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Es la duodécima mujer en recibir el Nobel. (Foto: AFP)
C iudad Juárez, Chihuahua. 9 de octubre 2009. (RanchoNEWS).- Definida alguna vez como una «princesa rumana de las minorías germanas», la escritora radicada en Berlín recibió la noticia de haber obtenido el galardón máximo de las letras con auténtica sorpresa: «No lo puedo creer, no lo merezco. Estoy desbordada». Una nota de Silvina Friera para Página/12:
En Berlín el otoño aprieta. Hace frío. Suena el teléfono en la casa de la mujer de los ojos azules y mirada de «princesa rumana de las minorías germanas», que combatió contra la tiranía de Nicolae Ceaucescu negándose a colaborar con la temida Securitate, la policía secreta rumana. Trabajaba como traductora en una fábrica de máquinas en 1979, pero la despidieron. Estuvo años desempleada y acosada por el régimen comunista. Le censuraron su primer libro y fue interrogada unas cincuenta veces. En 1987 no soportó esa vigilancia extrema y asfixiante. Necesitaba oxigenarse y decidió abandonar su país rumbo a Alemania. En esos segundos que median hasta contestar la llamada, quizá rebobina rápidamente las imágenes de todo lo vivido. La voz del secretario permanente de la Academia Sueca, Horace Engdahl, llega nítida con una información inesperada. Ella, Herta Müller, por su capacidad para «describir el paisaje de los desposeídos», es la flamante ganadora del Premio Nobel de Literatura, dotado de cerca de un millón de euros y transmitido en directo por primera vez en YouTube; la duodécima mujer en recibir el galardón, dos años después de Doris Lessing y cinco más que la anterior premiada en lengua alemana, la austríaca Elfriede Jelinek. A los 57 años, la escritora alemana de origen rumano se queda literalmente muda. Finalmente se repone del impacto y promete a su interlocutor que recuperará el habla para el próximo 10 de diciembre, cuando reciba el premio en Estocolmo. «No lo creo, no lo puedo creer, no lo merezco. Estoy desbordada», declara Müller a la televisión pública sueca. Luego dirá que con el Nobel «no soy mejor, pero tampoco soy peor».
La obra de Müller encarna en buena parte el destino de las minorías alemanas en los países del centro de Europa que, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en muchas ocasiones tuvieron que pagar por partida doble las culpas del nacionalsocialismo. La escritora asumió la pesada carga de elaborar en forma literaria las experiencias extremas de los otros: el hambre permanente en medio del trabajo forzado, el cautiverio por pertenecer a una minoría étnica. La ganadora del Nobel de Literatura, que vive en Berlín desde 1987, nació en Nytzkydorf, en el distrito de Timisoara, la antigua región de habla germana de Transilvania, en 1953, en el seno de una familia de la minoría alemana en Rumania, a la que pertenecieron otros escritores emblemáticos alemanes como Paul Celan y Oskar Pastior. Tempranamente, trató de tender puentes entre sus dos culturas. Estudió filología germánica y rumana simultáneamente para profundizar los conocimientos de las dos literaturas a las que sentía que pertenecía.
El manuscrito de su primer libro, En tierras bajas, reposó durante cuatro años en una editorial rumana hasta que finalmente se publicó, en 1982, con recortes impuestos por la censura. Dos años después, la versión original del libro apareció en Alemania. Las autoridades rumanas reaccionaron imponiéndole a Müller la prohibición de publicar. En Alemania, en cambio, En tierras bajas recibió el premio Aspekte al mejor debut en lengua alemana en 1984. A través de la voz de una niña, la escritora narra la vida de un pueblo alemán perdido en Rumania. «No soportamos a los demás ni nos soportamos a nosotros mismos y los otros tampoco nos soportan», dice la niña. La historia que cuenta Müller en su primer libro es, en buena parte, una historia de represión permanente y de incomunicación que empieza por la vida familiar y sigue con las relaciones de los individuos con el Estado. Las descripciones cotidianas se mezclan con historias tomadas de supersticiones populares y leyendas, que algunos críticos relacionaron con los recursos utilizados por el mexicano Juan Rulfo en Pedro Páramo.
