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El escritor español. (Foto: Dani Duch)
C iudad Juárez, Chihuahua. 24 de noviembre de 2009. (RanchoNEWS).- Desde Madrid, Xavi Ayén entrevista para La Vanguardia al autor de La Noche de los Tiempos:
Años 30. En un Madrid agitado, con pistolas, muertos y sueños rotos de civilización, pero a la vez verbenas, besos clandestinos y entusiasmos culturales, el arquitecto Ignacio Abel –al cargo de la construcción de la Ciudad Universitaria– arriesga la placidez de su vida familiar por la pasión incontrolada que le despierta una mujer. Ello sucede en un país que va a entrar en guerra sin darse cuenta, con personajes exiliados que viajan en tren a un campus estadounidense, que sufren –o practican– la vileza que despiertan las situaciones límite, con seres reales como Negrín, Alberti, Moreno Villa, con la fuerza destructora de las ideologías y el sufrimiento –y el gozo– de la gente normal... Imposible resumir las casi mil páginas de La Noche de los Tiempos, la nueva novela de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956), cuya magnitud, ambición y amenidad la colocan entre las grandes obras publicadas en España este 2009.
¿Qué pretendía hacer?
Una novela. Es decir, contar vidas humanas verosímiles en un contexto que pueda parecerle divertido al lector. Las opiniones y las teorías, la ideología, no sirven para construir ninguna historia, así que he intentado ponerme en la piel de las personas que vivieron esas circunstancias en el Madrid de 1936. Quiero saber qué llevaban en los bolsillos, cómo era un billete de tranvía, la entrada del cine, la servilleta que te ponían en un café, qué tipo de postales se escribían, cómo vivían su sexualidad, cómo vestían, qué sentían y veían al realizar un trayecto en taxi por la Gran Vía...
Parece todo muy cercano...
No es una novela histórica, que están llenas de trucos: esta está escrita en presente, en directo, transporto esas vidas a hoy, porque las personas de los años 30 eran como nosotros. He querido romper la prisión del tiempo, que diría Nabokov. He introducido como en un collage fragmentos de periódicos para que me dén el tono del lenguaje de aquellos días, así como diarios escritos en el momento por gente que vivía aquello a diario, gente que no se fijaba en los grandes temas de la historia sino en lo trivial, porque la vida es eso y en realidad nadie sabía entonces que aquello era una guerra, la gente se preocupaba de encontrarse con su amado. Si estás enamorado, ¿qué te importa que caiga el gobierno? La gente de la Edad Media no se levantaba y decía: «Joder con la Edad Media, a ver si se acaba ya...», no sabían donde vivían, eso se establece a posteriori. Me han influido mucho los escritos de Arturo Barea, que describía una verbena en el paseo del Prado con mujer barbuda y siameses ¡mientras la gente se mataba alrededor!, los de Julián Marías, escrupulosamente católico y a la vez republicano, los de Jaime Salinas... He paseado mucho por Madrid, desesperado, sintiendo una impotencia terrible: miraba estas colinas de la Residencia de Estudiantes, los chopos y ¿cómo narrarlo? ¿cómo explicar la vida con palabras? Era una angustia muy grande...
Narra cómo se trunca el sueño de la república...
Hablo de unas personas que querían convertir un país atrasado como España en una democracia donde fueran posibles la justicia y la modernidad. Un proyecto que fracasó en 1936 y que comprendemos muy bien porque fue el que retomamos en 1978.
Queda claro que España no era un lugar muy diferente a Europa.
¡Claro que no! Mire la Europa de la época: Hitler, Stalin, Mussolini... Todo el continente estaba fatal, la democracia era una idea desprestigiada, por las matanzas de la primera guerra mundial, la crisis económica de 1929 con millones de parados, incluso Churchill admiraba a Mussolini. Los españoles de entonces tal vez tenían peculiaridades molestas, como su afición a los toros, pero la de matarse entre ellos no era una de sus manías.
Su novela no tiene héroes...
La novela es un género que nace cuando alguien decide contar la vida de las personas comunes, en España fue con El lazarillo de Tormes, un personaje que es un desgraciado total. La novela es el reverso de la épica, no se pueden hacer novelas con héroes, la mayoría de la gente no somos así, no tenemos un comportamiento intachable. Mi personaje hace daño a los demás, lo que es una cosa muy grave, y está desgarrado entre su vida familiar y su pulsión erótica, entre sus ideales socialistas y su vida burguesa, entre su origen pobre y su posición social elevada, en un país donde los ricos llevaban zapatos pero los pobres alpargatas y se mojaban los pies cuando llovía. Mi personaje es un hombre que, en circunstancias decisivas, decide actuar con vileza. No sabemos cómo actuaríamos nosotros en un contexto de derrumbe social. Por eso es bueno vivir en esta democracia, porque es mejor que no nos pongan a prueba. ¡Es muy fácil pasar de la normalidad a la catástrofe! Lo vimos en Yugoslavia... Un día, hay unas americanas haciendo un curso de verano en la Residencia de Estudiantes y, a la mañana siguiente, en el mismo lugar, se amontonan los cadáveres.
¿Siente que ha tocado un tema tabú, como los crímenes en el bando de los rojos?
