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Magdalena Faillace, Juergen Boos, Victorio Taccetti, Daniel Divinsky y Mempo Giardinelli, en la feria más importante del mundo. (Foto: EFE)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de octubre 2009. (RanchoNEWS).- En la presentación de la Argentina como país invitado de honor 2010, escritores y editores destacaron el rompecabezas cultural del país, que incluye desde Yupanqui hasta Borges, pasando por Discepolín, Evita y el Che. Una imagen amplia, que destruye mitos y clichés. Una nota desde Frankfurt de Silvina Friera para Página/12:
La bandera argentina se asemeja a un árbol que conecta el cielo y la tierra con un puñado de burbujas celestes, azules, amarillas, lilas y verdes. El logo y el lema que representará al país, «Argentina, cultura en movimiento», se despliega en una pequeña pantalla durante la presentación de la Argentina como país invitado de honor 2010 a la Feria Internacional del Libro de Frankfurt. En tierras de Goethe, Thomas Mann y Herman Hesse, hay interés por averiguar sobre la producción literaria argentina después de Borges y Cortázar. La puntualidad cotiza siempre en alza en estos pagos tan alejados del Río de la Plata. Así, todo arranca con una estricta puntualidad «a la germana». Hablan Magdalena Faillace, presidenta del Comité Organizador (Cofra); Juergen Boos, director de la Feria del Libro de Frankfurt; Victorio Taccetti, secretario de Relaciones Exteriores; el escritor Mempo Giardinelli, el editor Daniel Divinsky, en representación de la Cámara Argentina del libro (CAL), y Gloria Rodrigué, por la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP).
Como un complejo y diverso rompecabezas de nuestra identidad, en un video aparece«el hombre de la tierra por excelencia», Atahualpa Yupanqui. Se añaden Maradona, Borges, Lugones, Sarmiento, Arlt, Gardel, Discepolín, Homero Manzi, Evita, Cortázar, las Madres de Plaza de Mayo, Bernardo Houssay, Luis Leloir y el Che, intercalados con imágenes de todos los paisajes, desde la puna salteña hasta los hielos continentales. La primero que merece ser celebrado de esta iconografía es la imagen amplia y diversa proyectada por el país, más allá de la avenida General Paz. Argentina no es sólo la ciudad de Buenos Aires y su cultura porteña. «Somos Latinoamérica por nuestros mestizajes, que originaron en cada uno de nuestros países la condición de hermanos, únicos y distintos», subraya Faillace. «Latinoamérica no es el subcontinente más pobre, pero sí el más inequitativo en la distribución de la riqueza.»
La presidenta del Cofra, que cita, entre otros, a Alejo Carpentier, Rodolfo Walsh y Arturo Jauretche, plantea que ya no es posible tolerar el viejo slogan que sostenía que «los argentinos descendemos de los barcos». «Nos marcó desde el comienzo una mirada eurocéntrica que acentuó los conflictos entre una Buenos Aires centralista y las provincias, con sus asimetrías y su federalismo inclaudicable», recuerda Faillace ante los periodistas alemanes y los escritores argentinos Claudia Piñeiro, María Rosa Lojo, Mario Goloboff, Guillermo Martínez, Osvaldo Bayer, José Pablo Feinmann, Ariel Magnus y los editores Mariano Rocca (Tusquets) y Alberto Díaz (Emecé), entre otros. «Pagamos caro el sueño de país europeo, con una guerra absurda, la de las Islas Malvinas, que sólo nos sirvió para acelerar el fin de la más atroz de las dictaduras militares sufridas por la Argentina y para tener en claro cuál era y es nuestro lugar en el mundo». De cara a la participación en la Feria de Frankfurt del próximo año, Faillace apuesta por expresar la complejidad, rica en conflictos pero también en obras y talentos. «En un planeta cada vez más atravesado por las xenofobias, ostentamos todavía la sana tradición de haber sido y ser un país abierto a la inmigración. Argentina no sólo acogió a la inmigración expulsada por la pobreza. Fue también refugio de anarquistas y exiliados de guerras o dictaduras distantes y cercanas; una nación reconocida como amigable refugio de editores, artistas e intelectuales perseguidos en sus tierras».
