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El director Michael Winterbottom durante la rueda de prensa de su pelñícula The Killer Inside Me en el día número nueve del Festival de Cine de Berlín. (Foto: Andreas Rentz)
C iudad Juárez, Chihuahua. 19 de febrero 2010. (RanchoNEWS).- Un descomunal Gérard Depardieu, convertido en Mammuth, y un inquietante Michael Winterbottom, escarbando en el cerebro de un policía psicópata y asesino, en The Killer inside me, cerraron hoy la sección a concurso de la Berlinale, cuyos Osos siguen sin tener un favorito claro. Una entrega de EFE:
La apuesta de Winterbottom en su cuarta película a competición en Berlín (Besos de mariposa, en 1995, In this world, Oro en 2003, y Camino a Guantánamo, Plata al mejor director en 2006) fue el cine negro, sobre una novela de Jim Thompson y con un atractivo desfile de actores –Casey Affleck, Kate Hudson y Jessica Alba–.
«Los libros de Jim Thompson van más allá de la mera violencia como entretenimiento. Se busca su origen, el desarrollo y el proceso de destrucción interna», explicó Winterbottom, que acudió a Berlín sin ninguno de sus actores y se vio confrontado con la cuestión del uso –y para algunos, abuso– de la violencia contra la mujer. Affleck es un sádico, un policía tejano que no disfruta porque sí matando –o casi– a puñetazos a sus novias, preferentemente, sino que tras él está el rastro «de una infancia destruida», explicó.
Hay un detonante, «la huella de la violencia y la sexualidad transtornada», la paterna, en su infancia, y la propia, en la actualidad, y a ello se remite su filme, explicó.
Por qué centrarse ahora, después de filmes de alto calibre político como los que le dieron Osos en la Berlinale, en el cine negro, envuelto en la música y el ambiente prototípico del género, es algo que Winterbottom no llegó a revelar en su comparecencia ante la prensa.
«No reproduzco esquemas ajenos, la violencia existe, no es un tema exclusivo sólo para filmes de corte documental o relacionados con el mundo actual. Es parte de un entorno cotidiano, el doméstico o el que leemos en ese mundo paralelo que son nuestras lecturas, como las novelas de Thompson», dijo.
A Winterbottom se le esperaba en la Berlinale como último cartucho en un festival en que se han visto muchas buenas películas, pero no esa «gran» película o clara favorita a premios. Su The Killer inside me no parecía ser la destinataria de ese calificativo y la recepción fue dispar, a juzgar por los discretos aplausos, en alternancia con algún abucheo.
Depardieu animó la jornada con su Mammuth, apodo que sirve en el film dirigido por Benoit Delépine tanto al personaje que interpreta como la moto a la que monta, tras años dormida en el garaje, para empezar un curioso «road movie» de carnicero jubilado en busca de su historial laboral.
Los primeros 15 o 20 minutos colocan al espectador ante un recital de gags desternillantes, con un Depardieu más orondo que cuando se caracterizó del galo Obélix y un «look» semejante al de Mickey Rourke de The Wrestler. Quien se confía en que irá a más en esa dirección se equivoca. El resto del filme adopta perfiles más y más melancólicos, poéticos o filosóficos, con un Depardieu más y más inmenso en lo interpretativo, tanto como su descomunalidad física.
Winterbottom y Depardieu se comieron a la danesa En Familie, el tercer filme a competición de esa última jornada, dirigida por Pernille Fischer Christensen, y centrada, como su título indica, en la vida familiar, eje de la Berlinale, por designio de su director, Dieter Kosslick.
Es una película agónica, en el sentido estricto de la palabra, porque aborda exactamente eso: la agonía de un padre de familia, enfermo de cáncer, que aspira por lo menos a que algo le sobreviva: la hermosa panadería, orgullo de una dinastía de artesanos que, teme que se cierre con él.
Lo que arranca como película sobre una hermosa familia donde todos se quieren deriva, en la medida en que el padre recae en una enfermedad que se revela terminal, en un nudo de conflictos algo deshilachado.
Con En Familie se cerró el desfile de las 20 aspirantes, entre las que el jurado presidido por Werner Herzog deberá repartir honores.
A falta de un claro favorito, la revista de la Berlinale Screen, daba la máxima puntuación, hasta ayer, al ruso Kak ya provel etim letom -How I Ended This Sommer-, de Alexei Popogrebsky, seguido del turco Bal, de Semil Kaplanoglu.
Nadie descarta nada, visto que la nómina de premiados por la Berlinale de la última década incluyó Oros como la Carmen sudafricana, en 2005, un hito absoluto en lo que a premios contra todo pronóstico se refiere.
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