«La literatura es un espejo de la cotidianidad y de la política. La política entra en la vida cotidiana y, aunque no se convierta precisamente en ésta, ella misma es ficción», dice Müller en un reportaje publicado por la revista Crítica, editada por la Universidad Autónoma de Puebla (México). «Sólo se puede escribir literatura a partir de lo vivido, de la experiencia. Nunca he escrito sobre un interrogatorio de la policía secreta, pero después de haber pasado por cincuenta de éstos, sé de qué hablaría si lo hiciese», plantea la autora de El hombre es un gran faisán en el mundo (publicada en Siruela en 2007), La bestia del corazón (1997, Mondadori) y La piel del zorro (1996, Plaza&Janés). «Por desgracia, las personas que han vivido bajo dictaduras han tenido que aprender de forma muy concreta que la literatura tiene que ver con la realidad y que tal vez, también, cumple una tarea, aunque no lo pretenda. Describe realidades, realidades inventadas, y con ello interviene en la vida de los que leen esos libros. He aprendido mucho de los libros. He leído a determinada edad un determinado libro que, de repente, se volvió muy importante y me abrió los ojos. No era en absoluto necesario que el libro tuviese relación directa con el país donde vivía o con mi situación de vida. Eso es lo incomprensible y lo fascinante de la literatura. Establece semejanzas entre campos totalmente distintos. No hay que ser un autor del propio país para escribir un libro sobre ‘ese’ país».
Para Müller, Thomas Bernhard describió de manera más concreta «el banat rumano y su minoría alemana que cualquier otro escritor de cualquier otro lugar». Y recuerda también a Gabriel García Márquez y Cien años de soledad. «Macondo era para mí Nitzkydorf, porque era un pueblucho similar con mucha soledad dentro», subraya la flamante Nobel. «No en balde algunos países sudamericanos estaban también marcados por dictaduras.» Respecto del colapso de las dictaduras comunistas en la Europa oriental, aclara que «reventaron a causa de su delirio perfeccionista, del delirio de afinar tanto la represión que había un sector creciente de la sociedad que no era productivo, que sólo se dedicaba a la vigilancia, que generaba persecución y temor». «La única labor productiva que valía la pena era la fabricación del miedo y, al final, sólo se tenía un montón de miedo», precisa la ganadora de numerosos premios, el Franz Kafka y el Joseph Breitbach, que desde 1995 es miembro de la Academia Alemana de Lengua y Literatura y ha desarrollado también una carrera docente como profesora invitada en varias universidades como Hamburgo, Swansea y Zurich. «Vivir en Rumania desde la mañana hasta la noche sólo se soportaba con la idea de que no era para siempre, sino algo provisional de lo que alguna vez saldríamos».
En el reportaje de la revista resulta conmovedor su recuerdo de los tres años que trabajó en una fábrica en Rumania. «Allí todo estaba cementado, la vida estaba cementada», evoca la escritora. «Muchos llevaban ya treinta o cuarenta años trabajando en ese lugar; aldeanos que debían levantarse a las dos de la madrugada, caminar hasta alguna estación de trenes y viajar cuatro o cinco horas hasta alcanzar la fábrica. Una vez allí trabajaban hasta las cinco de la tarde y luego regresaban en tren hasta la estación. Llegaban a sus casas a las diez de la noche, muertos de cansancio. ¿Qué vida es ésa? Cuando los obreros alcanzaban la edad de retiro ya estaban enfermos y, un poquito después, muertos. Por entonces esa situación me aterraba sobremanera y me hacía sentir respeto por aquella gente. Me parecía inconcebible. Al cabo de sólo dos años, pensaba yo que no daba más, que aquello era insoportable y, cuando extrapolaba el asunto a los 30 o 40 años que muchos llevaban ya en aquella fábrica, de verdad es que sentía espanto».
Müller opina que literatura «es algo totalmente artificial» porque «justamente, para captar realidades, debe ser artificial». En su narrativa trabaja «con esta artificialidad y naturalmente con cada truco y con todos los medios para captar una frase, una persona, una situación». La escritora explica por qué cree que la mitología, la superstición o lo arcaico son también poesía. «La superstición es la poesía de las gentes sencillas y posee también algo fascinante. De ahí que encaje fácil en la literatura. La vida también es poética. El mero hecho de escribir literatura no nos convierte en personas especiales. En verdad, en casi todo lo que hacemos dependemos de la mirada de la gente que no escribe literatura. Esas personas son nuestro material y con ese material hacemos algo». En su última novela, Atemschaukel, aún no traducida al español, cuenta la historia de un chico de 17 años que después de la Segunda Guerra es llevado a un campo de trabajo por los rusos para ayudar en la reconstrucción de la Unión Soviética, un destino que compartieron muchos miembros de la minoría alemana. Allí Müller trató de desentrañar lo que se escondía detrás del silencio de su madre, que estuvo cinco años en un campo en la actual Ucrania, y de otros muchos rumanos que no se atrevían a hablar nunca del tiempo que habían pasado en los campos de trabajo soviéticos.
Müller creía que el Nobel no sería para ella por una razón concreta: «A veinte años de la caída del Muro, yo vengo a escribir una historia sobre deportación».
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