Faillace repasa los vínculos entre Argentina y Alemania, como la inmigración, las influencias del Expresionismo alemán en el teatro y la pintura, la generación de fotógrafos que movilizaron las vanguardias argentinas, los arquitectos influidos por la Bauhaus y el racionalismo y la Escuela de Frankfurt, a través de Lukács y Adorno. «Nos une con Alemania el diálogo común acerca de la memoria del pasado reciente –explica–. Es imposible para los argentinos mostrarnos hoy como país sin aludir a la última dictadura militar; su saldo de 30 mil desaparecidos, niños sustraídos, exilios y supresión de libertades individuales son heridas que continuamos restañando y revisando en búsqueda de la verdad, con paz y justicia». La presidenta del Cofra anticipa que en la exposición del próximo año el Pabellón argentino será presidido por Borges y Cortázar sobre la piedra angular del Martín Fierro.
Gloria Rodrigué traza un panorama de la historia de la industria editorial argentina desde comienzos del siglo XX, cuando ya se habían instalado en el país editoriales como Abeledo Perrot, la librería El Ateneo, la editorial Tor y Claridad. «El período de la Guerra Civil Española fue vital para nuestra industria editorial porque se fundaron en la Argentina las grandes editoriales», afirma la editora. «En una época en la que las traducciones realizadas en España eran escasas, emergió la categoría del escritor-traductor», pondera Rodrigué. La editora y representante de la CAP apuntala con ejemplos esta insoslayable emergencia: la traducción de Borges de Las Palmeras salvajes, de William Faulkner; la de Pezzoni de Lolita, de Vladimir Nabokov, con el seudónimo de Enrique Tejedor; la de Pepe Bianco de Malone muere, de Samuel Beckett, y la de Julio Cortázar de Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar.
Muertos Borges, Cortázar, Bioy Casares y Silvina Ocampo, Mempo Giardinelli no vacila en definir la literatura argentina contemporánea como «mucho más plural y abarcativa». En una de las cunas del Romanticismo, el autor de La revolución en bicicleta bosqueja una genealogía literaria que se remonta a «nuestro primer romántico», Esteban Echeverría. «Podría decirse que la literatura de toda Latinoamérica nació bajo la impronta del Romanticismo social y sentimental», sugiere el escritor. «Nuestra literatura contiene todas las tradiciones que enlazan ciudad, historia, inmigración, política, dictadura, violencia y exilio como asuntos claves y como claves de todos los asuntos. Es la Democracia Recuperada la que nos ha parido». Aunque admite que resulta difícil hablar en «representación» de la literatura argentina, el autor de Santo oficio de la memoria glosa ciertos rasgos distintivos como la irrupción de la mujer, la recuperación de la historia nacional y sus posibilidades narrativas, la reivindicación de los derechos humanos y la denuncia de la dictadura, la renovada escritura de lo que se llama «interior», la reafirmación de la poderosa tradición del cuento como el género literario más popular de la Argentina y la indeclinable producción poética, entre otros. Giardinelli aclara que una peculiaridad de la literatura argentina es no haber caído en el exotismo y haber podido rehuir del realismo mágico de los ’60 y del llamado Boom. «La experimentación fue y sigue siendo una tendencia atemporal. De Macedonio en adelante, la Argentina tuvo en Juan Filloy a uno de sus más audaces experimentadores, pionero de novelas como las que luego trajinaron Marechal, Cortázar, Osvaldo Lamborghini o Héctor Libertella».
