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Uno de los dibujos de Fritz Lang para el guión de Metrópolis (1927). (Foto: El Mundo)
C iudad Juárez, Chihuahua, 10 de enero 2012. (RanchoNEWS).- Fritz Lang no concedía entrevistas. «Prefiero que las películas hablen por mí», insistía ante las reiteradas peticiones. Pero, en el verano de 1972, dos jóvenes periodistas a punto de graduarse en el programa de Cine de la Universidad de Nueva York se presentaron en su casa de Beverly Hills, tan al estilo de su antigua mansión de la Bauhaus, en los días de la UFA, dispuestos a sacarle unas cuantas respuestas. Lejos de presentar resistencia, Lang les ofreció café y pastelitos vieneses durante una larga y franca conversación que, sin embargo, nunca vio la luz. Una nota de Rosalía Sánchez para El Mundo:
La revista canadiense Garth Drabinsky, que debía publicarla, quebró antes de completar la serie. Pero Lloyd Chesley y Michael Gould conservaron aquel material y hoy, cuando se cumplen 85 años del estreno en Berlín de Metrópolis, un rotundo fracaso de taquilla que quedaría sin embargo para la historia como una de las gestas de la edad de oro del cine alemán, recuperan las palabras del mítico director que siguen siendo tremendamente vigentes como perspectiva de un siglo de cine.
Durante aquella charla, Lang se quejaba amargamente de los cortes abruptos de los montajes disponibles de Metrópolis, como en la escena en la que el robot María baila para los hombres, y desmiente algunos de los mitos sobre el rodaje. «Se han dicho muchas mentiras, no fue una película tan cara y jamás tuvimos miles de extras. Nunca. En todo el rodaje no hubo más de 300 actores contratados y no podía ser de otra forma, eran los años de la terrible inflación», asegura, al tiempo que desvela el núcleo de la temática del film. «Cuando rodé Metrópolis estaba interesado en el ser alemán, quería hacer una película sobre la idea del destino en el romanticismo alemán, de aquella idea vista desde después de la I Guerra Mundial», explica.
El cambio de temática, desde la épica al intimismo, dice, no tuvo que ver con el paso al cine sonoro, al que se resistió todo lo que pudo, sino con su hastío por los grandes proyectos. «Estaba cansado de las grandes películas. De hecho, no quería hacer ninguna película más y había decidido trabajar en el campo de la química. Me agobiaban los estudios y quería ser independiente. Sólo ante un encargo muy insistente accedí, le dije al productor: de acuerdo, haré la película pero tú no vas a abrir la boca, no tendrás derechos sobre la edición y te limitarás a poner el dinero. Entonces hice Metrópolis».
En Hollywood, Lang echaba de menos la metodología de preparar los guiones conjuntamente con los guionistas, como hizo con su mujer, Thea von Harbou, para Metrópolis. «Creo que es un gran error. Yo siempre he trabajado de la mano con los guionistas. En Furia, contábamos con un boceto de cuatro páginas con todo lo que me interesaba. Les expliqué que quería hacer una película sobre los linchamientos y me puse a recortar, con ellos, noticias en los periódicos americanos», relata, y establece como diferencia fundamental entre el pensamiento cinematográfico europeo y americano el hecho de que en Europa los protagonistas tienen la posibilidad de ser superhombres mientras que en Hollywood los héroes tienden a ser un Juan Nadie, alguien con quien el público se pueda identificar. Pero se niega a preferir sus películas alemanas o americanas: «Si uno tiene varios hijos, no es posible preferir a uno».
Lang establece, además, una frontera que le separa del cine de evasión. «No tengo nada contra el cine de entretenimiento. Si usted es un trabajador cansado al final de la jornada, que quiere pasar un rato sin pensar en nada, supongo que tiene todo el derecho. Pero yo aspiro a entretener y dejar además algo sembrado en el público. Quiero hacer películas de las que ese trabajador pueda hablar después con su mujer, durante la cena, y el máximo reto es que tengan ideas diferentes sobre por qué la película ha transcurrido así, de forma que terminen acudiendo una segunda vez a verla juntos... A los productores les interesan los beneficios, quieren saber cuántas personas han ido a ver la película. Pero ése no es mi objetivo. A mí me interesa saber a cuántas de esas personas les han llegado mis ideas».
Lang habla de su metodología, prefiere el estudio a los exteriores porque le permite corregir una y otra vez y se muestra partidario del cine de alta precisión, con boceto dibujado de cada escena y margen cero a la interpretación de los actores. Lang no creía que el cine deba dar cabida a más violencia que la psicológica y se declaraba totalmente entregado a lo que para él no era un arte, sino una forma de vida. A la pregunta «¿Qué hace para relajarse?» respondió: «Yo no me relajo nunca, siempre hago películas».
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