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Torres siamesas, 2005, edificación del arquitecto Alejandro Aravena, ubicadas en el campus San Joaquín de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en Macul, Santiago. Imagen tomada del libro Blanca montaña: arquitectura reciente en Chile. (Foto: Víctor Oddó y Cristóbal Palma)
C iudad Juárez, Chihuahua, 11 de julio 2011. (RanchoNEWS).- El volumen español/inglés titulado Blanca montaña/White mountain documenta el desarrollo de la nueva arquitectura en Chile. Una nota de Ericka Montaño Garfias para La Jornada:
La llegada de la democracia en ese país sudamericano, tras la dictadura militar de Augusto Pinochet, fue el parteaguas para dotar de características muy bien definidas a esa disciplina artística desde la formación de los nuevos arquitectos.
Esa formación promueve la conceptualización, como se explica en ese libro publicado por Ediciones Puro Chile.
Se reúnen 121 obras arquitectónicas chilenas realizadas por 60 arquitectos o colectivos en las dos décadas recientes.
A la presentación del volumen en México asistieron Claudia Pertuzé, directora del sello editorial, así como Sebastián Irarrazával, uno de los exponentes de la arquitectura de ese país.
Asimismo, Miquel Adriá, editor del libro explica: «Siempre me ha sorprendido que países chiquitos como Portugal, Finlandia, Suiza, sean los que sistemáticamente a lo largo de muchos años han tenido no la suerte, sino las condiciones para tener la mejor arquitectura del mundo.
«Curiosamente la mejor arquitectura no se da donde está el gran capital o las grandes universidades, no se da en Estados Unidos, por ejemplo».
Se da en esas pequeñas naciones «por una cierta noción, primero del lugar y después porque hay unas escuelas muy fuertes que son capaces de dar continuidad a ese proceso de formación. En el caso de Chile es claro que la Universidad Católica fue donde se creó todo este caldo de cultivo del que han salido prácticamente todos los arquitectos que mostramos y, curiosamente, son estos mismos arquitectos –que ahora son los decanos– los que contaminan culturalmente al resto de la sociedad».
Además, la educación se considera fundamental. «Esos arquitectos ya reconocidos, famosos, toman el compromiso de seguir transmitiendo el conocimiento como sucede en Suiza, que en lugar de hacer como en México, que hemos pasado a ser el país con más escuelas de arquitectura del mundo, lo cual quiere decir que ya no hay ninguna buena –se medio salva la Ibero–, pero ya ni las buenas siguen siendo buenas, se diluyen. En Suiza tenían cuatro escuelas de arquitectura y quitaron una. Ahora tienen tres extraordinarias», expresa Adriá, autor también del ensayo Postales chilenas, incluido en el volumen.
«Entonces si se tiene una buena escuela, donde primero se enseña a pensar, no se les dan sólo instrumentos para que sepan dibujar bonito, que es lo que nos pasa aquí en bastantes escuelas y tenemos excelentes hacedores de renders y de simulaciones y escenografías. Lo primero es pensar, conceptualizar, dibujar, compartir esa información, discutirla, confrontarse con otros. Discutir en serio, con una confrontación intelectual y después llevarlo a cabo. Digamos que en esas condiciones de estabilidad económica y luego de una buena formación hay garantías para pensar que vamos a seguir viendo buena arquitectura en Chile».
Entre los Andes y el Pacífico
El periodo más fuerte en cuanto a creatividad y propuestas novedosas se ha dado en los pasados 20 años, tercia Claudia Pertuzé. «Lo que viene es que, más que encontrar nuevas creaciones extraordinarias, me parece que se va a ir perfeccionando lo que ya se ha sentado. Viene un periodo de aprovechar el hallazgo de lo que se ha hecho en este tiempo en materia arquitectónica».
Este cambio en el hacer arquitectura en Chile se dio a partir de 1992, durante la exposición de Sevilla. El pabellón chileno, asevera Adriá, «es un objeto que sorprende a todo el mundo, no tiene nada que ver con lo que se está haciendo en ese momento. Irrumpe con una arquitectura elemental, como que va al origen. Es en el momento en el que entendemos y decidimos que hay un corte, un rompimiento entre el antes y el después de la arquitectura chilena; ahí es donde comenzamos con el libro».
Hoy una de las características esenciales de la arquitectura chilena es su vinculación con el entorno: no rompe con el paisaje, lo complementa. Se une.
«Desde nuestro punto de vista –afirma el editor del libro Blanca montaña–, creemos que esto es algo que la hace excepcional: la arquitectura chilena tiene una vinculación con el paisaje brutal, como ninguna; quizá la suiza también tiene un vínculo fuerte. El paisaje está tan presente en Chile, porque siempre tienes esa noción de vivir entre dos paredes: los Andes y el océano Pacífico, que es una línea, una frontera; es un mar frío, fuerte. La presencia de esos límites se refleja en la arquitectura. Por eso tiene esa sensibilidad con el paisaje, está puesta como unos objetos delicadísimos en medio de unos lugares increíbles, ya sea en el desierto o en medio de un río o al borde del mar. Todos tienen una singularidad tremenda. Esto se percibe menos en la ciudad, pero sí es muy destacable el tema del paisaje como un elemento fundamental en la arquitectura chilena».
Para clasificar a la arquitectura como arte, para que retome su lugar dentro de las bellas artes, «existe una lectura medio poética: necesita que tenga alma, pero para un ateo como yo es difícil que pueda afirmar algo de este tipo».
Para Claudia Pertuzé, «ateo o no, todas las cosas siempre tienen alma: las personas tienen alma. Creo que para poder clasificarla dentro de un arte debe tener un sello personal, una unicidad para entregar algo nuevo que cautive a otras personas y también marquen una diferencia. La selección que aparece en el libro no es porque los edificios que presentamos sean obras de arte, sino que son diferentes y con el tiempo seguramente lo seguirán siendo».
Mayor información: Blanca montaña: arquitectura reciente en Chile
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