En un discurso notable por el rescate de escritores olvidados o que no «prestigia» recordarlos, como Daniel Moyano, Libertad Demitrópulos, Bernardo Kordon, Filloy y Olga Orozco, Mempo no deja de poner el dedo en la llaga de ciertas cuestiones incómodas. «Como empeñada en que la literatura argentina siga siendo municipal y cortita, corporativa y sectaria, y al contrario de otros cánones literarios amplios, inclusivos y verdadera y orgullosamente nacionales, la visión canonizadora argentina siempre tendió a la exclusión. Quizá por esa manía clasemediera de dejar fuera a los que no pertenecen al club. O por esa obsesión periodística y académica de ocuparse casi excluyentemente de los que suelo llamar EMA: Extranjeros, Muertos y Amigos», ironiza el escritor. «La democracia y las nuevas tecnologías van quebrando esa concepción comunal de nuestra literatura y hoy se aprecia un horizonte más abarcativo, menos etnocéntrico, más nacional. Hoy nuestra literatura habla de una nación plural, sin privilegios territoriales, geográficamente amplia y unida culturalmente en su diversidad». Saludable, también, es el énfasis puesto en lo que denomina «poetas consulares vivos», como Juan Gelman, Premio Cervantes, y Diana Bellessi y Luisa Futoransky.
Editor independiente desde que en 1967 fundó el sello Ediciones de la Flor, Daniel Divinsky repite que «editar libros es una profesión de riesgo». La dictadura militar, que produjo víctimas en todos los sectores de la sociedad, fue nefasta para el mundo editorial. «No sólo se prohibieron centenares de libros, tácita o expresamente, sino que muchos editores, escritores y libreros fueron asesinados, perseguidos, encarcelados o desaparecidos, esa palabra que se mantiene en castellano aun dentro de discursos en otras lenguas para caracterizar una situación conceptualmente originada en nuestro país». El «anciano de la tribu» de los editores fue encarcelado junto a su mujer, Kuki Miler, en 1977, presuntamente por publicar un libro para niños cuyos derechos había comprado en la Feria del Libro de Frankfurt. Tras cuatro meses de prisión sin juicio alguno debió exiliarse. «La Feria del Libro de Frankfurt por iniciativa de su director, en ese momento Peter Weidhaas, actuó para protegernos de mayores consecuencias y envió un mensaje de solidaridad y apoyo, con copia al general Videla, y nos invitó especialmente a la Feria de ese año, poniendo a nuestra disposición los boletos aéreos necesarios, que utilizamos para salir del país luego de nuestra liberación acelerada por esta gestión», recordó Divinsky, muy aplaudido por los periodistas alemanes.
El editor reflexiona sobre la crisis de 2001 y su impacto en la industria editorial. «A pesar de que el mercado interno se hizo más pequeño por el empobrecimiento de los sectores medios, los precios de los libros resultaban bajos en moneda extranjera, por lo que aumentaron en gran escala las ventas fuera del país. Y como los libros importados pasaron a ser muy caros fueron reemplazados en las librerías por la producción nacional». Divinsky revela que desde 2002 en adelante aparecieron más de treinta nuevas editoriales pequeñas y medianas, «profesionales y sustentables, cubriendo el interés del público por libros que ya no serían editados por antiguas casas editoriales argentinas compradas por los grandes grupos transnacionales durante la década del ’90». Además de las librerías que existen en el país –2409 según registros recientes–, Divinsky señala que la edición de calidad resultó estimulada en los últimos años por las compras del Estado, a través de los ministerios de Educación y Cultura y de una «muy peculiar» Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares. El panorama, sin embargo, dista de ser paradisíaco. «La situación económica, en parte reflejo de la crisis generalizada en el mundo, obliga a disminuir el ritmo de aparición de novedades y a disminuir las tiradas, lo que hace más alto el precio por ejemplar», aclara el creador de Ediciones de la Flor. «Pese a todo la actividad editorial en la Argentina sigue dando muestras de su vitalidad, sobreviviendo a todo tipo de tormentas políticas y económicas», reconoce el editor que desea que el país comience a ser más visible por sus logros culturales, el significado de su literatura y la diversidad y abundancia de su producción de libros trascendentes.
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