¡Para nada! Yo no me he inventado nada. No ha dejado nunca de hablarse de ello, me hace gracia que tanta gente sostenga lo contrario. Se han estado publicando libros de historia serios sobre el tema ininterrumpidamente durante décadas, lo que sucede es que no les hacíamos caso. Una novela cuenta la vida tal como era, no debe ser una leyenda consoladora para la gente que hoy profesa una ideología y, con vehemencia adolescente, idealizan a presuntos héroes de otra época. Gente de izquierdas como Barea han explicado cómo los jóvenes iban a reirse de los cadáveres, les ponían cigarrillos en la boca y esas cosas, Manuel Chaves Nogales, que dirigió El Socialista, tampoco se negó a ver y quedó desgarrado por el horror. Sólo hay que leer a Azaña o las actas de las Cortes... Yo tengo varias novelas sobre la guerra civil, antes todo esto se veía como algo rancio, no estaba de moda, y ahora me dicen: «Ya era hora de que hablarais de esto». Pero si nunca hemos parado... Lo peor es la frivolidad, toda la reducción de las complejidades de la historia a un tebeo. También discuto ese mito de las dos Españas, ¡había cientos, todas incompatibles entre sí!
Vemos, en muchos momentos, instantes en que las cosas podrían haber sido de otra manera y cambiarlo todo.
No estamos predestinados a nada. La historia tiene esa cosa engañosa de que puede hacer creer que las cosas debían haber sucedido exactamente así pero, cuando uno analiza a fondo los hechos, ve que existieron muchas otras opciones, que se desvanecieron por azares y voluntades varios. Treinta días antes de que Hitler llegara al poder nadie en Alemania daba crédito a esa opción descabellada.
El pobre Rafael Alberti no queda muy bien...
Lo siento, pero en todos los escritos de la época, incluso en los suyos, aparece como un señor que organiza fiestas de carnaval y se hace fotografías vestido de uniforme. No quiero juzgar, sólo describo cómo, incluso en una guerra, hay gente que hace mucha vida social. Y, claro, luego llegaba Miguel Hernández del frente y se quedaba con la boca abierta ante aquellas juergas en palacios que organizaban sus camaradas...
Va saltando de un punto de vista a otro, de un personaje al siguiente...
En una época de tanto narcisismo como ésta, la novela es un correctivo muy útil y saludable, te enseña a salir de ti mismo porque está hecha de muchas miradas. Cada persona es el centro de su historia pero al lado hay otra historia igualmente importante, como la de este camarero que nos sirve un café, tan esencial como la mía. Así, vemos al arquitecto explicar los hechos y, de repente, asistimos a la versión de sus hijos, diferente. O a la de su mujer, Adela, a la que él no ve, no la mira, no se puede ni imaginar, por ejemplo, que ella, tan conservadora, vota al Frente Popular. Para un narrador, qué atractivo resulta centrarse en la historia de los amantes furtivos, tan guapos y apasionados, y yo lo hago, pero también me detengo del mismo modo en Adela, la esposa, una mujer mayor, no tan atractiva pero para mí igualmente esencial. Hay que tener el valor de ver que todas las vidas son igual de soberanas. Miro el amor arrebatado de cerca pero también el efecto que tiene en las personas que hay alrededor. Cómo la misma carta que a una mujer le provoca felicidad a la otra le supone una puñalada. El origen de todo esto es mi incertidumbre, mi inseguridad, no sabía cómo narrar, qué punto de vista adoptar, pero se ha convertido en una ventaja porque la novela quiere ser una imitación de la vida y la vida son muchos puntos de vista.
Es una historia de amor apasionado, erótico, sin control...
Ése es el impulso fundamental de la novela. En la literatura española hay un exceso de frialdad y de pudibundez, parece que quien escribe sobre estas cosas es un débil pero, en realidad, es una exploración literaria de lo más hondo que tenemos las personas. Toda la parte sobre la infidelidad serviría para personajes de hoy... Trato de personas reales que sienten lo mismo que nosotros.
¿La amante se basa en alguien?
Tiene algo de Katherine Whitmore, la amante de Pedro Salinas, que escribió aquello de «no sé si Pedro llegó a verme algún día». A lo mejor el amante no ve a la otra persona nunca... También posee elementos de Jan Gabrial, la primera esposa de Malcolm Lowry, una de esas mujeres que en los años 20 y 30 hicieron la revolución sexual.
El exilio es otro de los temas...
Es el gran tema del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Millones de personas han sido arrancadas de sus vidas por fuerzas terribles, como el hambre o la guerra.
O el sentimiento de extranjería...
Sí, y la sensación de perderlo todo: familia, casa, trabajo, país, amigos... y quedarte solamente con una maleta en un tren en un país en el que no entiendes la lengua.
¿Cómo se le ha quedado el cuerpo después de este tour de force?
Mire, esto es un trabajo, uno lo hace lo mejor que puede. Siento alivio y esperanza, deseo que se parezca a lo que había querido hacer. Pero ¿quién lo sabe? ¿qué sabe uno de los libros? Imposible saber si un libro es bueno, no sabemos el valor de las cosas. La solidez de una obra siempre es precaria, es un castillo de naipes.
No me diga que no se da cuenta de lo que ha hecho...
De joven pensaba que la novela era lo más grande que existía en el mundo. Después me di cuenta de que existían otros campos de expresión tan válidos como ella. Y ahora, he vuelto a ese amor radical por la novela como gran riqueza del mundo, como expresión total del alma humana. Me volví a enamorar del género al leer Vida y destino de Vasili Grossman, y he releido Moby Dick, el Ulises de Joyce, Mrs Dalloway de Virginia Woolf... y sí, en este libro, como un brujo, he intentado convocar todos los poderes de la novela.
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