresa una extensísima gama de emociones y de estados mentales subjetivos o que tienen que ver con los sentimientos, por ejemplo:

Siento mucho que estés enfermo, ojalá te cures muy pronto.

Puesto que estar es un verbo regular, la única diferencia con el presente del indicativo es la segunda vocal de la palabra y hoy en día la tendencia es a decir:

Siento mucho que estás enfermo, ojalá te curas muy pronto.

Donde, en efecto, se utiliza el presente del indicativo (el modo gramatical que describe la realidad, lo concreto). Por lo tanto, si se analiza con cuidado la segunda oración tiene una variación considerable de significado desde el punto de vista del español normativo; ya que en este caso, el hablante se imagina que la persona está efectivamente enferma; mientras que en el primer caso se está expresando un sentimiento de solidaridad con el enfermo. Es decir, en el primer caso el verbo sentir se refiere a sentir pena, mientras que en el segundo significa imaginarse. La segunda parte de la oración, o sea la cláusula subordinada es un verdadero atentado a la musicalidad y al equilibrio de la lengua, pero es la forma como se dice actualmente.

Aunque me considero una purista de la lengua, no quiero pecar de empecinarme con el dialecto en que me ha tocado en suerte comunicarme hasta ahora, fundamentalmente porque comprendo que los idiomas que son vitales y están vigentes evolucionan constantemente; pero no deja de llamarme la atención que la lengua que he usado por tanto tiempo esté perdiendo algunas de las características fundamentales que ha tenido en el último milenio, entre ellas el enriquecimiento que le han dado las antiguas lenguas americanas.

Hace unos treinta años, siendo alumna universitaria, escuché una conferencia sobre una teoría que en ese tiempo me sonó totalmente disparatada y absurda, la de la fusión del inglés y el español. El conferencista, conservadoramente le daba 300 años a esa transformación. Y, ¡a quién le importa lo que pase dentro de 300 años? Pero ni en una pesadilla me hubiera imaginado que yo iba a ser testigo presencial de ese proceso. Y, sobre todo que en el término de mi vida, iba a ver cambiar tanto el español, como para que haya venido a ser una lengua casi extraña para mí. Tomando en cuenta que mi generación tiene una esperanza de vida de algunas cuantas décadas más, ¿es que acaso, cuando los individuos de esa generación lleguemos a la ancianidad, estaremos hablando un idioma totalmente diferente y ajeno –al menos para los ancianos de esa época– del que aprendimos en nuestra tierna infancia y que nos ha servido para comunicarnos durante los últimos 50 años?

Sería muy interesante analizar por qué está variando tanto nuestra lengua, cuáles son los objetivos de las actuales generaciones que no sólo están admitiendo el inglés, casi sin ningún tipo de resistencia, sino que están tendiendo a acortar las palabras del español en una especie de ideogramas de los que se usan en los lenguajes de la computadora y de la comunicación por los diferentes aparatos electrónicos que existen actualmente. Hace poco escuchando a mi hijo “chatear” por computadora, le preguntó a su interlocutor:

–¿Qué onda. güey, no que me ibas a “textear”?

Y la respuesta fue:

–Ay, “tranqui”, no te engoriles, for some reason my cell was dead.

Con la practicalidad y la sabiduría del joven para adaptarse a las circunstancias de su época, es posible que las nuevas generaciones de todas las Américas estén destrozando ambas lenguas, para reinventar una nueva que se adapte a las condiciones y las necesidades de la Nueva Era que les está tocando vivir.

El Paso, Texas.
Febrero del 2007.


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