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Los violonchelistas Yo-Yo Ma y Carlos Prieto, después de uno de sus conciertos (Foto: Familia Prieto)
C iudad de México, 13 de junio. (Diana Balleres / RanchoNEWS) A que dudar que cuando el Espíritu se integra a la materia surgen de su unión Sagrada manifestaciones que en el mundo se hacen llamar conciertos, ópera, recitales, monumentos y pinturas donde el alma y el ego juegan su divertimento.
Un dios tocó el chelo la noche de ayer en Bellas Artes. La unidad se manifestó en la materia y el espíritu de quienes en su pequeña estatura albergan la sabiduría que el Paraíso de donde vinieron les heredó.
Yo-Yo Ma nombre singular en el que Dios Padre y Diosa Madre se pronuncian, unen sus dualidades, vibran sus frecuencias y se hacen escuchar a través de un niño que ya a los siete años sorprendió al mundo con su virtuosismo como debió acontecer al genio de Salzburgo.
Cada día por el tiempo de la aurora Yo-Yo Ma quien tiene en su nombre la unidad del Ser entra a alimentar y nutrir la interioridad con su maravillosa conversación a tres voces en el Triple Concierto de Beethoven en el que intervino con Anne Sophie Mutter y Mark Tzetzser y uno puede agradecer a quien haya que hacerlo, que la tecnología permita escucharle todos los días.
Desde lo profundo, la música fue inspirada y es ejecutada para ser escuchada donde sea posible, la música penetra todos los rincones y espacios del alma y de la física. No hay más. Sea como sea. Pero, si asistir a un concierto promueve la superioridad de una clase social que puede pagar ese lujo, porque si se suman los gastos para ir, entonces puede decirse que la accesibilidad es nula para muchos y mejor nos quedamos acá en el pueblo sin esa maravillosa experiencia que es contemplar la exquisita forma en que el talento de Yo Yo Ma acaricia y extrae notas y emociones de su compañera de interludio.
Se equivocan quienes piensan que la música clásica es para una elite exquisita. Su producción y ejecución en espacios cerrados en nuestro país la han transformado en un elemento de exclusión muy a la medida de quines se nombran cultos y gustan de la música culta o de quienes piensan que la muúsica debe oirse en las salas de conciertos pero no siempre se puede ni se tiene para asistir a Bellas Artes.
Todo en Yo Yo Ma inspiró ternura, su mano ensortijada sobre el puente de un tubo toral donde las notas se transformaron en bucles de oro para el alma,; su sencilla indumentaria de hombre de trabajo que se ofrece en lo que mejor sabe hacer y para lo que ha desarrollado sus talento habla de la realización plena de un intérprete que cierra los ojos alejándose peligrosamente de la partitura para entregrarle en un abrazo ardiente el arco que traspasa el bienamado vientre de su cello.
En el encore sobre El Cisne de Saint Säens, un te amo aleteó sobre la sala hasta pegarse a su rostro, imagen inclinada y amorosa de un fondo de oro, de ángeles, de flores y un halo que elevàndose sobre los volcanes inspiró una de las noches más amorosas de mi vida. Gracias Dios por Yo Yo Ma.
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