Para Jason Poole y Denise Grady
No recuerda la explosión,
los días enteriores, los que siguieron,
pero sueña,
una y otra vez sueña que está en Irak
y que el cielo enrojece.
Sus camaradas le han dicho que fue una bomba.
La fuerza de la explosión fracturó su cráneo,
lesionó su cerebro, una de sus arterias principales,
su ojo y su oído izquierdos.
En diez días más iba a regresar a casa,
a jubilarse
después de cumplir tres rotaciones.
Quería ser maestro,
se había enrolado a los diecisiete años
con la esperanza de que los marines
pagaran parte de sus estudios.
Y en efecto han pagado,
horas y días, semanas y meses de clases individuales.
Ha tenido foniatras que le han enseñado a hablar.
Hay momentos en que no encuentra las palabras adecuadas
y algunas veces pierde el hilo de la conversación.
Después de meses de terapia,
su habilidad para leer ha subido de
cero a un nivel entre el segundo y el tercer grado.
Ha tenido fisioterapeutas que le han enseñado a caminar.
Cuando cruza la calle tiene que acordarse de voltear la cabeza
sobre el hombro izquierdo,
el lado en el que perdió la audición y la vista,
para cuidarse de los coches que voltean a la derecha.
Ha tenido terapeutas ocupacionales
y algún día quizá pueda ofrecer sus servicios
como asistente de maestro,
pero su memoria y su capacidad verbal y de lectura
están demasiado dañadas. No podrá ser maestro.
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