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De izquierda a derecha, Francesc Colomer, Isona Passola (productora), Marina Comas, Laia Marull, Nora Navas y Agustí Villaronga, todos con algún goya por Pa negre. (Foto: Cristóbal Manuel)
C iudad Juárez, Chihuahua, 14 de febrfero 2011. (RanchoNEWS).- Agustí Villaronga se levantó de la butaca, ya de madrugada, sabiendo que le tocaba afrontar la deseable hora de la consagración. Dueño de una de las trayectorias más personales e intransferibles del cine español con títulos como El mar, 99.9 o Tras el cristal, el director mallorquín salió del Teatro Real como gran triunfador de la XXV edición de los premios Goya. Pa negre, salvaje reconstrucción de un feroz drama familiar en la Cataluña posterior a la Guerra Civil, se hizo con nueve estatuillas, incluidas las grandes guindas: Mejor película y mejor director. Balada triste de trompeta de Alex de la Iglesia (dos premios) y También la lluvia, de Iciar Bollain (tres), fueron las grandes perdedoras de la noche. La cuarta película en discordia, Buried (Enterrado), de Rodrigo Cortés, se alzó también con tres premios. Una nota de Borja Hermoso para El País:
Habían asistido las muy engalanadas huestes del cine español a la noche de los Goya sin tener claro si, sobre el escenario del Real, se iba a representar una amable ópera bufa como L' elisir d' amore, algo estruendoso como El ocaso de los dioses o peor, algo trágico como Carmen, cruce de navajas incluido. Los últimos acontecimientos hacían pensar en una mezcla de lo segundo y de lo tercero. Pero no llegó la sangre al río. Aunque bufa sí que fue la noche, sí. ¿Cómo no iba a serlo con Buenafuente de sereno? Por cierto: dio toda la sensación de que, como ocurría en los tiempos de Rosa Maria Sardá, cada vez que el showman catalán aparecía en escena, la gala subía de tono. Al final, la cosa declinó bastante. Con media horita menos tampoco habría pasado nada...
Los Goya de la tormenta (la de lluvia y la otra) arrancaron con una fastuosa exhibición del mago de El Terrat, que se sacó de la chistera mil y una coñas brillantes, empezando por ese hilarante y surrealista cortometraje que mezclaba imágenes de algunas de las películas nominadas ayer con su propio one man show. «Esto ha sido una descarga legal», dijo Buenafuente entre las risotadas del patio de butacas nada más descender de los cielos vestido de blanco celestial. Y luego pasó a reírse de la pareja de moda, Ángeles-Alex. «La ministra Ángeles González-Sinde... y Alex de la Iglesia... juntos... y creo que hasta han venido en el mismo taxi... con tanto roce, a ver si esto va a terminar...». A Javier Bardem, por su parte, le espetó: «Fantástico lo del niño, Javier... ¡es una lástima que lo hayas tenido el año en el que han quitado el cheque-bebé!».
La ristra de estatuillas arrancó con el Goya al mejor actor de reparto para Karra Elejalde por su soberbia recreación de un actor haciendo de Cristóbal Colón en También la lluvia, de Iciar Bollain. Acto seguido llegó el numerito musical de la noche, que versó sobre las indisimuladas ganas que todo actor tiene de ganar un Goya. Lo protagonizaron Luis Tosar, Asier Etxeandia, Paco León, Hugo Silva, Fernando Guillén Cuervo, Inma Cuesta y Laura Pamplona, no sin algún que otro gallo altisonante.
Uno de los momentos más emotivos llegó de la mano de Pasqual Maragall. «Perdonen los pitidos que salen de aquí sin parar, son felicitaciones», dijo el exalcalde de Barcelona y ex presidente de la Generalitat enseñando su teléfono móvil, cuando recogió junto a su esposa Diana Garrigosa el premio al Mejor documental para Bicicleta, cuchara, manzana, película que narra su día a día en manos del alzhéimer.
Y como no solo en Balada triste de trompeta salen payasos, saltó feliz y contento al escenario del Real –tocado con su barretina– el inefable Jimmy Jump, ese chisgarabís que lo mismo interrumpe un partido del Barça que un Festival de Eurovisión o unos premios de cine. Su performance duró segundos. Fue interceptado por el servicio de seguridad y luego Buenafuente le llamó imbécil.
Su aparición estelar precedió al premio al mejor actor para Javier Bardem por su personaje de Uxbal en Biutiful, de Alejandro González Iñárritu. Bardem dio gracias a sus compañeros por el apoyo y brindó el premio a su mujer, Penélope Cruz, y a su hijo: «Por despertame todos los días el corazón y la sonrisa».
Fue una noche de unión. Imposible saber si en los días previos a la gala algún alma lúcida decidió impartir teórica a las atribuladas huestes de nuestro cine, con el fin de construir una unidad, aunque fuera una unidad de cartón piedra... ¿Fueron de cartón y de piedra esas imágenes de la ministra de Cultura deslizando su brazo por encima del de Alex de la Iglesia? Fueron, en todo caso, las escenas de la noche.
Pese a salir cinematográficamante derrotado en el podio de los Goya, Alex de la Iglesia fue, con Villaronga, el hombre de la noche merced a su discurso como presidente de la Academia. Un discurso de unidad y de adiós (dejará la presidencia en cuanto se convoquen elecciones, de aquí a tres meses como mucho). «Puede parecer que llegamos a este día separados, pero eso es el resultado de la lucha de cada uno por sus convicciones, porque todos estamos en lo mismo, que es la defensa del cine... yo felicito a todos por caminar juntos en la divergencia», dijo en un tono grave.
Ante la atenta mirada de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, y cuando hace unos días se conocían los desastrosos resultados del cine español en 2010, Alex de la Iglesia no dudó en lanzar un juicio sumarísimo: «Sin público, nada de esto tiene sentido». Tampoco quiso obviar los sucesos recientes en torno a la gestación de la ley Sinde (a la postre, el motivo de su inminente adiós a la Academia): «Las reglas del juego han cambiado (...) Internet no es el futuro como creen algunos, es el presente. Ese público que hemos perdido no va al cine porque está en su casa delante de una pantalla de ordenador». Y zanjó: «No tenemos miedo a Internet, es la salvación de nuestro cine». La despedida llegó así: «Quiero despedirme en mi última gala como presidente: qué mas da ganar o perder si podemos hacer cine, somos cineastas, contamos historias para que la gente viva en ellas, creamos sueños».
Fueron más de tres horas de una noche en la ópera, de una noche de premios de cine que, pese a las lentejuelas y los mensajes de unidad, no borrarán la esperpéntica imagen ofrecida en el pasado reciente por un colectivo, el del cine español, mucho más capacitado para las guerras personales que para la reactivación de una industria maltrecha. Preguntas básicas siguen sin ser respondidas: ¿por qué se producen tantas películas al año, si no caben en el parque de pantallas?, ¿alguien se cree en serio que es la piratería en Internet lo que está ocasionando daños tan gravísimos al cine español? ¿En qué nuevas fórmulas de negocio están pensando quienes hacen cine y lo venden y aquellos que tienen que procurar las condiciones idóneas para que eso se pueda hacer, es decir, el Ministerio de Cultura? A ni una sola de esas cuestiones respondió ayer nadie en la gala de los premios Goya. Eso sí, todo resultó muy bonito. También largo.
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