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El hotel Camino Real tiene sus formas características (Foto: Archivo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 7 de enero 2012. (RanchoNEWS).- «El mejor homenaje a un arquitecto no está en ir a visitar su tumba sino en recorrer sus obras». De esa forma, el también arquitecto Mauricio Rocha llama a caminar y reconocer la espacialidad de los edificios del recientemente fallecido Ricardo Legorreta. Una nota de Sonia Sierra para El Universal:
A los 80 años, el pasado 30 de diciembre murió en el DF una de las figuras más importantes de la arquitectura mundial, creador de obras emblemáticas, como los hoteles Camino Real en la ciudad de México (al lado de Luis Barragán) e Ixtapa, los museos Papalote en Chapultepec y MARCO en Monterrey, el Tecnológico de Monterrey Campus Santa Fe, la Plaza Juárez, residencias, conjuntos de vivienda, edificios de oficinas públicos y privados.
En México, EU, Centroamérica, Brasil, Japón, España, Egipto y Qatar, entre otras latitudes, hay edificios del mexicano, que fue reconocido con distinciones como el Premio Nacional de Ciencias y Artes, el Nacional de Arquitectura y el Imperial de las Artes 2011 en Japón.
Licenciado en Arquitectura por la UNAM, Legorreta trabajó con otros grandes maestros de esta disciplina en el país, como José Villagrán y Luis Barragán. En 1964 fundó Legorreta Arquitectos, hoy Legorreta + Legorreta; fue profesor de arquitectura en la UNAM y el ITESM, muchos profesionales de este arte le consideran un maestro por el humanismo, la responsabilidad social, el compromiso y lenguaje tan personal que alcanzó en cada uno de sus desarrollos.
Arquitectos de diferentes generaciones y latitudes, como Enrique Norten, Mauricio Rocha, Richard Meier, Julio Amezcua, Juan Pablo Ortiz y el hijo del propio Legorreta, Victor Legorreta, socio suyo en el despacho, dieron su testimonio en torno del legado del artista mexicano.
Entre compañeros
Como un gran colega, muy arquitecto, amigo y hombre sumamente responsable, recordó el también arquitecto Enrique Norten a Legorreta.
«Su legado está en la calidad plástica de su obra, que de alguna manera llevó una variante, un matiz diferente a la arquitectura contemporánea. Él tenía una propuesta y un lenguaje propios, su obra tiene una personalidad única y específica. Precisamente en eso está su propuesta: en poder dar una nueva oportunidad a la arquitectura contemporánea».
Norten no se decanta por una obra específica como la mejor de Legorreta: «El trabajo de un arquitecto hay que verlo como un continuo, la obra es toda, es acumulación y es búsqueda de ideas e intenciones que se van entendiendo hasta que se analiza la obra completa».
El estadounidense Richard Meier –premio Pritzker de arquitectura– exaltó las enseñanzas de Legorreta: «Fue un arquitecto extremadamente dedicado, cuya pasión creativa y serio intelecto son claramente evidentes en todo su trabajo. Su enorme influencia entre arquitectos y estudiantes alrededor del mundo se debió en gran parte a su generoso entendimiento de la condición humana y a su deseo de enriquecer las vidas de la gente. Lo extrañaremos todos».
Una de sus mejores decisiones, dijo en entrevista telefónica Víctor Legorreta, fue trabajar al lado de su padre, quien fue también un maestro, un amigo y un socio por 23 años.
«Puedo hablar de su arquitectura, de la luz, del color, etc., pero lo que más le aprecio es esa pasión y ese amor por vivir y hacer las cosas siempre lo mejor que podía. En el despacho, por ejemplo, ya sea que estuviera proyectando la chapa de un clóset o un plan maestro, a los dos les ponía todo su entusiasmo y ganas. Esa pasión por dar lo mejor de sí mismo es lo que era admirable. Era muy perfeccionista, pero por otro lado era muy humano. Cuando se enojaba o se frustraba no era tanto cuando alguien cometía un error, siempre entendió que todos somos humanos, sino porque sentía que alguien no estaba dando lo mejor de sí mismo».
Del método de trabajo, Víctor contó que una vez que se tomaba la decisión de hacer un proyecto, lo que el arquitecto primero hacía era caminar el terreno, platicar con los clientes y luego, antes de dibujar, se dedicaba a pensar y definir una filosofía.
«La suya es una arquitectura muy humana, donde la parte del romanticismo, de que el hombre se sienta a gusto, es muy especial, emotiva –opinó el hijo de Legorreta–. De arquitecto se te olvida muchas veces que estamos para servir a la sociedad y a veces estamos más obsesionados con encontrar un estilo personal, que nos publiquen en las revistas o volvernos famosos, se nos olvida que el objetivo principal del edificio es que la gente sea feliz, que funcione. Él continuamente criticaba los proyectos en ese sentido: ‘¿Para qué este nuevo material? Es demasiado caro, no ayuda, nada más es por la moda’».
Su huella entre los jóvenes
Mauricio Rocha, del Taller de Arquitectura e hijo del arquitecto Manuel Rocha Díaz, ya fallecido, habló de la herencia de Legorreta: «Es el máximo representante a nivel internacional de la última etapa de la arquitectura mexicana. Hizo algunas de las mejores obras del país en el siglo XX, y de eso nos tenemos que sentir orgullosos. La mejor manera de recordar a Legorreta es recorriendo sus espacios. Incluso olvidándonos de los colores... lo que hay que recordarle es la experiencia y los recorridos; además logró una integración con artistas plásticos como Mathias Goeritz y Francisco Toledo».
El mexicano Julio Amezcua, joven arquitecto del despacho at103, comentó: «Ser arquitecto para mí responde a una forma de vida más que a una profesión. Lo importante de Legorreta no está en sus colores y mucho menos en sus formas, la arquitectura no es superficial; representa un proceso continuo y constante que requiere determinación, voluntad, un poco de suerte, sensibilidad, reflexión y constancia. Siento en el trabajado de Ricardo Legorreta una preocupación por lo esencial y lo necesario: la ciudad, el usuario, el agua, la luz, el aire y la tierra. Identifico en su trabajo un ejemplo por pensar global y actuar como mexicano, veo un trabajo sólido y comprometido con descifrar el vacío».
El colombiano Juan Pablo Ortiz, autor del Archivo de Bogotá, dijo: «Para un arquitecto latinoamericano, decir que Ricardo Legorreta es un maestro de nuestra arquitectura, suena a lugar común, pero repetirlo es necesario. Es un maestro porque con su arquitectura y sus palabras nos enseñó que los verdaderos y más profundos valores de nuestro oficio han sido, son y serán en esencia los mismos. Cuando se disfruta su arquitectura, se hace evidente que la arquitectura en manos de un maestro no sabe sumar; un muro más otro muro, más un suelo, más la luz que los baña o la sombra que los intensifica, dejan de ser varias entidades para devenir en unidad; para su arquitectura uno más uno es uno, un lugar, una estancia, una habitación. Gracias a este misterio alquímico, que sólo un maestro de la arquitectura como Legorreta pudo lograr, estos elementos no suman, en realidad lo indecible sucede: se multiplican en emociones, en fantasía, en gozo».
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