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Escena de la película. (Foto; Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de octubre 2009. (RanchoNEWS).- Catorce años después de su estreno, el director de Chungking Express recompuso lo que parecía perdido. De aquellas Cenizas del tiempo, esta versión redux resurge como Ave Fénix. Tal vez por eso esté bañada en melancólicos tonos dorados. Una nota de Horacio Bernades para Página/12:
El título no deja dudas. Por más que transcurra en una época inmemorial, entre guerreros solitarios, Cenizas del tiempo no habla de espadeos, heroísmos o mitologías viriles. Habla del paso del tiempo y lo que queda tras él. Es, en otras palabras, una Chungking Express, Con ánimo de amar o 2046, con ropaje de género y de época. Cuatro años después de su primer estreno, esta suerte de ubi sunt cinematográfico quedó reducida a jirones, como los amores de sus héroes. A partir de esos jirones, el autor se lanzó a recuperar el cuerpo de su obra. Eso es, en tal caso, lo que diferencia a Wong Kar Wai de sus héroes, resignados a la pérdida. Hay piezas que ya no están, y en el grano de otros fragmentos parece impresa la huella del tiempo. Pero lo incontrastable es que finalmente, catorce años después de su estreno, el autor de Felices juntos recompuso lo que parecía perdido. De aquellas Cenizas del tiempo, esta versión redux resurge como Ave Fénix. Tal vez por eso esté bañada en tonos dorados.
Cielo, eclipse, mar, rostros de los que van a combatir, cañadones, desierto, espadas: las primeras imágenes de Cenizas del tiempo revelan el método que la preside y que lleva la marca indeleble del autor. No por nada los títulos de cierre se inscriben sobre la arena: Cenizas del tiempo es, como quería Borges, un libro de arena. Las imágenes se escurren entre plano y plano, como granos, en caos sólo aparente. Tal vez porque en el tiempo y la memoria todo se funde, en Cenizas del tiempo todo está en el mismo plano, todo dialoga: el presente y el pasado, lo «real» y lo soñado, lo añorado y lo anhelado. «Es el corazón del hombre el que está confundido», avisan los ideogramas del comienzo, suerte de I Ching que irá pautando el relato. «El origen de los problemas del hombre es la memoria», se asegura enseguida, desde ese territorio wongkarwiano por excelencia que es el relato off. De allí en más se asiste a los estragos que la memoria produce en el corazón de los hombres.
Hombre estragado es Ou-yang Feng (Leslie Cheung). Asesino a sueldo, en medio del desierto lo asedia el recuerdo de la mujer amada (Maggie Cheung), a la que abandonó y perdió a manos de su hermano, Huang Yao-shi (Tony Leung Ka Fai). Como en espejo, dos hermanas gemelas, brutalmente llamadas Yin y Yang, disputan a un mismo hombre, dos caras de una misma moneda. Amigo de Ou-yang Feng, un errante espadachín ciego (Tony Leung Chiu Wai) no deja de recordar, de su tierra natal, dos cosas que son una: las flores de durazno y su amada (Carina Lau). Mientras tanto, Ou-yang Fen inicia a un arquetípico guerrero veloz, joven e inexperto (Jackie Cheung) en el arte del crimen por encargo. Todo se da de a pares: pares de opuestos, pares igualados, pares espejados.
Wong Kar Wai procede, en relación con la novela original, como quien arroja una bolsa de arena contra la pared. Guiado por su sentido musical, organiza lo que cae de modo rapsódico. Intercala, yuxtapone, reinventa la película en la mesa de montaje. El resultado es algo así como un rompecabezas impresionista, mar de imágenes en el que habrá que arrojarse y navegar. Es notable el modo en que Wong reconvierte épica en melodrama lírico, llevado por su obsesión por la pérdida amorosa, el pasado como paraíso perdido, la memoria como intento imposible de recuperarlo (o, más posiblemente, idealizarlo). Si antes se mencionó a Borges, habrá que decir que Cenizas del tiempo resulta, en un punto, su más completa refutación. A la inversa de los cuchilleros borgeanos, los fantasmales espadachines de Wong no son secos y estoicos, sino melancólicos y tangueros. En una medida que seguramente hubiera provocado la repulsa del autor de Ficciones.
De hecho, el Von Sternberg que dejó huella en Wong no es el de los films de gangsters que Borges admiraba, sino el otro, el manierista exquisito, que Borges ridiculizaba. Como los operadores en los que el autor de Capricho imperial confiaba, el australiano Chris Doyle baña los rostros de los actores de sombras, texturas y reflejos. Una jaula de mimbre permite comparar a una pareja con un par de pájaros cautivos, pero también proyectar sobre ellos una red de sombras. Otro tanto el mar, que más que mar es pantalla de reflejos enceguecedores. Tanto como los que ahora emiten estas Cenizas del tiempo, puro pasado perdido y recuperado. Condensado, en hora y media de eterno presente.
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