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La joven violinista rusa, ayer, antes del ensayo con la Filarmónica de la Ciudad de México. (Foto: Carlos Ramos)
C iudad Juárez, Chihuahua. 8 de octubre 2009. (RanchoNEWS).- La joven violinista rusa se presentará como solista este fin de semana con la OFCM. Varias generaciones de grandes músicos están detrás de mis apellidos, indica. La artista combina el modelaje y la escritura; anuncia la próxima aparición de su primera novela. Una nota de Ángel Vargas para La Jornada:
Violinista, modelo y escritora. Esas son las cartas de presentación con las que la rusa Natasha Korsakova regresa a México para actuar este fin de semana como solista con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM), para interpretar el Concierto para violín y orquesta en la menor de Antonin Dvorák.
A esos atributos, debe agregarse que en su infancia fue considerada niña prodigio, que la crítica especializada la cataloga como una de las más importantes intérpretes jóvenes en la actualidad, que habla seis idiomas y que en su genealogía aparecen varios de los más célebres músicos rusos de la historia, entre ellos el compositor Nikolai Rimsky-Korsakov.
No obstante lo anterior, el comportamiento y trato de esta joven artista es sencillo y agradable, como lo demostró en el encuentro que sostuvo ayer con los medios de información que asistieron al ensayo de la orquesta capitalina, la cual tendrá de este fin de semana al polaco Peter Dabrowski como director huésped.
Enorme responsabilidad
Sonriente y accesible, Natasha Korsakova asumió que en su persona recae gran responsabilidad con el mundo de la música de concierto. «No sólo por ser descendiente directa de Rimsky-Korsakov, sino porque son varias las generaciones de grandes músicos que están detrás de mi apellido».
Menciona como ejemplo el caso de su padre, el también violinista Andrej Korsakov, cuya presencia y peso en su vida califica de muy fuerte, a pesar de que falleció hace siete años.
«Fue un gran solista y tocó con muchas de las orquestas con las que yo he podido tocar ahora; y siempre es inevitable la comparación. Fue muy grande como músico y quieren ver qué tan grande puedo llegar a ser yo. Me ha tomado tiempo desarrollar una personalidad propia, pero he trabajado muy fuerte en hacer mi propio nombre».
Fuera del lugar común, la intérprete niega que el violín sea su vida, aunque aclara que sí es elemento muy importante de la misma. Cuenta que su contacto con este instrumento no se dio por algún «motivo espectacular», sino que fueron sus padres quienes se lo impusieron, a los tres años de edad. A los cinco, también aprendió piano.
«Mamá, que era pianista, quería que yo fuera violinista, como mi papá; y él, pianista, como mi mamá. Afortunadamente ella fue más fuerte y se impuso. Desde entonces, he tenido dos crisis y he considerado abandonar este instrumento. La primera a los 12 años, cuando quise ser piloto de Fórmula Uno; y la otra, a los 17, para tratar de ser traductora. Y como ven, sigo de violinista», dice.
Combinar la música, la literatura y el modelaje resulta para Natasha Korsakova más sencillo de lo que uno pudiera imaginar, según describe.
El arte sonoro se dio en ella de forma natural, debido a que nació en un hogar de músicos. La escritura, en tanto, responde a una afición, pero también a una necesidad de expresarse con otro medio; sin embargo, no deja de interrelacionar ambas disciplinas, como lo testimonia su primera novela, que está por concluir, la cual versa sobre el mundo de la música.
Y el ámbito de la moda llegó literalmente a su casa, al ser invitada a modelar por la diseñadora italiana Laura Biagiotti, quien es amiga de su familia. Al igual que ocurre con la escritura, esta última faceta la combina con la de intérprete.
«No es difícil llevar el modelaje a mi carrera como violinista, porque para mí es muy importante subir con ropa hermosa al escenario. Incluso, trato de elegir la ropa adecuada para cada ocasión; no es lo mismo tocar a Bach que a algún autor contemporáneo», agrega, y adelanta que ella y Biagiotti tienen el proyecto de ofrecer un concierto-exhibición con las Cuatro estaciones de Vivaldi, en el que modelará sendos diseños conforme cada uno de los movimientos de esa obra.
Poseedora desde hace 11 años de un violín construido en 1765 por Vincenzo Panormo –«no es el de mi padre; el mío es más poderoso, va más con mi personalidad», la artista rusa ubica al de Dvórak como uno de sus conciertos preferidos.
«Me gusta mucho y me siento muy identificada con él por su sentido romántico. Tocarlo me evoca mucho a Europa del Este. Es un concierto muy alegre, sobre todo en el último movimiento. Aunque es una obra muy virtuosa, no se toca con mucha regularidad, desconozco las razones».
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