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La escritora en su juventud. (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua. 17 de febrero de 2010. (RanchoNEWS).- En su columna titulada Libros y Otras Cosas de El Universal, de la ciudad de México, David Huerta publica el siguiente texto:
La escritora, ensayista y dramaturga Esther Seligson murió el pasado lunes 7 de febrero. Escribo estas líneas en su memoria, todavía embargado de viva emoción por esa triste noticia.
Esther Seligson vivía frente al edificio de la Academia Mexicana de la Lengua. La última vez que conversé con ella me confió su enorme curiosidad por conocer ese lugar, en especial los jardines, que desde fuera prometían un hermoso espectáculo, digno de contemplarse; también me dijo cómo ese deseo se veía continuamente frustrado por dificultades burocráticas: los guardias no le permitían el paso «porque no era académica» ni «estaba autorizada». Una vez sintió que sí le sería posible entrar, y con buenas razones: vio por ahí, en las inmediaciones de la Academia, a un amigo escritor, académico él mismo por más señas; se le acercó para saludarlo y le pidió que le allanara el acceso al solemne local en calidad de acompañante de aquel ilustre. Éste se negó en redondo y le dio largas con sinrazones más burocráticas aun que las de los guardias. No voy a repetir aquí por escrito lo que me dijo Esher sobre ese colega descomedido; pero, como ella solía hacerlo, no dejó en el secreto nada de lo que pensaba sobre el «amigo» escritor; me temo que éste se vio bastante zarandeado por Esher.
La historia es mínima pero tiene, a mis ojos, una significación grande. Para Esther Seligson no hubo Academia ni academias; era una escritora independiente, enormemente curiosa del mundo y de las aventuras del espíritu, ávida de experiencias iluminadoras. Su deseo de conocer el jardín académico estaba lleno de un intenso candor: «He aquí la belleza, a unos metros de mi casa -se diría-, y me gustaría acercarme a verla de cerca».
Otro momento de nuestra última conversación tuvo como tema el teatro y la «difusión cultural». Le conté de mi trabajo en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM); se mostró entusiasmada y, una vez más, genuinamente interesada en ver cómo son los planteles, de acercarse a la vida de la universidad y de conocer a los alumnos. Me atreví a decirle que sería muy valioso que diera una charla sobre teatro y dramaturgia a los alumnos de la UACM: ¿Aceptaría que la invitáramos a alguna de las escuelas más «lejanas», como Cuautepec o San Lorenzo Tezonco? «¡Desde luego!», exclamó ella. Llegamos a abocetar un plan para que diera esa charla.
Quizá la imagen de Esther Seligson que perdurará en mi memoria es la de su espigada figura en Alemania, en 1992, cuando estuvimos en Francfort como representantes de nuestro país, en un grupo de literatos mexicanos, para asistir a la famosa feria librera. Conversaba con quien se le acercara, pero casi siempre se mantenía al margen del bullicio, en una actitud de reflexión y recogimiento. Así estaba bien.
Será recordada como una escritora de intensa imaginación, como traductora y amiga de E. M. Cioran, como «gente de teatro».
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